Notificación de correo “SOBRE #4417-18". Las fotos reveladas de las vacaciones de mitad de año del 2022. Han pasado más de seis meses desde que tomé las fotos con mi vieja Olympus. Espero más de cinco minutos, son dos rollos y el Internet está bastante lento. Descomprimo y descargo en el computador. La primera imagen que logro ver es la de un atardecer en la playa cortada casi justo por la mitad: el inicio del rollo. Esa es la magia que tiene lo análogo: nunca sabes qué esperar.
Son tantas las opciones que se tienen al querer tomar una fotografía análoga... todo cambia según el tipo de cámara. No es lo mismo comprar un rollo a blanco y negro de 35 mm a uno de 120 mm. En este caso uno debe determinar desde antes de comprar la cámara el formato que se quiere manejar. Entre la calle 23 con carrera quinta, en el centro de Bogotá, hay un local con un letrero de colores deslavados por el tiempo: “Fotocomputo”. El lugar está poco iluminado. En su interior atienden tres personas. Una mujer acomoda los rollos en la vitrina, a su lado está un hombrede bata blanca sacando un rollo de una cámara. En el mostrador hay un anciano que parece estar hablando con un cliente a través de una llamada.
Espero mi turno.
- Buenos días. ¿A cómo está el rollo a blanco y negro?
- Tiene un valor de 20.000 pesos – contesta secamente. Respiro hondo y pienso en si me alcanzará después el revelado.
- Vale. ¿El revelado a qué precio? - pregunto al señor.
- 20.000 revelado y digitalizado – me dice. Por dentro pienso en lo caro que está todo para poder tomar las fotografías. Saco mi celular para pagarle.
- Listo, te pago por Nequi el rollo.
Segunda foto
En la carpeta se encuentra una foto al revés, solo que la mayor parte está a contraluz. A simple vista es una foto perdida. Una parte del rollo desperdiciada. Con el editor pongo la imagen recta: es así como cobra sentido. Una pequeña franja deja entrever el fondo de la playa y el morro del Rodadero. En la sombra se ve perfectamente la silueta de mi perrita. No es una foto del todo perdida, hay que ser creativos e intentar diferentes ángulos. Con la análoga se puede obtener diversos resultados, hay que pensar exactamente en cómo transmitir esas ideas a quienes vean las imágenes.
No todo es color rosa, no siempre a pesar de rotar la imagen se va a poder arreglar. Con los ajustes de la cámara análoga hay que ser muy cuidadosos. Un mal movimiento y ese pequeño cambio al valor de apertura del diafragma hace que cambie la idea que tenías en mente. No hay que lanzarse a tomar fotografía análoga sin tener conocimiento. Esto de aprender autodidácticamente sale caro.
Entonces, lo mejor que se puede hacer al iniciar en el mundo de lo análogo, es tener un conocimiento básico de cómo funciona la fotografía. Sin luz no hay fotos. Con demasiada luz queda casi blanca, los excesos de luz o falta de esta dañan la calidad de la imagen. El segundo elemento que considero importante es el objeto al que le tomas la foto. Hay que tener en cuenta si va a estar en movimiento o no. El no ser precavidos puede causar que la foto quede borrosa y se pierda esa parte del rollo.
Tomar fotos
La plaza de Bolívar. Uno de los lugares más icónicos del centro de Bogotá. Cuando compramos un rollo, lo primero que hay que hacer es ponerlo dentro de la cámara. La caja kodak típica de la fotografía análoga, cuya superior es de color amarillo, a un lado dice el milimetraje (36) y el valor del ISO (200) correspondientes al rollo. Hay una línea curvada donde inicia el color rojo icónico de la marca aparece en letras grandes una palabra: ColorPlus. Pongo la caja al revés y me doy cuenta de que es un rollo vencido. Abro el paquete y saco de su interior el rollo, no tiene moho ni daños, se ha conservado y funciona con mi cámara Olympus.
Mientras acomodo el rollo, mi amiga Nathalia me acompaña a tomar las fotos.
- Isa, eso está como difícil - me mira mientras intenta mirar cómo acomodarlo.
- Pues un poco, pero tú ya has visto que las fotos se ven muy chéveres. Lo único es que si está caro.
- Total. ¿No te da vaina perder la plata?
- Pues sí, pero por eso toca revisar bien lo que uno está haciendo, Nath.
De fondo, el ruido de la Séptima, los diversos puestos de vendedores ambulantes alrededor nuestro. Algunos turistas nos miran con interés, es una cámara que llama la atención. Me pongo nerviosa, tomo la cámara y la pongo entre mis piernas. Un señor se acerca con curiosidad.
− ¿Es de las de rollo? - dice
− Sí, de las antiguas – respondo
− Qué bueno que los jóvenes se interesen por estos temas – me contesta mientras se aleja caminando a la Catedral.
Giro el botón de rebobinado y lo dejo en B. Hay dos partes donde el rollo se acomoda: se estira desde la parte derecha, pasa por la cortina y llega hasta el lado izquierdo. El primer momento de ansiedad por no saber si ha quedado bien puesto. Tiro de la palanca y se traba por un momento. Vuelvo a tirar y es ahí cuando se toma la foto.
- Seguro será una gran foto del piso de la plaza – dice Natha a modo de broma.
No todo es negativo.
Al momento de tomar la cámara entre mis manos, paso la tira alrededor de mi cuello y busco ese lugar o instante que deseo capturar para siempre. Acomodo el visor a la altura de mi ojo. Tiro la palanca de arrastre: clack. Se ha pasado el rollo. Ahora está listo para capturar la foto. Dirijo el lente hacía la Catedral Primada, va pasando una persona junto a su mascota. El dedo sobre el disparador y me aseguro de que esté enfocando al objetivo: click. Se ha tomado la foto.
Natha se hace a mi lado, no hay manera de tener una previsualización como con las cámaras digitales, es un gran ejercicio de confianza hacia el ojo del fotógrafo.
Entonces surgen las preguntas tras tomar la foto. No puedo observarla. Pueden pasar días, meses o años hasta que uno decida revelar el rollo. Al momento de tomar ese instante y conservarlo uno siempre se pregunta: “¿He acomodado bien la velocidad? ¿Me he movido y ha quedado borrosa?”. Todo eso se descubre solo hasta que uno revela el rollo. La fotografía análoga es un arte de paciencia.
- ¿Quieres intentar? - le pregunto a Natha.
- Dale – dice mientras se acomoda la cámara- voy a tomarle la foto a las llamas de la señora.
Nos acercamos, intentando no aparentar que le estamos tomando la foto al animal. Normalmente la señora no deja que nadie se acerque a tomar o tocar las llamas sin pagarle. Se distrae en una conversación con otro vendedor. Aprovechamos y Nathalia toma la foto. Una sonrisa nerviosa aparece en su rostro.
- Es interesante no saber si realmente está bien la foto – dice mientras caminamos hacia la plaza de Núñez
- Si, lástima que por el precio no pueda ser un hobby frecuente – respondo
- Qué paila, pero todo subió de precio de repente – contesta Nath.
Es domingo, la plaza no estaba llena como de costumbre. Los jardines al lado del Congreso son preciosos, los Policías se han encargado de que nadie lo pise. Uno no puede ni si quiera hacerse un momento sobre el pasto porque llega alguien a regañar. Le digo a Nath que se haga en la mitad de la plaza para tomarle una foto. Lleva sus gafas rojas en forma de corazón, se las pone y me sonríe mientras la fotografío.
Últimos disparos
Reviso la última foto del carrete de mi carpeta. Recuerdo el momento en el que la tomé. Número 36, eran alrededor de las 6 p. m., estaba sentada en la playa buscando ese final para mi rollo. El atardecer se formó con sus arreboles, entre el morado y rosado que se entremezclan tras los edificios al pie del mar. El viento golpeaba con fuerza, “brisa loca”. Recuerdo que mi cabello estaba en mi cara; no me dejaba ver con claridad el visor y tuve que recogerlo. Finalmente, la última toma del carrete.
Jalé la palanca. Clack. Siempre hay que asegurar el enfoque. El último click. Se ha terminado el rollo. Ya solo queda esperar por el revelado y digitalizado de los negativos. Me levanto, el atardecer va perdiendo sus colores y se va oscureciendo. El final del rollo y del día. Un gran recuerdo que quedará grabado para siempre.
Los mejores consejos para esas primeras veces en las que se aprende a sacar un rollo es hacerlo en un lugar donde no entre luz. La primera vez que terminé un rollo de fotografía no sabía que debía rebobinarlo. ¿Qué carajos significa eso? Básicamente lograr que toda la cinta de negativos quedé guardada en su estuche. Para evitar que se vele porque son fotosensibles (así es como funciona la fotografía análoga) y no se pierdan las fotos.
Cuando tomé mis primeros rollos fue un desastre. No entendía muy bien cómo funcionaba los rollos y las diferentes opciones. Solo pensaba en lo complicado que era. Tampoco tenía claro que no podía abrir la parte trasera hasta que el rollo se terminara. Mi primer rollo se dañó porque no quedó bien guardado y le terminó cayendo la luz. Todas las fotos se habían velado. Recuerdo lo que me dijo el técnico cuando llegué a recoger los negativos: “No hay nada que hacer, no se salvó ni una”.
Como no quería seguir perdiendo mi tiempo, ni los recuerdos y el dinero, prefiero sacar el rollo donde no haya luz. Con la práctica este proceso es mucho más fácil. Lo primero es poner la cámara en la opción de rebobinado B, tras esto empezar a girar el botón hacia el lado que indique la flecha. La pequeña manivela empieza: rasgh, rasgh. Los engranajes se mueven con dificultad. Al tener la cámara entre las manos se siente una pequeña vibración de cómo se va enrollando por dentro y que termina cuando la manivela gira con mayor facilidad.
Ha llegado el final del trabajo. La última parte: revelar el rollo. Casi siempre el mismo lugar donde se compra ofrece el servicio de revelado y digitalizado. Llego al local y entrego mis rollos, se dejan en un sobre con un número “SOBRE #4417-18". Después hay que esperar casi tres días para que llegue el correo. Puede que ese archivo de WeTransfer contenga la totalidad de las fotos que tomé como pueda que simplemente no haya nada. No hay que ser pesimistas, pero cuando uno no tiene paciencia, la espera de 72 horas se hace eterna.