El escritor que cree que la literatura puede contribuir a la paz

Miércoles, 24 Abril 2019 23:04
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En su más reciente obra, ‘Maritza la fugitiva’, el escritor Jorge Eliécer Pardo expone los dramas de la guerra y la necesidad de construir memoria.

Jorge Eliécer Pardo||| Jorge Eliécer Pardo||| Archivo Personal|||
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Los libros de su casa construyen un ambiente intrigante. En el fondo de la sala un fonógrafo yace solitario contra la pared. Me acerca a éste, pone un disco de tango y me dice, “este aparato tiene que ver con la violencia: antes la gente ponía música aquí, se emborrachaba y luego se mataban por ser conservadores o liberales”. Así, con esta pequeña frase, Jorge Eliécer Pardo me introduce en su casa y en la temática de la violencia. Parecía ser que ni siquiera la música escapaba de ese pasado, de esa mancha irrevocable que teñía de rojo la bandera de Colombia.

Al igual que los personajes de su tercera novela ‘Trashumantes de la guerra perdida’, su infancia estuvo marcada por el desplazamiento entre su pueblo Líbano, en el Tolima, y la capital colombiana. Quizá por esto él mismo haya llegado a afirmar que uno de sus objetivos de su literatura era poder transmitir “el miedo de un niño frente a ese fenómeno de la muerte”. Busca que sus escritos permitan generar empatía por aquellos que vivieron la guerra en carne y hueso. De hecho, comentan alguno de sus lectores que cuando leyó su libro terminó preguntándose, “¿dónde estaba yo cuando esto estaba sucediendo?”.

Como es evidente sus canas son sinónimo de experiencia. Pasando sus manos por su rostro reconoce que no cree en la felicidad, pues esta no es sino “un momento fugaz entre dos angustias”. Absteniéndose de estos grandes logros, reconoció que su desilusión por la vida no es algo que lo deprima; al contrario, tan sólo le lleva a querer trabajar más tenazmente. Recuerda que su época juvenil estuvo marcada por una “generación fracasada pero soñadora”: escuchando a Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa y sufriendo por Camilo Torres se fue extinguiendo el sueño de una juventud idealista. Por eso, cree que más que la palabra amor se tiene que pensar en la palabra respeto, pues ella nos llevará a un concepto más adecuado de lo que significa relacionarnos con el otro.

Su mayor preocupación es la construcción de una memoria. Temeroso de esas personas que afirman que el conflicto interno en Colombia nunca existió, desde joven sintió la necesidad de plasmar en sus letras las voces de aquellos que no la tenían. Sus novelas no podían ser meras autobiografías. Influenciado además por los pensadores Jean Paul Sartre y Albert Camus supo que “el deber de un escritor es ser responsable y no darle la espalda a su tiempo”. Así, se dio cuenta que la pluma habría de crear un puente entre los testimonios y el mundo de la esfera pública.

Afirma, por ejemplo, que en su vida sólo ha escrito un libro sino que diferido en ocho tomos. Su obra literaria parece reducirse al común denominador de la Violencia. Para esto, se ha dedicado a investigar a lo largo de toda su vida. Junto a su esposa realizaron un análisis de archivo, allí, comenta que al realizar una observación de la información en su cabeza las historias todas se fueron entrelazando; hizo de los hechos su fuente de inspiración, la memoria histórica ha sido una suerte de musa que lo ha inspirado a escribir sus libros.

Sin embargo, sus textos abren un debate ético. Una de sus preocupaciones ha sido si mediante sus textos o su investigación se está revictimizando a quienes protagonizan los relatos. Recuerda, por ejemplo, que un día una señora alemana radicada en Fusagasugá le escribió una carta. Él fue a visitarla, allá ella le explico que su libro ‘El pianista que llegó de Hamburgo’ le sirvió para reconciliarse de ese odio que había albergado toda su vida por los bombardeos de la segunda guerra mundial. Jorge Eliécer destaca entonces que “la literatura por lo menos pone a pensar y a reflexionar”, ofrece la posibilidad de analizar desde otra perspectiva las trayectorias de vida de aquellos que están dispuestos.

Sentado en el escritorio de su casa rodeado de numerosos estantes y de sinfines de páginas su cabeza cavila imaginando historias. Escuchando a Aznavour piensa en que quizás ya es momento de escribir algo de poemas o de canciones “al estilo de los mejores boleros románticos”. A su lado, la soledad de su casa apenas permite que la música del gramófono resuene al son del tango mientras afuera las personas llevan a cabo su día. La poesía no siempre viene de lo romántico, afirma, a veces viene de las grandes decepciones de la vida.

Sus historias pueden parecer ficciones, pero él mismo dice que quizá son más reales que la vida misma. De igual manera, su compromiso con la memoria es importante para comprender la construcción de una narrativa inclusiva. Jorge Eliécer considera que aún tiene tiempo para escribir cosas, desde canciones hasta poemas románticos. Su obra es el ejemplo de un bastión, de un mausoleo que merece ser visitado. Sus letras serán los espejos de una realidad que debemos afrontar todos con madurez.