El cuerpo descuartizado de un jarrón

Miércoles, 06 Diciembre 2017 09:44
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El Florero de Llorente es el símbolo de la Independencia que ha sido objeto de debate entre los historiadores. Desde el año 1960 se expone en un museo en el centro de Bogotá.

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En un marco de paredes y tinte blanco de una habitación, 15 jóvenes, la mayoría de acento paisa, se reúnen alrededor de una mujer de estatura media y cabello color azabache. Es la guía y en la tarde de este martes ha sido la portavoz de una Colombia colonial y de unos criollos deseosos de la separación real. Cada estación por el Museo de la Independencia - Casa del Florero, es una oportunidad para prometer el encuentro con el personaje principal. Ese es el enunciado final en distintos órdenes verbales y con varias frases sumadas de contextos. 

El historiador Liévano Aguirre describe el 20 julio de 1810, día que el cuerpo del florero apareció descuartizado.  En su compendio de Los  grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, se cuenta que antes del mediodía del viernes 20 de julio de 1810, un grupo de criollos empezaron a maquinar un plan que les había llevado días de debates y conversaciones dentro del Observatorio Astronómico Nacional. Nombres que están ligados a la historia. Antonio Nariño que trajo la declaración de Derechos al Ciudadano, el estudiante reconocido de la Universidad del Rosario, Camilo Torres, y por solo nombrar alguno más, el político José Acevedo Gómez.

Grietas que maltratan                                                                                 

Un español llamado José González Llorente es el causante del sobrenombre de este ser vivo muerto. En su tienda, al frente de la Plaza Mayor, también conocida como Plaza de Bolívar, resguardó el cuerpo del florero que se exhibe ante los ojos de quienes pasan, para convencerlos de que esa es la decoración que sus mesas necesitan. Pero este objeto con nombre de humano también causó molestias, se le catalogó como algo perteneciente a los españoles y a la clase social alta santafereña, en palabras de Sebastián Vargas, profesor de historiografía en la Universidad del Rosario, “artículo de lujo y suntuoso de acceso de las elites de la capital”. Justamente el blanco que los criollos buscaban en sus estrategias.

Nuevos visitantes llegan para juntarse al grupo de jóvenes ubicados en los alrededores de la imitación de la tienda de Llorente.  Así es el comienzo del recorrido. Invitando a todos a que cojan unas piezas cuadradas y las observen por los dos lados. Cada una tenía en una de sus caras la imagen de algún objeto de la época que se vende allí. Al otro lado, están los precios de algunos objetos, que aunque hoy pueden costar solo pesos, en ese entonces, y según las declaraciones de la guía, eran de gran valor pues todo su transporte por vía marítima involucraba mayores gastos. 

La convivencia del florero era en medio de oro, abanicos de telas finas, especias de la India y otros objetos con los que tuvo que contender por la atención. Anhelados por algunos pero rechazado por otros. El hecho de que su exponente sea de origen español, generó el repudio de ese grupo de académicos que Santa Fe de Bogotá les dio la vida pero España les entregó sus antepasados. Aguirre narra que desde finales del siglo XVIII, ellos van en busca de obtener mayor participación en las decisiones que involucra el Reino de la Nueva Granada.  La negativa de la Corona hace que los criollos tengan encuentros a escondidas para idear formas y momentos de lograr alzar su voz.

Su pasado y sus conexiones familiares lo hacen inalcanzable a las clases populares. Esas mismas clases que Rigoberto Rueda en El 20 de julio de 1810. Un episodio de protesta urbana en Bogotá afirma que también salieron a levantarse voz en contra del virreinato durante este periodo. Un sector cansado de los impuestos que la corona quería implementar, el ancla para que los criollos en cuestión de horas aglomeraran a más de 9 mil cabezas en una misma lucha real, tal como la guía cuenta.

¿Pero cómo es el rostro de este personaje que ha generado toda una discusión de los historiadores sobre si en verdad algún día nació? Pisando las baldosas del pasado, antes de llegar al encuentro con el personaje principal, William Vela, un estudiante de universidad, piensa que el florero es gigante. Quizá un tronco largo y grande, que es de porcelana, con orejas a los lados y con el cuerpo que abraza un ramillete de flores.  

Delicado como el huevo

Sergio Botero, historiador de la Universidad Javeriana califica a este hombre envuelto en la sangre española como un “símbolo, creado por la historiografía oficial, transmitido para generar unión entre los miembros del naciente Estado, creando un enemigo en común, aquel que por su mal genio y codicia, representa a la tiranía de los dominadores”. La táctica explicada en el texto de Aguirre,  del viernes 20 de julio, día de hacer mercado en la Plaza Mayor, es provocar un hecho que presione al virrey José Antonio Amar y Barbón para la creación de una junta Suprema de Gobierno en la que los criollos tengan voz y voto.

A través del marco que está abierto al público entran dos hombres a la tiende de José González de Llorente. Visten sus camisas de cuello alto, sus chaquetas a la cintura pero de cola larga, los guantes que decoran sus manos y los gorros del momento: forma triangular, con sus costados doblados hacia arriba. Entran y le solicitan a Llorente un florero, un florero de alta calidad y precio, un florero digno de la llegada de la visita de Antonio Villavicencio.

Mientras que Llorente baja del estante el florero que sus recientes visitantes solicitan, los dos hombres se miran. Después, le aclaran a Llorente que es un préstamo, este último hace alusión al precio tan alto del objeto y los dos hombres empiezan a reclamar si es a causa del visitante que se niega a prestar el florero. Uno de los  hombres se posiciona en el marco  y  empieza a gritar a todo aquel que está haciendo compras  el “chapetón” se atrevió a insultar a los americanos, causando el revuelo en la entrada, los golpes al tendero y la pelea  en la calle justo al frente de su tienda.

Todo el proceso se planeó para ser rápido y eficaz, pero de acuerdo a las letras del historiador Lévano Aguirre, se gastaron más de 10 horas, suficientes para que despellejar el cuerpo del florero dejara el rastro del paso de un huracán. Botero señala que también fue coincidencia el jarrón, ya que de no haberse escogido ese personaje, otra hubiera sido la víctima, el día y hasta y el símbolo patriótico. Pero el aparente choque de sus extremidades con el suelo, desencadenó en vidrios rotos, saqueo de tiendas,  que las antorchas iluminaran las calles  y los consejeros del Virrey se enfrentaran con las palabras de los criollos.

La extensión de esta figura es su dueño provisional. Los dos se interrelacionan con los llamados “chapetones” o españoles de la Colonia. La tienda fue su lugar de encuentro y el punto de la revuelta de aquel 20 de julio. Precisamente de la reacción de este comerciante, Aguirre cuestiona que se haya opuesto al préstamo de forma grosera y peyorativa ante la ascendencia de dos hermanos situados al frente de su vitrina. En su lugar, la razón pudo estar ligada a cuidar un objeto que “por haber prestado la pieza otras veces se iba deteriorando y perdía su valor”, sostiene Aguirre en su libro.

 José González Llorente es detallado con la apariencia de un hombre de avanzada edad y con una salud tan delicada como el mismo objeto decorativo hecho del material de una losa. Supuestamente todo es una actuación de los ilustres, una que termina con el estallido del florero y los golpes al comerciante español.

Los pasos avanzan detrás de la guía que lleva los pasos del grupo para la instancia después del marco blanco. Un cuarto con paredes de gama parecida a la luna, con baldosas de pigmento ladrillo, que dependiendo del día, se convierte en un recinto oscuro para que esos muros sean el lienzo de un vídeo. En esta ocasión está iluminado, la luz de color amarillo deja ver con claridad en la mitad una estructura rectangular. En su punta, un cubo transparente de vidrio que en su interior guarda el objeto de porcelana. 

Al acercarse, el objeto tiene una forma cuadrada pero heterogénea por la cantidad de accesorios y vértices que salen de un lado y otro. Es de color hueso y sus prendas son hojas, algunas amarillas o verdes, trenzadas por tallos delgados marrones. No tiene una altura mayor a los 50 centímetros y su interior parecería el sitio ideal para salvaguardar las joyas de una mujer. Tiene dos rostros y en ambos hay un sello grande divido en cuatro partes, en esas secciones se destacan los dibujos que rememora los símbolos de algún reino. El dorado dibuja a castillos medievales y a leones representados en reyes con sus coronas en la cabeza.

Vea la nota que hizo Plaza Capital sobre Manuelita Sáenz, otro personaje histórico de nuestro país.

Un comienzo de la historia

Aunque su tamaño no es exuberante, la cantidad de lentejuelas es de la misma medida que su significado. Sebastián Vargas indica que “a partir de este suceso, de la revuelta del 20 de julio, se desencadena toda una simbología que habla de un proceso que duró hasta mediados del siglo XVIII”.

Esa revuelta que nombra Vargas, o como prefiere apodar Botero, trifulca, es necesaria para que en las paredes de un museo se recopilen las actas de la manifestación de la ayuda innecesaria, porque después de este acontecimiento se desarrollan una serie de eventos igualmente importantes en la conformación de la Independencia. A las 3 de la mañana del 21 de julio de 1810 se crea una Junta conformada por los criollos y la presencia del virrey. En el año 1811, Cartagena repite los sucesos a kilómetros de distancia de la capital, y un año más tarde el cuento que dura hasta 1820, Cundinamarca duplica nuevamente la historia con la redacción de un papel añejo y una tinta de alguna imprenta manual.

Sebastián Vargas hace parte de ese grupo de investigadores sociales de la historia que dedican su tiempo a redactar pensamientos sobre la presencia de este objeto humanizado. En su artículo Resemantizar la Independencia y pensar la ciudadanía: El proyecto de renovación del Museo de la Independencia Casa del Florero, señala que la materia del cuerpo del florero hasta hace poco cambia de ambiente, su atmósfera era en un “Museo-templo  que  representó  el  lugar  de  enunciación  y  de  legitimación  de  una  minoría  cultural  y  política  bogotana  y  su  específica  interpretación  de  la  historia”.

Hoy en día, ese cuarto que en ocasiones apaga las luces para que la iluminación sea gracias a los videos, expertos y visitantes relatan su experiencia cuando ven y conocen la vida de la extensión de José González de Llorente. Para Vargas, esto hace parte de  “pretender hacer  más  verosímil  y significativa  la  pieza,  haciendo  que  los  visitantes se interroguen por su sentido actual y no simplemente promoviéndolo como espectáculo o fetiche”.  No niega que la exclusión de quién y cómo se cuenta su historia siga siendo controvertida pero acepta que su imagen en la opinión pública ha cambiado. Para que la construcción de esa duración en vida tenga las voces que le quepan, y las historias que se acumulan queden retratadas en las estatuas y réplicas de un recinto histórico.

Las miradas juveniles que se fijan en su composición son de detalle, acompañadas con palabras de asombro por su tamaño y sobre la falta de verdad a su nombre. La propia voz del florero desvanece en la mezcla de las versiones. Para Laura Sandoval, otra visitante del museo, el florero es solo una base, un cuadro mediano que ella describe con sus manos. Para la guía, tiene rastros de los ceniceros en los salones de baile de las mujeres con faldas  acampanadas y señores de bota alta. El encuentro esperado del florero con la gente avanza en medio de los clics de las pantallas de sus teléfonos. Mientras tanto, la estrella se queda en pose estática y con sus oídos sordos es testigo de los cuidados que sus guardias y voces hacen para seguir manteniendo la calidad de esas lentejuelas, de su tamaño y de su historia.