“¿Cómo esta, Juan Camilo? Vamos a una cafetería aquí abajo, estoy que me parto del hambre”.  Mientras bajamos hablando y riendo, percato el acento de un rolo vivió en Cali 11 años. Prácticamente toda su niñez. En la capital del Valle, Pasca, como todos le dicen, conoció lo que tenía que conocer, según Cristian, uno de sus hermanos mayores. Desde los cinco años rodeado de ensayos, guitarras, pianos, micrófonos y baterías lo saludó el mundo de la música. La dinastía estaba completa. Diego, su otro hermano, y Cristian Pascagaza necesitaban alguien que manejara el ritmo, un baterista.

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El lugar. La entrevista se desarrollaría en una cafetería. Con el sonido de  máquinas para hacer tinto y licuadoras de fondo. “Un jugo de fresa en leche y un pansanduche”, pide Manuel. Tiene el cabello largo. Un par de canas se resaltan. Vidrios delante de sus ojos. Usa brackets y tiene una perforación en su oreja izquierda. Tiene su estilo marcado. No parece tímido ni reservado y, en realidad, según su mamá, nunca lo fue. Aura, quien vive ahora en Pereira, lo describe desde pequeño como alguien inquieto, juguetón y cariñoso.  Tanta fue su energía de niño, que, como todo pequeño, desordenaba y rompía cosas y una de esas fue su brazo derecho.  

Llega el vaso lleno de espuma color rosa con una gota cayendo por el borde y un pan muy grande con queso gratinado por encima. “Muchas gracias”, sonríe y asiente.

Hablamos de todo mientras come. Me cuenta sobre sus proyectos presentes y a futuro. Afrotumbao, Caravanchela y Mordanchash hacen parte de estos. Tres bandas diferentes. Una de ellas proveniente de la costa Pacífica y las otras dos capitalinas. Con Caravanchela logró participar en el festival South by Southwest (SXSW) en Austin, Texas, Estados Unidos, a comienzos del 2017, momentos que recuerda y comparte con orgullo. “Parece que ya se abre campo en la escena de músicos independientes de la capital”, afirma Diego, su hermano. 

Se acaba el jugo y el pan gigante. Ahora solo tiene la atención en lo que le estoy preguntando de forma muy escueta y lo que estamos hablando.  Los fuertes sonidos de la cocina nos distraen un poco. “Camine para el apartamento, allá podemos hablar bien. Solo quería comer algo”. Mientras subimos por la calle hacia el edificio me sigue contando de sus proyectos musicales.

Camina despacio, con calma. Con mucho y a buen ritmo. Parece que todo fluye para él. De vez en cuando golpea sus piernas proponiendo algún compás.  La música rige su vida. Todo lo que hace, deja de hacer y quiere hacer está relacionado con la música. Su hermano Cristian afirma que esto lo llevará lejos. El estar metido en el arte desde tan pequeño hace que sus conocimientos sean amplios y certeros. Pero es duro  juzgando colegas. Todos esos conocimientos lo vuelven arrogante y déspota frente a los músicos que lo están intentando y que están entrando a la movida. Según Cristian, si a Manuel algo no le gusta, no le gusta y le da duro.

Llegamos al edifico. “Buenos días”,  saluda al vigilante con una buena sonrisa.  

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En el tercer piso un apartamento iluminado. Piso de tres músicos que viven solos en la capital. Sin sofás, sillas o tapetes de centro. Solo un piano, una mesa, un televisor, juegos de batería, un armario, y recostado en este una bicicleta. Pasca de doce a tres de la tarde trabaja en Rappi, una aplicación en la que lo contratan para hacer domicilios y usa su bicicleta para esto. Puede trabajar a la hora que quiera, pero tiene su horario fijo. Sabe que las tardes y noches pertenecen a la música, para  shows o ensayos. Trabaja en Rappi para tener algo más de lo que gana con los toques. Para ahorrar y empezar a tener dinero que sabe que no gastará y que se irá directamente a asuntos musicales.  Quiere ser algo más que un baterista. Quiere hacer su propia música, grabar sus canciones y tener su propia banda. Por ahora es músico de sesión, pero aspira hacer lo suyo. Para esto se necesita pasión, talento y dinero. Tres aspectos, él lo sabe, y busca el tercero como puede. “Quiero conocer el mundo con la música y toca mirar cómo se hace, pero se hace”.

“Ayer estuve en Canal 13 con Afrotumbao, venga lo vemos y después seguimos con la entrevista”, me dice. Pone un cajón español a mi disposición y ahí me siento. Conecta unos bafles externos para que suene más “sabroso” mientras comemos papas de paquete y tomamos té frío.

Vemos a Afrotumbao en televisión y esta su cara en la pantalla. Se ve muy tranquilo, sonriente y confiado. Estar en público no le causa gran problema. Manuel hizo teatro los últimos años de colegio, ha de ser por eso que se muestra sereno estando en un escenario. Muy seguro, sonriendo. Así actuó en El barrio,  una obra montada por Omar Martínez, director del grupo de teatro del colegio Minuto de Dios. La actuación también hace parte de la vida de Manuel. Arte al que le corresponde con talento e iniciativa, según Manuela González, actriz de la misma obra. Su vida está rodeada de arte.

Comentamos el programa, tomamos sorbos de té, seguimos hablando de todo y de nada. No tiene novia, ni ha tenido nada serio. Desde el colegio se vio como una persona arrolladora, fuerte y entradora. Coqueto, pero sin interés de tener nada serio. Andrés Manrique, amigo de infancia, nos cuenta. Manuel hace reír a quien lo rodea, conoce mucha gente y  se ve atento con las mujeres, pero igual “no me convence estar con una mujer que no llene mis expectativas. Por el momento la paso rico, la paso bien”.

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Apaga el televisor, se voltea y me mira. “Ahora sí, hagámosle a la entrevista”. Lo que él no sabe es que ya tenemos lo que se necesita. Mientras comimos, caminamos, miramos televisión. En los momentos  donde no paramos de hablar, se hizo la entrevista sin formato fijo. Hablamos otro rato, terminamos el té y me despido de una de las tres partes de la dinastía, nombre que adoptaron por idea del  vocalista de  Afrotumbao. Tres Hermanos, tres músicos, tres instrumentos, y Pasca como el ritmo en esta cuna.  Dinastía.

 “Manuel es: Extrovertido, talentoso, perseverante, entusiasta, visionario, emprendedor, humilde… Soñador”.  

Voces de ocho amigos cercanos.