Una semana experimentando la Cienciología

Martes, 22 Marzo 2016 09:58
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Durante ocho días, me puse la tarea de pertenecer a una de las religiones más populares y controversiales del mundo. La Cienciología, desde su fundación, ha crecido desmedidamente en medio de polémicas acerca de lavado de mentes, enriquecimiento ilícito y acoso.

Scientology||| Scientology||| Fotografía: Creative Commons|||
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Día 1

El barrio Santa Bibiana es un sector muy top de la ciudad. Me preguntó cómo es asistir a reuniones religiosas los domingos en un barrio como ese, seguramente es muy diferente a las misas de un barrio más popular en las que se cantan efusivamente los coros dominicales. Me estoy acercando a la sede de la Iglesia de Cienciología de Bogotá. Es un moderno edificio de ocho pisos, ubicado en medio de lujosos hoteles, oficinas y casas de 800 millones de pesos. Estoy asustada, no sé por qué siento tanta presión antes de entrar. Tal vez por lo que ha significado la Cienciología, siempre ha sido para mí un universo desconocido.

La Cienciología es una religión creada por L. Ron Hubbard, que predica que los humanos somos seres espirituales inmortales que han olvidado su naturaleza, que deben liberarse de cargas negativas o limitantes y así mejorar su vida presente y futura. Según Hubbard, todos somos seres espirituales o thetans, que estamos apresados por seres que no son de esta galaxia y que si practicamos la Cienciología podremos desarrollarnos libremente por fin. Los cienciólogos creen además que existió un dictador en la Confederación Galáctica, llamado Xenu, que hace 75 millones de años trajo miles de personas a la Tierra en naves espaciales, las puso alrededor de volcanes y las aniquiló. Sus almas se siguen pegando a los thetans, creando caos y estragos, por eso, debemos liberarnos de ellas, sólo así seremos felices. La Cienciología, sin embargo, no hace mención públicamente de Xenu ni del incidente intergaláctico, para saberlo, los creyentes deben alcanzar un avanzado nivel de conocimiento.

El edificio ocupa toda una esquina y cuenta con dos entradas, una en la calle 100 y otra en la carrera 19. Observo por el vidrio, hay muchos libros del señor L. Ron Hubbbard, todos se ven iguales. Junto a mí se para un extranjero con una gran mochila en su espalda, observa con igual curiosidad el interior de la iglesia. Camino por las afueras del edificio, en los casi 10 minutos que llevo en esas, cerca de seis personas se acercaron a la sede por curiosidad. El edificio es llamativo y elegante, además los símbolos que en él se exponen son tan peculiares que se roban las miradas por momentos. Hace tan sólo un año fue inaugurado en un gran evento, al que asistió hasta el presidente de la Cienciología. Hace tan sólo un año y ya tiene cientos de adeptos.

Es hora de entrar, me dirijo a la que parece la puerta principal, justo debajo de un gran aviso en el que se lee “Centro de Dianética y Scientology”. El lugar es bastante amplio, me recibe una joven vestida de color café, en el pecho carga un prendedor con el símbolo de la Cienciología, una S con dos triángulos encima. La S representa la palabra Scientology; el triángulo inferior se denomina el Triángulo ARC, que representa las palabras Afinidad, Realidad y Comunicación; y el triángulo superior es el triángulo KRC, que representa los valores de Conocimiento (Knowledge en inglés), Responsabilidad y Control.

Pido información acerca de la iglesia y la religión.

  • Si quiero hacer parte de la iglesia, ¿Qué debo hacer?
  • ¿Quieres hacer parte del staff o quieres aprender de dianética?
  • Me gustaría ser ciencióloga.

Después de eso me mira con desconfianza, y me dirige un “mm, bueno, ven por acá”. Me dice que hoy no me puede ofrecer información, pero que siempre puedo ver los videos si quiero, sólo que hoy no, están haciendo una especie de inventario. No me queda más que preguntarle cuándo puedo volver y cuándo van a realizar actividades o seminarios. Me dice que “mañana es el día, dará una conferencia un comediante que se llama Yermanie, ¿lo conoces?”. Obviamente no lo conozco. Volveré en la tarde.

Día 2

Miro el reloj del celular, son las 2:55 de la tarde, se supone que el seminario empieza en cinco minutos. Uno de los guardias abre la puerta por mí y entro a la iglesia. No hay nadie en la recepción. Estar en el primer piso de la iglesia es como estar en una librería, adonde se mire hay libros de Hubbard, cientos de ellos. Hay uno que se titula ¿Cómo tener un bebé feliz?, en medio de otro que se titula Los problemas del trabajo y otro que dice Manual para Preclears.

La recepcionista me saluda, todos en la iglesia siempre parecen muy amables, pero me da la impresión de que son quisquillosos. Le pregunto por la conferencia que va a dar el comediante, pero según ella acaba de terminar. Nadie me avisó que sería antes, se están quedando cortos con los avisos parroquiales.

No sé por qué nadie en la iglesia me dice su nombre, pero siempre alguien quiere sabe el mío. Me han hecho firmar una minuta cada vez que entro, además de que, por cada metro cuadrado de la iglesia, hay un trabajador o cienciólogo que pregunta mi nombre. La recepcionista me dice que Yermanie está por ahí, por si tengo dudas acerca de la Cienciología, que le puedo preguntar muy rápido.

Me acerco entonces al comediante, que está rodeado de gente que se mueve nerviosa e intenta saludarlo. Él los mira desde arriba y sólo les sonríe. Antes de que salga, cuando ya está solo, me presento. Como los demás cienciólogos no me dice su nombre, por suerte ya lo sé, para ser un comediante reconocido no es muy amable que digamos. Como quiero ser ciencióloga, creo que debo preguntarle cómo es la religión, y si vale la pena seguirla. Me dice que sí, obvio. El tono que utiliza para hablarme es muy similar al de la recepcionista y los demás voluntarios de la iglesia, es despectivo y desconfiado. Me dice que mire el vídeo que está subido en la página de Scientology Bogotá para conocer su testimonio.

  • Pero no estoy segura de qué tan buena sea la Cienciología, quiero saber si vale la pena. – Insisto.
  • Pues a ver, mira, esto cambió mi vida. Ahora soy excelente en lo que hago, empecé a ganar en todo, le cogí ventaja a todos. - Dice, y luego se va.

Todos los cienciólogos que me rodean empiezan a asentir con la cabeza, una señora está con la mano arriba y todo, parece iglesia cristiana gringa. Una joven grita en el fondo que es verdad lo que dijo Yermaine, que ahora ella saca sólo buenas calificaciones en la universidad. No está mal, si es que es así. La recepcionista me ve, creo que se dio cuenta que yo no debería estar aquí sin hacer nada, que tal vez debo estar en uno de los cubículos con televisores viendo vídeos. Me escabullo antes de que me siga, creo que eso de ser ciencióloga no está tan mal después de todo.

Día 3

Lo de ser ciencióloga va muy mal. Entrar a ese lugar es como entrar a una sala de velación, tan incómodo, tan silencioso, tan sombrío. Hoy me siento diferente, creo que todo va a salir mal. Entro por tercera vez en la semana al edificio, esta vez los guardias no me miran tan mal. De nuevo, hay una recepcionista diferente, ella es más tímida, pero lleva también los símbolos de la Cienciología en su pecho. El más grande es una cruz con cuatro rayos diagonales en cada vértice. Esta, según sus creencias, divide la fuerza de vida del thetan en ocho divisiones llamadas dinámicas. Juntos, los brazos de la cruz y los rayos simbolizan ocho dinámicas. Es por la vivencia de esas ocho dinámicas que se alcanza la salvación.

Firmo la minuta, como las otras veces y le cuento el motivo de mi visita, como las otras veces. No sé por qué siendo considerada una de las religiones más corruptas e interesadas en el ingreso, no se han tomado en serio mi solicitud de querer entrar a sus prácticas. La recepcionista, que no mencionó su nombre, como siempre, me pregunta cuáles son mis jornadas estudiantiles, para saber si puedo empezar a trabajar con ellos en algún momento. No me parece mala idea, creo que, si de una simple intención por convertirme resulta un buen trabajo con buenos ingresos, valdría la pena quedarse. Le cuento que un día entre semana me queda imposible trabajar en jornada completa, y me ofrece un trabajo para los fines de semana, con horario atractivo, pero lo hablaremos después.

Me lleva al centro del primer piso de la iglesia. Más libros de Hubbard, cajas de DVD, kits completos sobre Dianética (el concepto base de la Cienciología) en empaques que se parecen el kit de magia de Gustavo Lorgia. Me sienta frente a un televisor de unas 50 pulgadas, con un avanzado sistema de sonido a los lados. Cada uno de los cubículos con los televisores, tiene a los lados afiches de Hubbard, de la Cienciología, y del tema del que trate el vídeo.

El vídeo que debo ver es una introducción a la Dianética, la creencia base de la Cienciología. Según ella, todos tenemos miedos y enfermedades, que deben ser tratados en terapias llamadas auditaciones. La auditación se lleva a cabo entre un especialista y un preclear (aspirante de Cienciología), que debe librarse de sus miedos y limitaciones (denominados engramas). Los engramas se acumulan en una parte de la mente llamada reactiva, que debe ser eliminada para dar paso al desarrollo de la mente analítica, que guarda los deseos racionales y las decisiones inteligentes. Al triunfar en la Dianética y en la Cienciología, nos convertimos en clears (aclarados en inglés), seres capaces de utilizar toda la mente, seres inteligentes y limpios.

Obviamente el vídeo me explica de otra forma la Dianética, combinando expresiones sencillas como “miedos”, “experiencias pasadas” y “conocimiento”, con expresiones totalmente desconocidas, y a mi parecer, tramposas, como “clears”, “thetan” y “física nuclear”. Aparte de la terribilísima actuación de los participantes del vídeo y de las situaciones ridículas que planteaban, estar en el sofá viéndolo me hacía sentir bien, me quería quedar y ver más telenovelas improvisadas, ver las historias que creaban con una simplicidad que resultaba atractiva. Además, si sigo las instrucciones podré explotar toda mi capacidad mental, seré más inteligente, más creativa, más feliz. Sólo queda esperar.

Se acaba el vídeo y puedo aprovechar para fotografiar discretamente los avisos junto al televisor. Llega la recepcionista y me pregunta si ya realicé el test gratuito de personalidad. Por obvias razones no lo he hecho, a duras penas me han mostrado el primer piso de la iglesia. ¡Qué cerrados son los cienciólogos! La muchacha me lleva con otro joven, por lo que veo, la mayoría de los que asisten y trabajan en la iglesia no son mayores de 25. Tal vez por eso me quieren. El muchacho no habla ni poquito, le pregunto si puedo presenciar las actividades y ceremonias que realizan. “Una vez realices el test y todo verás que acá todo es muy personal, y no se puede presenciar nada”, me dice. Después de pasar en medio de los 10 televisores en los 10 cubículos ubicados en el centro del primer piso, llegamos al otro extremo de la iglesia, justo al frente de la entrada de la calle 100.

Ahí, en otra recepción me atienden otras dos cienciólogas. Me hacen llenar un formato con todos mis datos. He leído, visto y escuchado muchas cosas de la Cienciología. Han culpado a la religión de ser una práctica que lava las mentes de las personas, que las extorsiona y les roba vilmente y en sus caras todo su dinero, que tortura física y psicológicamente a los participantes, que ha tenido y tiene líderes locos y psicóticos, que persigue a sus creyentes, los presiona y los manipula. Es una religión que no tiene puerta de salida, una vez se es cienciólogo, es difícil, casi imposible, dejar de serlo. Gracias, no gracias, prefiero no poner mi dirección. Escribo mi nombre y mi celular, invento una dirección de vivienda y no escribo el número de cédula.

Estas personas buscan siempre sacarme datos. Me preguntan luego mi edad, mi profesión y mis intereses. Respondo por inercia. Me llevan a un pupitre, uno entre otros seis ubicados en filas. Me entregan un test de 200 preguntas, me siento presentando el Icfes. Antes de comenzar debo poner de nuevo mis datos, ¿cómo es que era la dirección de mi casa?, no importa, invento de nuevo. A mi lado se sienta un señor que grita en lugar de hablar, lee todo el test en voz alta, hasta su nombre y dirección. Las personas que entran a la iglesia son nerviosas e inseguras, son tímidas y ansiosas, se mueven porque los asistentes se lo ordenan, dependen de un guía constante.

El Test de Análisis de Capacidad Oxford (OCA), parece confiable a primera vista, bueno, es de Oxford. Busca medir, según lo que dice acá, los rasgos de mi personalidad, mi estabilidad, mi nivel de felicidad, de nerviosismo, de autoestima, de comunicación, y así. También dice que me llevará una hora responderlo. Todos los pupitres están muy ordenados y arreglados, todo en la iglesia tiene demasiado orden para mi gusto, tanto, que parece artificial. Las preguntas del test están muy sencillas, no hay forma de que lo pierda. Salen preguntas como: “¿hablas despacio?”, a las que sólo debo contestar “sí, “no”, o “es incierto”.

Pero ahora, la cosa se está tornando violenta, como todo lo demás en esta religión. Paso entonces de contestar “¿te interesas por los demás?” o “¿comes despacio?”, a “¿has considerado el suicidio” o “¿te parece la vida vaga e irreal?”

Esto me parece vago e irreal, por alguna razón, el test me incomoda. No debería, es de Oxford y está valorado en unos 500 dólares, yo lo estoy haciendo gratis. Ya por fin no hay más preguntas. En la parte final hay una advertencia, en letra pequeña. La leo y dice: “el OCA mide las ideas que una persona tiene de su personalidad, y que son por tanto de naturaleza religiosa, diseñado por líderes religiosos (no por científicos), administrado por miembros de la comunidad (no por psicólogos profesionales). Se evidencia completamente que es un test religioso siendo ‘capacidad’ un término religioso de Scientology”. O sea, en pocas palabras, ya me engañaron. ¿Cómo es posible que no haya presentado un test científico de Oxford sino una monitoría religiosa?

Mientras tomo foto a la prueba reina del engaño, por detrás se acerca la chica que me está supervisando, y como si sintiera que estaba registrando la imagen, se acerca y me grita casi al oído: “¿Ya?”. Como ya había acabado, mi recompensa era mirar vídeos. Los Derechos Humanos, de eso trataba el segundo vídeo que vi en Scientology. No sé cuánto habrá durado en realidad, pero lo sentí como de 3 minutos. Tenía animaciones y testimonios, mostraba la importancia de los Derechos Humanos, su historia y evolución, no mostraba nada de Hubbard ni de la iglesia.

Los resultados de mi test están listos. Al fin podré saber cuál es mi personalidad. La encargada de leerlos se llama Andrea, por fin alguien se presentó amablemente. Me invita a su oficina, que queda abierta al resto del primer piso y que está igual de ordenada a todo lo demás. Antes de comenzar, Andrea me pregunta si estoy segura de querer conocer los resultados, porque en el test salió que soy demasiado criticona y que tal vez le ponga problemas.

De un momento a otro, la amable Andrea comenzó a gritarme de la nada. Me regaña por los resultados, grita a todo pulmón que soy intolerante, que tengo baja autoestima y que soy iracunda. Lo peor, me presiona para que le explique desde cuándo soy como soy, me pregunta desde cuándo soy activa y animada. No lo sé, no lo sé, y no lo sé, le digo. Ella se niega, no acepta la respuesta. Yo debería saber desde cuándo soy como soy, si fue un trauma lo que me formó. No lo sé, de nuevo, no lo sé. Me dice que soy muy distraída y en ese momento me pongo a pensar en qué momento podré salir de ahí y si Transmilenio estará muy lleno cuando lo haga, al fin y al cabo, es la calle 100. Vuelvo con Andrea, me dice que mi peor área de desempeño es la comunicación, que no estudie nada con eso, ni de chiste. Oh, la ironía.

Después de casi media hora, Andrea me hizo sentir como lo más bajo que existe en este mundo, y no sin antes aclararme que todo puede y va a empeorar, y que, si hoy estoy mal, mañana voy a estar peor. Andrea me insulta frente a todos y sale, se va y me deja sola en su oficina. Supongo que es así que crean la necesidad. Tratan a los posibles clientes como escorias, les aseguran que van a empeorar, y se van. “Espera, ¿entonces qué debo hacer para mejorar mi vida?”, pregunto, para que vuelva. Andrea es otra vez cordial, se alegra de que quiera progresar. Me presenta a John, el joven que me había hablado antes, él es el encargado de recomendarme los cursos.

Ser cienciólogo es estudiar una carrera, el camino hacia la iluminación es larguísimo, tedioso y caro. Después de hacerme sentir de nuevo como lo peor, John, que usa en su mano derecha un anillo tipo campeón de Superbowl que dice “Scientology Bogotá”, me recomienda el curso ¿cómo valorarse a sí mismo y a los demás?, de Hubbard, claro. El libro, y el curso me cuestan cien mil pesos, y si soy juiciosa lo saco en dos o tres días. Pero es el primero de muchos, de cientos de miles, el primer paso de un camino larguísimo ilustrado en un organigrama gigante con muchos niveles. Todo eso para ser un clear.

Me retiro sin pagar. Tomo fotos del resto de los televisores. Voy a la recepción por información acerca de eventos. No hay próximos. La recepcionista sigue ofreciéndome empleo, esta vez, uno los fines de semana. Me llamarán. Por primera vez puedo mirar de nuevo la minuta antes de irme, casi 30 personas entraron después de mí, en un lapso de hora y media. Salgo de la iglesia más deprimida de lo que entré, así qué ganas de vivir con lo que me dijeron. Camino por la iglesia nerviosa, Andrea y John me miran como si me hubieran visto desnuda, en cierta forma lo hicieron. ¿Cómo hacen Tom Cruise y John Travolta para actuar contentos en las alfombras rojas? ¿Estoy yo en serio tan mal y necesito el cambio en mi vida que ellos ofrecen? ¿Debería en serio ser ciencióloga?

Meh.

Día 4

Me citaron un sábado a las 9 de la madrugada para una entrevista de trabajo. Hoy podría ser el día en que me vuelva ciencióloga, hoy es el día en que menos quiero serlo. Las nueve y diez minutos de la mañana y ya están entrando las personas a clase. Un hombre, de unos 40 años, se presenta como Mauricio, dice que él será el encargado de mi proceso de contratación. Viste todo de negro, ya lo había visto en mi visita anterior (cuando también vestía del mismo color, de pies a cabeza), un buso cuello tortuga provoca que las manos y la cara sean las únicas partes de piel que resaltan a simple vista. Parece una persona intimidante, los empleados se le acercan nerviosos y le hablan, uno de ellos le pide una escoba para barrer la acera de la carrera 19, otro le pide los implementos para lavar los baños.

Nos sentamos en dos sillones atrás de unos televisores. La idea es empezar a hablar del horario que me sirve para trabajar. Le digo que puedo únicamente los fines de semana. Él me responde que tiene horarios disponibles para esos días, pero solamente en producción, lo que significa estar trabajando en un único puesto todo el día, ser recepcionista de tiempo completo, limpiar los libros y pisos y cosas así. Pero a Mauricio le preocupa que pueda sacar todo adelante, que cumpla en la universidad y que cumpla en la iglesia, como sólo es producción los fines de semana, tendría que volver entre semana mínimo tres días, leer, estudiar y conocer la religión. Estoy comenzando a pensar que para trabajar en la iglesia hay que estudiar también en ella y ser ciencióloga de tiempo completo. Él no lo dice, tal vez cree que lo sé, no lo sabía y es un gran repelente. Tendría entonces que comenzar un curso en la iglesia, terminarlo, y leer los libros, además de mantener las instalaciones bien presentadas. Todo a cambio de que los generosos cienciólogos paguen mi curso y me den un pequeño bono semanal

Por alguna razón, Mauricio empieza a hablarme de Jaime Garzón: “Si vemos desde la dianética la vida y carrera del periodista, nos daremos cuenta que él tomó varias decisiones irracionales que lo llevaron a su muerte”, dice. Habla como resentido, me dice que le molesta que Jaime haya cobrado por ayudar a víctimas del conflicto, por repararlas y confortarlas. Yo creo que eso es lo mismo que hacen ellos, ¿no? Sólo asiento y le sonrío. Las decisiones que llevaron a la muerte de Jaime fueron, según Mauricio, haber decidido no tener hijos y haber decidido no vivir más de lo que lo hizo su padre, asesinado cuando él era un niño. Según él, este es un claro ejemplo de cuando la mente reactiva (de los miedos y malas experiencias) actúa sobre la mente analítica (de las decisiones racionales).

Si yo empiezo a trabajar desde hoy en Scientology, debo aprender a no predisponerme a hacer las cosas, a tomar decisiones racionales, y a no ser como Jaime Garzón. Volverse clear es posible por medio de una técnica de la Cienciología llamada auditación, un tipo de rehabilitación en el que se reviven experiencias traumáticas o malas para luego eliminarlas. “Eso es igual que el psicoanálisis, ¿no?”, le pregunto. Creo que estuve cerca de recibir un golpe en la cara. Mauricio se alteró demasiado y puso un grito en el cielo, “noooo, nunca nos compares con esas cosas”. Las personas a nuestro alrededor nos miraron. Nunca creí que fuera una ofensa compararlos con los métodos de Freud, fue como si hubiera jurado el nombre de Hubbard en vano.

Preciso tengo algo pegado al lente de contacto. Por ahí Mauricio pensará que estoy conmovida por sus palabras, los lentes me están haciendo llorar. Se supone que ya cuadramos un horario, trabajaré sábados y domingos de 9am a 7pm en producción, estudiaré entre semana y vendré a clases al menos tres veces por semana. Dependerá de mis habilidades y gustos el área en que me ubiquen. Hay muchos trabajos en la iglesia y por eso vamos al cuarto piso, al área de personal. Antes de subir, le pido permiso para ir al baño y poder lavar mi lente. Lo hago, me sorprende que hasta los baños rechinan de lo limpios, el jabón sale automáticamente y las toallas de papel están dobladas en triángulos al lado del lavamanos.

Al salir, mientras subimos por el ascensor, Mauricio me dice que las enfermedades de mis ojos son curables, que la miopía y astigmatismo se pueden tratar con la auditación. ¿Cómo es que supo cuáles eran mis enfermedades? Además, si leo en los buses el material de la iglesia, no se me va a desprender la retina, así que soy libre de hacerlo, dice entre risas. No sé cómo ha hecho este señor para asustarme todavía más, no entiendo cómo convence a las “personas de mentes débiles” que sostienen la religión. Mucha labia, y mucho hablamierdismo, supongo. El cuarto piso es gigante, en el medio hay un organigrama de las obras de Hubbard y los pasos que hay que seguir para ser un clear. Hay más libros, pareciera que las 1084 obras publicadas por Hubbard, estuvieran repartidas en el edificio. Ojalá el señor hubiera sido más agraciado físicamente, con eso no me molestaría encontrar su foto hasta en los baños.

Mauricio me lleva a su oficina. Es pequeña, limpia, sin ventanas y sin nada que lo distraiga. La única decoración es un cuadro con una cita de Hubbard que dice: “Un puesto en una organización de Scientology no es un trabajo. Es un deber y una cruzada”. Mauricio prende el computador, el fondo de pantalla negro, igual a su ropa tiene en el centro la cruz de la Cienciología. Me empieza a contar cosas sobre la organización de Scientology. Según él, desde la sede central en Los Ángeles, cuentan todo, absolutamente todo lo que pasa en las centrales del mundo. A pesar de no ser reconocida aún como religión en Colombia, sino como organización sin ánimo de lucro, Mauricio dice que en el edificio en el que estamos se invirtieron cerca de 60 mil millones de dólares. Todo el dinero invertido tiene que ver también con el sector en que se ubica la iglesia, que según él es uno de los sectores que “más necesidad tiene de la Cienciología”. Más necesidad y más dinero, más bien.

La sede de Bogotá compite entonces con la de Roma, la de Estados Unidos y las de los demás países. Por eso cuentan todo, el ingreso de capital y de personas. Según Mauricio, desde que entré a la iglesia e hice el Test de Personalidad ya estoy en el sistema de la Cienciología, y los líderes ya conocen mi existencia. Así que soy ciencióloga desde hace un rato y no me lo habían dicho. Para competir y ser la mejor iglesia, deben entonces contratar el mejor personal. Para eso me toca realizar un Test de Inteligencia, el resultado debe ser mayor a 110, porque si es menor, y si estoy por debajo del promedio que es 90, me convierto en una “carga innecesaria” para Mauricio. Así lo dice, debo estar por encima del promedio, acercarme a los 135 que supuestamente tenía Einstein.

Otra cosa, si llego a entrar y no me gusta mi trabajo, debo ser reservada y mencionárselo sólo a Mauricio. Una vez una muchacha renunció en una reunión pública, y eso provocó que casi no pudiera salir del sistema, porque creó “una sensación de pérdida en el resto grupo”. Yo no sé qué le habrá pasado a la muchacha pero me imagino que no la dejaron salir tan fácil, Mauricio me dice que la ruta de salida de la iglesia es larga, que si me voy antes de dos años, me toca pagar los cursos que haya hecho, es decir cerca de 200 mil pesos. Mauricio lleva tantos cursos, que si renuncia tendría que pagar 2 millones del curso que está realizando.

Salimos, y luego entramos a una sala. En la mesa hay un dispositivo naranja pequeño que dice “Hubbard Professional Mark Ultra VIII”, es un E-Metro, un dispositivo que graba la actividad cerebral. Mauricio me entrega el test. Dice arriba “Test de capacidad mental Novis”, son 88 preguntas, este sí es peor que el Icfes. No sé si deba responderlo muy mal para sacar 80 y no tener que trabajar ahí, o hacerlo bien para simplemente saber mi puntaje. Me abstengo de responder todas las preguntas de matemáticas, las respondo al azar.

Salgo de la sala, demoré media hora realizándolo, 10 minutos menos que el promedio, según Mauricio, que entra al sistema en su computadora y encuentra mis datos registrados. El puntaje es de 125. ¿Cómo es posible? No respondí muchas preguntas, unas las respondí mal a propósito y, ¿sólo estoy a 10 puntos de Einstein? Imposible.

Mauricio dice que quieren a alguien de mi inteligencia, que con ese puntaje podría ser hasta ejecutiva, y pasar de ganar 50 mil semanales a 200 mil, como él. Sólo se necesita dedicación y querer ser eterna, hacer valer los derechos de mi alma –no sabía que el alma tenía derechos-. No importa si soy de otra religión, ahí hay un muchacho rastafari que trabaja en producción –no sabía que el rastafarismo era una religión-. Otra cosa, debo reconocer que la iglesia no me debe pagar nada. Mauricio saca un contrato de uno de los 4 libros de 600 páginas que hablan de cómo contratar a alguien en Scientology. El contrato dice que mi iglesia no me pagará, que yo debo pagarle a la iglesia, que le debo lo que soy y su trabajo permite que las personas mejoren, sean eternas.

Debo decidir ya, no quiero decidir. No quiero trabajar. Mejor le digo a Mauricio que no, él sigue hablando sin parar de los beneficios de la Cienciología. Le digo que decidiré en estos días, me responde que tengo en realidad dos horas para decidir, se mueve nervioso en su sofá. Me acuerdo de Tom Cruise saltando en el sofá en Oprah, no sé por qué. Me da plazo hasta mañana, a las 9 tendré que haber decidido. Más vale que decida que sí, me dice Mauricio entre risas. Me voy temblando más de cuando entré.

Día 5

Domingo a mediodía, agradezco a los dioses, a Xenu o a Hubbard que no me hayan llamado. La Cienciología es una religión que encierra. Ni mi admiración a Tom Cruise me dejó unirme a la religión de moda. Pienso que nadie tiene tanto dinero o tiempo para eso. Pero hay muchas personas que sí lo tienen, que caminan ciegos dentro de la iglesia, que se dejan controlar con palabras, que son presionadas por su propia mente para permanecer en esa práctica de élites, tan innovadora y elegante.

Dias 6 y 7

Han pasado ya dos días desde que me desvinculé completamente de la Cienciología, a veces pienso en qué hubiera pasado si me hubieran obligado a ser parte de Scientologý Bogotá. Supongo que nunca pasará.

Día 8

La Cienciología no ha dejado muchas marcas en mí. Estoy tranquila de pensar que no tengo que denominarme a mí misma ciencióloga. Entra una llamada. Es una mujer que dice pertenecer a Scientology Bogotá, no menciona su nombre, como raro. “Paola, queremos reiterar el deseo que tenemos de que trabajes con nosotros”, dice. Ya no sé qué más inventarme, he intentado estar afuera de sus redes ya por mucho tiempo. Contesto: “Me ofrecieron otra oferta laboral para los fines de semana”, invento (y ojalá fuera verdad). Ella dice que quiere cuadrar una cita para que hablemos, una entrevista más larga para que conozca más la Cienciología, como si no la conociera lo suficiente. Insisto, no quiero trabajar ahí, no quiero ser ciencióloga. Le digo de nuevo que no. Siento su tono de decepción, y me dice: “mm, bueno, no importa, de verdad te entiendo”. Cuelgo. Se acabó al fin, ¿o no? Sólo queda esperar.