Movilización en Universidad Nacional: adentro de la lucha que llevó a la destitución del rector

Viernes, 07 Junio 2024 10:49
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Después de 63 días de protestas, Ismael Peña fue retirado del cargo, que ahora será ocupado por el profesor Leopoldo Múnera. Plaza Capital estuvo con la comunidad estudiantil en dos de las jornadas que exigían esta decisión.

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El pasado jueves 6 de junio, el ingeniero Ismael Peña dejó de ser rector de la Universidad Nacional, tras ser destituido por el Consejo Superior Universitario (CSU), que meses atrás lo eligió pese a que el ganador de la consulta de estudiantes, profesores y egresados fue el profesor Leopoldo Múnera.

La elección de Peña derivó en una de las mayores jornadas de manifestaciones en la historia del centro educativo y, tras 63 días de paro y un amplio debate jurídico y político, el CSU revirtió su decisión y nombró a Múnera como rector. 

Con esto se pone punto y aparte a las protestas, cuyo legado se ve en las paredes de la universidad, donde se cuestiona al destituido, en las noticias enfocadas en los encapuchados y los trancones que generaron, y en los problemas que ya cargaba la institución y fueron expuestos por medios y manifestantes.

Plaza Capital estuvo en dos de las jornadas de paro que antecedieron la destitución de Peña, indagando en las formas de protesta de la comunidad y sus opiniones alrededor de la coyuntura. Estas jornadas ocurrieron en medio de la conmemoración de la masacre de 1984, cuya huella sigue presente.

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Son las dos de la tarde del 16 de mayo, y al entrar en la Universidad Nacional se respira una tensión que anuncia una batalla. ¿El motivo? “A las cuatro hay tropel”, dice Sara con un suspiro de resignación, mientras vende dulces al frente de la puerta. Un tropel común, dirán muchos. Pero hoy tiene más importancia: hoy se conmemora una lucha pasada, que se revive en el presente. 

Hace 40 años, las fuerzas militares entraron al campus y a las residencias estudiantiles del edificio Uriel Gutiérrez, asesinando, deteniendo, y desapareciendo a estudiantes. Alegando la presencia de terroristas en la toma del ‘Uriel’ por parte de los estudiantes, las directivas pidieron una nueva intervención.

Los eventos tienen al movimiento estudiantil en estado de alerta, sin embargo, en la asamblea permanente del sindicato de trabajadores (SINTRAUNAL), las personas juegan parqués y escuchan tranquilamente los poemas que leen Carlos Satizabal y la exministra de cultura Patricia Ariza, ambos profesores y voceros. El ambiente da espacio para la memoria, y para que todos liberen sus emociones. 

Pero no hay tiempo para poemas. A las 3:40 p. m., se dirigen los primeros encapuchados a la entrada, con sus bombas molotov listas. Cinco minutos después suena la respuesta de la tanqueta de la Unidad de Diálogo y Mantenimiento del Orden (UDMO) de la Policía, antes conocida como ESMAD. La prensa, reunida en una conferencia sobre fotografía de protesta, se pone máscaras y cascos para entrar a retratar el enfrentamiento.

El humo del gas pimienta y los chiflidos a la UDMO no dejan pensar, pero igual algunos responden a las preguntas. “Ábranse de aquí si no están listos”, grita un ‘capucho’ a la prensa localizada en el puente, mientras lanza una molotov. Horas después, en los noticieros, solo se habla de los enfrentamientos y el trancón. Se ignora el paro, los problemas, los performances que precedieron el tropel, la conmemoración. 

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La protesta estalló por una razón: la elección como rector de Ismael Peña, a quien insultan en todas las paredes del enorme campus. Peña fue seleccionado por el CSU a pesar de que los representantes estudiantiles y gubernamentales se comprometieron a votar por el ganador de la consulta: Leopoldo Múnera. El carácter secreto de los votos no deja ver quien incumplió a su palabra: el  Ministerio de Educación no responde sobre la postura de sus representantes más allá de declaraciones en prensa. Tampoco responde la exrepresentante estudiantil Sara Jiménez, quien renunció en medio de amenazas. “No quiere dar la cara”, dice un estudiante molesto en la plaza Ché, la más emblemática de la universidad.  

Peña es apenas la punta del iceberg. Las denuncias hechas por la Revista Raya apuntan a un cartel de contrataciones con empresas afiliadas a la exrectora Dolly Montoya. Mientras, en la revista Cambio denuncian jugosos viáticos a profesores que hicieron campaña por Peña. La Universidad Nacional no responde el derecho de petición enviado por Plaza Capital el 10 de mayo para conocer su versión sobre estas denuncias.

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Los estudiantes mencionan la precaria situación de edificios como Farmacia, cuya renovación apenas está en evaluación, y la poca atención a los estudiantes en aspectos como salud y estadía, situación que venía deteriorándose desde el cierre de Bienestar Estudiantil en 1984.

“Hay cupo para todos, pero no garantizan comida y estadía”, comenta un estudiante. La alimentación, a cargo de la empresa SERVINUTRIR S.A.S, ha recibido denuncias en redes sociales. “Hay manejos económicos muy complicados, es una universidad de negocios”, menciona la profesora Ariza. 

Ante esta situación, la cocina comunitaria Chucho León es una acción de protesta que busca recuperar la alimentación. Localizada en el comedor central que cerraron hace dos semanas y recuperaron el 16 de mayo. Hoy, 20 de mayo, abre sus puertas. A la entrada piden identificación, y ordenan no tomar fotos a los rostros, debido al miedo general a posibles infiltrados.  

El nombre de este espacio es un homenaje a uno de los lideres estudiantiles asesinados que prendió la mecha al enfrentamiento que terminó en la masacre de mayo de  1984. Por esos días, la policía llevaba varias semanas ejerciendo presión sobre los estudiantes. Jesús León, un estudiante de odontología, exigía garantías desde Bienestar Universitario y participó en las movilizaciones de octubre de 1983. La Fuerza Pública lo señaló de pertenecer a un grupo guerrillero. Su cuerpo sin vida y con signos de tortura fue hallado el 9 de mayo y, seis días después, la reacción de los estudiantes fue encapucharse, protestar y quemar un bus dentro de la Plaza Che. La respuesta del rector fue permitir que la Policía entrara, un asalto represivo cuyo saldo nunca se pudo establecer.

Cuarenta años después del hecho, el nombre de "Chucho" es resignificado por los manifestantes. “Fue un esfuerzo importante, estamos estallados”, dice una de las lideresas de la olla, vestida en mallas negras y con pelo corto, quien prefiere mantener el anonimato.

En febrero intentaron instalar una olla comunitaria, pero fue destruida por la administración el mismo día de su inauguración. “Igualmente, aquí estamos, organizados con el campamento de Uriel, ante el fueguito del fogón que alimenta la revolución”, proclaman en medio del comedor subterráneo, lleno de grafitis con símbolos anarquistas y frases reivindicativas. 

Casi los mismos grafitis que se encuentran en el Uriel, adornado con una pancarta anunciando la combatividad del movimiento. Después de la masacre, el edificio se volvió la sede administrativa, un símbolo del cambio que tuvo ‘La Nacho’ en esos años, cambio que Ariza resume así: “Antes era el centro del pensamiento progresista de este país, ahora es una universidad más”. Los que lo habitan lo llaman una retoma para los estudiantes, un retorno al pasado.  

Afuera, la tensión es la misma que se vive en el resto del campus. Adentro, el calor de la olla y la música contrastan el frío de la ciudad. Hay máquinas de café, libros y panfletos; además de alimentos, carpas y tendederos de ropa para quienes se atreven a pasar la noche. Eso, y los típicos elementos de las protestas como megáfonos y la estatua vandalizada recuerdan que no están de vacaciones. 

Entre todos reconocen que este espacio es el corazón del paro, un corazón de orden horizontal, donde nadie toma autoría de las ideas y logros. Igualmente, han tenido problemas para darse a conocer, ellos culpan al periodismo amarillista que los ha acusado de ser reclutadores de grupos rebeldes. Por eso solo confían en medios alternativos, y en los propios como el noticiero satírico “El notiserio”. También los han tachado de petristas, ya que la ministra de Educación se negó a firmar la posesión de Peña. Sin embargo, aunque agradecen el apoyo, ellos piden no ser instrumentalizados: “Nosotros pusimos al presidente, lo mínimo es que nos cumpla”. 

Un ejemplo de los problemas con los medios es el caso del vigilante que denunció haber sido secuestrado por encapuchados. Los lideres de la retoma niegan esto diciendo que él se quedó por miedo y compromiso. “aunque más miedo teníamos nosotros, porque difundía videos donde nos perfilaban”, dice un estudiante entre risas. Son los gajes de lo que ellos llaman acción directa no violenta, una protesta invasiva que no busca confrontar ni generar caos, cosa que si hacen los capuchos.

Su mención divide a la comunidad: para algunos todas, las formas son válidas y son una parte de la universidad; para un profesor especializado en DD. HH. que prefiere mantenerse en el anonimato, ellos entorpecen la lucha. 

La propia profesora y exministra Ariza reconoce que los encapuchados, son complejos, al ser agentes que buscan la provocación, pero que algunos solo se tapan para protegerse: “Decir que todos los encapuchados son vándalos es mentir”.

Algunos estudiantes de Veterinaria han tenido problemas con ellos porque toman equipamiento médico y algunos vendedores se sienten intimidados. De hecho, durante el 16 de mayo, un estudiante que confiesa haber participado en el pasado como capucho, dice con molestia que es "echar piedra por echar piedra". Pese a esto, los capuchos, cubiertos de pies a cabeza, y hablando en voz aguda para no ser reconocidos, dicen ser malinterpretados: “No es solo un tropel, tiene diferentes perspectivas, muchos somos anarquistas y vemos esto como una intervención del capitalismo, como el alto al sistema que creó esta situación”. 

Peña se va, pero el futuro es incierto. Se debe recuperar la autonomía universitaria que, según ellos, fue violentada por las decisiones del CSU, calificado como ilegitimo por quienes se tomaron el edificio Uriel Gutiérrez.

Ariza y los estudiantes esperan que ahora se puedan dar discusiones para recuperar lo perdido desde hace 40 años. También esperan una asamblea constitucional universitaria, donde la consulta se vuelva vinculante de ahora en adelante, evitando sorpresas similares. “Es una discusión del modelo de nación”, concluyen en el edificio, donde ya se van algunos a su casa, y otros alistan el aguapanela para otra noche fría de resistencia. Resistencia que ya dio frutos.