Callar pese a morir

Sábado, 19 Octubre 2019 09:01
Escrito por

 "Callar pese a morir" es una crónica escrita y dividida en dos capítulos, en la cual se busca mostrar los prejuicios que hay en la sociedad sobre la Interrupción Voluntaria del Embarazo.  

 

 

||| ||| |||
3767

Información adicional

  • Coautor 1: Camila Herrera Gasca

Los prejuicios sobre el aborto han llevado a que algunas mujeres realicen esta práctica bajo la clandestinidad, por temor a lo que dirán los demás y por el desconocimiento médico y jurídico que hay frente al tema en Colombia. La clandestinidad somete a las mujeres como Catalina Mendoza*, protagonista de esta historia, a arriesgar su vida debido a las malas condiciones en las que es realizada esta práctica. Catalina estuvo al borde de la muerte. Pero prefirió callar, pese a morir. 

Capítulo I

“La jueza y el que se va”

Camino junto a él sin ya tomarnos de la mano. Él de 22 y yo de 16. No somos compatibles. Menos para enterarnos de lo que ya sabemos. Entramos al lugar y la enfermera me mira como si supiera a qué vengo. Sus ojos me miran de arriba abajo. Sé que en su mente debe estar revoloteándole la idea de “¿qué puede estar haciendo una menor de edad con un hombre mayor aquí? Eso le pasa por boba”.

Primero se niega a colaborarme: “usted es menor de edad, necesita el permiso de sus papás para un examen como este” … como si la sexualidad fuera compartida. Después de varios minutos de insistencia, acepta. Con desagrado, pero lo hace.

Un chuzón, un algodón con alcohol y una cura. Ojalá así de rápido fuera la entrega de los resultados. Esperamos durante varias horas. Él y yo no éramos capaces de maternos la mirada. Nos evadimos. Él trataba de hacer bromas, de pensar en un futuro de tres, yo pensaba en mi parcial de mañana.

La espera se terminó cuando la misma enfermera salió con el sobre entre sus manos. En un momento pensé que podría ser mi mamá quien estaba entregando los resultados al ver su cara de decepción.

Abro el sobre, busco la parte inferior de la hoja, una palabra: positivo.

Todo lo que está en mi entorno se nubla. Solo alcanzo a ver la emoción de un cuerpo que no es el que va a parir y el rostro de una persona desconocida que como una jueza dictó sentencia sobre mi situación: “eso le pasa por boba”.

***

Ella es Catalina Mendoza*. Una mujer que ahora tiene 21 años y cuenta su historia para poder demostrar los prejuicios que existen sobre la interrupción voluntaria del embarazo y las consecuencias que puede traer para la mujer o niña.

A Catalina nunca le hablaron de sexualidad en su casa. Ni siquiera la dejaban tener una pareja. En el colegio, jamás le brindaron clases de educación sexual. Al contrario, para las directivas y los docentes, el sexo era pecado y el mejor método anticonceptivo era la abstinencia. "Tal vez era porque es católico y la religión tiene mucho que ver en este tema", afirma Catalina.

No obstante, según la Encuesta de Percepción sobre la interrupción voluntaria del embarazo en Colombia de 2017, un porcentaje de 88,1% personas de la muestra afirmaron que es el padre y la madre quién deben ser los principales responsables de educar a niños y niñas sobre temas de sexualidad y reproducción. A la cifra anterior, le sigue un 8,0% de personas, quienes afirmaron que eran los colegios los responsables.

***

Cuando me entero de que estoy embarazada, entro en un estado de shock que luego lleva a que quede inconsciente. Los rostros de esas dos personas se borran y mi mente queda en blanco. Solo recuerdo despertarme a los pocos minutos y volver a mirar las mismas dos caras de hace un momento. Pienso en mí. No puedo creer que esté embarazada. No puedo creer que mi vida se haya derrumbado en tan solo unos minutos. Mi futuro, mi estudio, mi adolescencia. Me hago varias preguntas “¿Quién lo sostendrá?” e inmediatamente tengo la respuesta: “Ni siquiera me he graduado del colegio”. Finalmente, me digo a mi misma “No quiero ser mamá. No puedo serlo. No tengo el sustento económico, ni la madurez, ni la capacidad de darle una vida llena de calidad”

- No quiero tenerlo, le digo a él, borrándole de inmediato la sonrisa de su rostro.

- ¿Por qué no? Vamos a ser una familia. Yo puedo trabajar y tú vas a cuidarlo.

-Es que no quiero hacerlo. Quiero graduarme del colegio, quiero entrar a la universidad. Quiero ser profesional. Y ahí sí, pensar en eso.

Él se niega. Insiste. Yo me opongo.

*** 

“Los dos teníamos rumbos muy diferentes. Él no me entendía”, cuenta Catalina, con un poco de rabia que visibiliza al hacer expresiones bruscas con su nariz.

Aquel día, él la dejó a ella por no querer ser mamá. La dejó en medio del laboratorio, junto al otro rostro decepcionado. Sus lágrimas comenzaron a caer.

En Colombia, se cree que la persona que debe tener mayor influencia sobre la decisión de interrumpir el embarazo es la mujer. El 62% de la población encuestada lo confirma. Sin embargo, hay un numero alto - 24% de población - que cree que la pareja es quien debe tomar esta decisión.

Catalina fue quien decidió. Pero nadie la apoyó. No sabía a quién acudir, a quién contarle, con quién desahogarse. Catalina no recurrió ni a su familia ni a su colegio ni a ninguna otra institución. “Si las relaciones sexuales eran vistas como algo prohibido, imagínense el aborto, yo preferí callar por miedo a que me juzgaran por mi decisión”.

Tampoco tenía conocimiento sobre el ámbito jurídico de la interrupción voluntaria del embarazo. Según la sentencia C355, el aborto o la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en Colombia es un derecho fundamental para mujeres y niñas bajo tres causales, entre ellas, si la vida de la mujer o la salud (física, mental o social) corre peligro. Lo anterior, lo determina la mujer o niña, pues es ella quien conoce sus límites y hasta que punto el embarazo es un riesgo. El médico o psicólogo se encarga de certificar esa probabilidad de peligro.

Según Juliana Martínez Londoño, coordinadora de la organización Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, cuya fundadora es la activista feminista Florence Thomas, una niña o menor de edad como Catalina no va a conocer que la IVE es un derecho fundamental para ella. Sin embargo, sí puede decir “quiero estudiar, quiero vivir mi infancia y adolescencia” y esas palabras al final son también un reconocimiento a esa sentencia y a una de las causales en las que puede aplicar. De esta manera, nadie más que la propia menor de edad es quien expresa con sus propias palabras cómo se siente y lo que implica para ella estar embarazada.

Sin embargo, Catalina no sabía que lo que quería podía ser un derecho. Creció pensando que la interrupción voluntaria de un embarazo era ilegal, penalizada, pero, sobre todo, era un pecado. Así, sin un diálogo familiar basado en la confianza, sin el apoyo educacional del colegio tanto sobre la sexualidad como lo jurídico, ella decidió abortar en silencio, recurriendo al único experto que tenía al alcance: Google.

*** 

Una vez lo veo irse a lo lejos, trato de encontrar alguna solución. Niego todas las posibilidades cercanas: llamar a mi mamá, llamar a una amiga, llamar a mi hermana. Todas ellas me incriminarían por no querer tener un hijo/a.

Me siento sola. Una de las dos únicas personas que sabía sobre mi decisión me acaba de dejar por eso. La otra, sigue mirándome con decepción. Las lágrimas no paran de correr. Pasa una hora y yo sigo ahí, sentada, perdida. Sin ningún rumbo y haciéndome a la idea de que el silencio será mi único cómplice.

Luego, la jueza o la enfermera, que al final es la misma persona, se acerca a mi y me dice: “mire, lo que usted cometió fue un error y lo que va a hacer también, pero si esa es su decisión, le recomiendo que se tome unas pastas”. Apenas termina la oración se aleja, como quien no quiere que le discutan, como quien tiene la última palabra.

¿Pastas? ¿Cuáles pastas? ¿Dónde las consigo? Ya no hay respuesta del otro lado. Ahora sí estoy completamente sola. Y ahora sí mi único aliado es el silencio y mi único experto es Google. Tomo mi celular y busco rápidamente “¿cómo abortar con pastas?”.

***

“A tal punto era mi ignorancia y mi desconocimiento”, afirma Catalina con un tono de arrepentimiento.

Catalina no es la única. Según el estudio realizado por la BBC, "la cara moderna del aborto clandestino” en el 2018, Latinoamérica es uno de los lugares a nivel mundial donde más búsquedas hay en Google con la pregunta “¿Cómo abortar?”. El hallazgo que encontraron es que en los países donde el aborto es ilegal, hay mayor restricción u obstaculización, aumentan las búsquedas en internet sobre cómo hacerlo de forma casera y clandestina.

Lo anterior fue lo que le ocurrió a Catalina. El desconocimiento, el miedo a lo que dirían los demás y la frustración la llevaron a que decidiera practicarse un aborto casero e independiente, por medio de lo que había encontrado: las pastillas Cytotec.

Cytotec es un medicamento que no está aprobado por el Invima en Colombia, pese a que su componente principal, el Misoprostol, ha sido recomendado por la Organización Mundial de la Salud desde el 2009. Sin embargo, aunque no hay una respuesta clara de la razón por la cual es negado en el país, en el 2017 el Invima aprobó otro medicamento abortivo llamado Mifepristona, con el argumento de que tiene dos componentes más efectivos que el Cytotec y aumenta la eficacia de la interrupción del embarazo a un 95%.

De esta manera, la única forma por la que Cytotec entra al país es por medio de las redes de contrabando (ver noticia sobre red de contrabando de cytotec). Lo anterior conlleva a que no haya una verificación del medicamento y no se conozca si está en buen estado o no. Por esta razón, al ser adquirido por las personas, puede que ya esté vencido y atente contra la vida de la mujer.

Además, en Colombia, este medicamento no es recetado con prescripción medica ni ingerido bajo la supervisión de un especialista. Quienes lo venden se convierten en “expertos” para las mujeres que lo requieren y dosifican un número de pastillas y unas instrucciones sobre la ingesta de estas que pueden poner vidas en riesgo. No obstante, mujeres como Catalina buscan este medicamento sin conocer la información correspondiente a lo que les puede suceder posteriormente.

Ese mismo día, ella emprende una caminata de aproximadamente dos horas. Fue de farmacia en farmacia preguntando por las pastillas. Algunos la miraban sin escrúpulo, como si fuera una delincuente, otros le decían que sí, pero que se las vendían a 450 mil pesos. Cada vez le dolía más la planta de sus pies, sus ojos iban inflamándose más con cada paso que daba, pero el temor y la vergüenza eran lo que más la consumía.

"Imagínate entrar en una farmacia a preguntar por unas pastillas para abortar. Tenía miedo al rechazo, a las miradas, a los juicios”, cuenta nuevamente con la ira que la destaca cada vez que recuerda esos momentos.

Vuelve a hacer otro intento y entra a una de las pocas farmacias que le quedaban en su recorrido.

-Buenas, ¿usted vende Cytotec? –le pregunta Catalina, mirando hacía otro punto que no sean los ojos del farmaceuta.

-Sí, yo las vendo. Pero no puede decir que yo se las vendí.

Asiente con la cabeza y pregunta el precio, sin aún ser capaz de mirarlo a los ojos.

-Te las voy a dejar en $250 mil. Te tienes que tomar tres de forma oral y luego te introduces cuatro -vía intravaginal-.

El precio de las pastillas varía según la dosificación. No obstante, quienes se lucran de vender estas pastas poniendo en riesgo la vida de las mujeres, buscan obtener una mayor ganancia recentándoles mayor cantidad de cápsulas. Según un investigador de la Dijín, quien habló con El Espectador, la venta de Cytotec “era un negocio que generaba mucho dinero por la dosificación de las tabletas, pues en la caja venían 28 pastillas. Entre semana, más o menos, recaudaban entre $4 y $5 millones”.

Al ser un medicamento que entra al país de forma ilegal, no hay datos sobre cuántas cajas de Cytotec llegan a Colombia y cuántas mujeres interrumpen su embarazo con este medicamento.

*** 

Esa noche llego a mi casa devastada. Me siento tan pequeña. No valgo nada. Las humillaciones, las miradas, el abandono. Todo me consume.

Y ahora, ahora esto. Esto y el silencio. Esto y fingir que estoy bien.

Mi mamá me tiene comida en casa y yo lo único que quiero es despertarme de esta pesadilla. Ni siquiera había pensado en comer. Es lo de menos ahora. Le digo alguna mentira y me voy a mi cuarto a hacer trabajos. Desde pequeña he sido disciplinada y apasionada por lo académico. He sido la niña a la que ponen de ejemplo para mencionar características y cualidades, para mencionar lo que es correcto.

No quiero decepcionarlos. Espero a que se duerman para que no escuchen nada. Cierro con seguro la puerta de mi cuarto a las 11:00 pm y sigo las instrucciones del hombre que me las vendió. A pesar de que mis manos tiemblan, consigo hacer lo que me dijo y me acuesto en mi cama. Primero, asimilo lo todo que ocurrió hoy. Mi mente está jodida. Cada que cierro los ojos se me viene cada recuerdo: cuando él se fue, las palabras de la enfermera, la imagen del papel con la palabra positivo.

Lo único que tengo claro es que no me arrepiento de mi decisión.

 Pero luego, no es solo mi mente la jodida.

 

Lo está también mi cuerpo. Comienzo a sentir retorcijones a las 12:00 am. Tan solo una hora después. Y así, a la par, comienza verdadera mi pesadilla.