Entre el concreto y el néctar: Trazando el camino de la apicultura en Bogotá

Lunes, 11 Marzo 2024 18:37
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Las abejas son uno de los animales polinizadores más importantes para mantener el equilibrio ambiental y la producción de alimentos. Esta historia relata la recuperación de un enjambre y las dificultades que esta especie enfrenta en la ciudad.

Apicultura en Bogotá||| Apicultura en Bogotá||| María Jimena Campos Torres|||
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Jairo Gacharná recibió una llamada de los bomberos. Un enjambre de abejas llegó al conjunto residencial Antigua de Bogotá hace cuatro días. Apenas construían su panal. La labor de un apicultor a veces requiere trabajos de altura, romper paredes de edificios o incluso subirse a los árboles. Todo para preservar la colonia. Sin embargo, esta vez la tarea fue más fácil. Solo colocó las abejas en un balde blanco. No había panales por salvar. Lo selló con una malla gris que permitía la ventilación, pero impedía su escape. Se alimentaron de la miel fresca que se les ofreció. Sus zumbidos fuertes y rítmicos representaban su desespero por salir a trabajar.

Jairo ha dedicado tres décadas a la recuperación de enjambres en los diferentes edificios, casas y árboles de Bogotá. La crianza y el cuidado de abejas para la producción y consumo de productos como la miel, jalea real, propóleo, cera y polen, es otra de sus labores. Este es el proceso en el que se basa la apicultura tradicional. Su preocupación no solo es recoger los dulces frutos de la labor de estas criaturas aladas, sino el papel fundamental que desempeñan en el equilibrio de la vida en la tierra.  “Albert Einstein decía que sin las abejas el mundo duraría cuatro años, no más”, afirma el apicultor con su voz ronca.

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En un mundo cada vez más responsable con el medio ambiente se han creado iniciativas como lo es la apicultura ecológica. Su objetivo es evitar el uso de cualquier producto químico. Esto garantiza tanto la conservación del medio ambiente como la creación de productos de máxima calidad. En nuestro país la Ley 2193 de 2022 se creó para proteger a esta especie polinizadora, fomentar la actividad agrícola, regular la comercialización de los productos de las abejas y apoyar las iniciativas de asociación gremial de los apicultores.

El camino hasta el apiario de Jairo es agreste y rudimentario. Hay que subir una pequeña loma en los Cerros de Suba. Luego cruzar un camino arenoso. Está lleno de troncos. Toca mirar hacia el suelo para no resbalar. Antes de llegar al lugar donde el apicultor tiene a sus abejas hay que pasar debajo de un alambre de púas, casi arrastrándose por el suelo. Se despliegan las cinco estructuras de madera que contienen las colmenas que cuida. Están solo a unos pasos de distancia. Los zumbidos de las guardianas aladas aún no son intensos. Al parecer, las abejas del balde lograban escuchar a las de su misma especie. Los sonidos que creaban en conjunto se hacían más tenues, como si supieran que pronto podrían empezar a trabajar.

Las abejas llevaban más de 12 horas en el balde luego de su recuperación. En cualquier caso, es mejor que vivieran unas horas tormentosas sin poder trabajar, alimentándose de la miel que Jairo les daba a vivir el destino de ser quemadas por las personas en hogueras con petróleo o ACPM. El miedo de la gente a ser atacada acaba con miles de abejas. “En esta colonia que trajimos hay aproximadamente 10 mil abejas. En una colmena grande y bien poblada puede haber entre 60 y 70 mil abejas”, expresa Jairo mientras se coloca su traje especial para entrar al apiario. Según la Organización Mundial de la Salud (ONU) un tercio de la producción mundial de alimentos depende de las abejas y en Colombia en los últimos ocho años se ha perdido alrededor del 40 % de los enjambres. También, se ha registrado que el 90 % de la población mundial de este insecto ha desaparecido por el uso indiscriminado de pesticidas.

El traje especial que usa el apicultor es un overol blanco del cual se adhiere la malla que cubre la cara. Está dotado de cremalleras para cubrir todo el cuerpo. Acompañado de guantes que llegan un poco más arriba de los codos y unos zapatos que cubren los tobillos. Los huecos que puede llegar a tener el traje los tapa con un poco de cinta de enmascarar.

Ahora prende el ahumador. Una caja metálica de base cilíndrica que va tomando forma de cono con terminación puntiaguda por donde sale el humo. Un fuelle de cuero conectado a la parte trasera del aparato permite al apicultor bombear aire y avivar las brasas, manteniendo la producción de humo. Este elemento es esencial para la visita al apiario. “Uno les echa humo para que ellas se pongan en modo incendio y no se preocupen por atacar”, manifiesta el apicultor mientras coge la viruta y la prende dentro del aparato. “Es como quien dice, nos toca coger maletas e irnos y empiezan llenarse un poquito de la miel que tienen guardada y a alistarse para irse, entonces no se preocupan tanto por picar”, dice y comienza a insuflar aire con el ahumador.

En el laberinto de concreto que caracteriza a la ciudad, las abejas presentan diversas dificultades. En la búsqueda de néctar y polen de las flores, llegan a perderse debido a la contaminación electromagnética, que envuelve cada zona de la capital. Esta puede interferir en su capacidad de navegación, sin refugio en medio de la ciudad tienen que sobrevivir a las bajas temperaturas. Las guardianas de la miel terminan muriendo, pues no pueden volver a los lugares donde se desarrollan.

El apicultor abre una de sus colmenas, siempre está bombeando humo para que se dispersen un poco las abejas. Se sienten los zumbidos cerca de los oídos. Producen un pequeño escalofrío. Sobresale un plástico que cubre los panales que tiene este abejar. Es una torta de polen. Una fuente de proteína. Deben tener comida lo más cerca posible. “Cuando les toca conseguir alimento, ellas andan hasta tres kilómetros a la redonda. Ya más lejos se pueden perder”, explica Jairo. Las colmenas están rodeadas del color verde de las plantas. Cada minuto se puede ver una abeja entrando con pepitas amarillas en sus patas traseras, el polen. El apicultor puede recolectar un poco de este elemento por medio de, lo que llama, una “trampa de polen”. Un cajón ubicado en la base de la caja de madera, en donde cae lo que recolectan las criaturas aladas y al ser abierto se puede guardar para ser digerido y comercializado. Cuando este grano es recién sacado de la colmena, se seca a una temperatura constante de 40 grados centígrados.  Este proceso aumenta su duración alrededor de un año.

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El cambio climático también puede afectar la recolección de néctar y polen. Cuando la sequía llega y la tierra se vuelve árida, la reina deja de poner huevos. Sin alimento, las crías no tienen futuro. Aun así, la sequía no es la única amenaza. El exceso de lluvia impide que ellas salgan en busca de alimento. Ante este panorama, el apicultor les ofrece refugio en forma de miel para que puedan comer y asegurar el bienestar de la colmena. “Si las plantas están bien y hay floraciones, la apicultura funciona”, expone mientras zumban las abejas alrededor. “Es bueno que haga sol, pero que también dos veces a la semana llueva para que ellas estén bien”, agrega.

Es hora de ir preparando a las nuevas abejas para su hogar. Jairo debe buscar de la colmena previamente abierta un panal que tenga huevos. Si la nueva colonia no tiene reina, las obreras le dan jalea real a una de las crías para fertilizarla. La reina se distingue por su forma alargada y delgada. Es la única hembra fértil del abejar. Así mantendrán la descendencia. En el proceso saca algunos panales que tienen los alvéolos operculados o cerrados, esto quiere decir que es miel madura y se puede aprovechar. “Recojo la miel y me cercioro de que les quede a ellas. La llevo a mi casa y por fuerza centrífuga con la máquina especial sale al borde de una caneca y después por decantación sale el producto final por debajo de una llave”, explica el apicultor mientras logra encontrar el panel adecuado para la nueva colonia.

Revisa toda la colmena. Decide que el primer panal que saco es el más adecuado para colocar en la porta núcleo, una caja con agujeros a los lados, donde las abejas podrán comenzar a trabajar. Luego se convertirá en colmena. El apicultor coloca otro cuadro de madera donde la colonia podrá comenzar a trabajar desde cero. Luego, es momento de poner a los insectos en su nuevo hogar. Quita la malla que recubre el balde y lo voltea como si estuviera sirviendo agua. Con su mano las ayuda a salir. Se acaba su desespero. Apenas tocan los panales se ponen a trabajar. Con una tapa de madera enmallada Jairo cubre el porta núcleo. Coloca un periódico encima. Así no les entra frío a las abejas. Termina de cerrar la caja con una cubierta de metal. Su misión ha terminado. Solo queda esperar una nueva llamada por otro enjambre que recuperar.

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