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Seaflower: la pesca no sostenible y sus efectos en la alimentación

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Eran las 8:00 de la mañana, el día estaba soleado y el cielo tenía pocas nubes. Manuel Mclaughlin se preparaba para hacer su faena habitual en aguas cercanas a la isla de Providencia, junto con sus compañeros Johnpierre Archbold y Fedrick Robinson. Manuel es el capitán de la lancha, es de Providencia, tiene 38 años y lleva más de 20 dedicándose a la pesca submarina con arpón.

Ese día, al sumergirse en el mar, el agua estaba tan turbia que Manuel no veía con mucha claridad. Aun así, estaba atento a cualquier movimiento entre los arrecifes coralinos. Esperó varios minutos hasta que vio un pargo rojo, se acercó con cuidado y lanzó el arpón para clavar su punta de hierro en lo que sería su primera presa.

Manuel salió del agua, le hizo una señal a Johnpierre, quien llevaba el timón, para que acercara la lancha y recogiera el producto. Retiró con cuidado el pargo rojo del arpón, ya que dijo que la sangre de los pescados podía atraer a los tiburones y dificultar la pesca. Se subió a la lancha, se quitó las aletas y limpió su careta con jabón líquido para evitar el empañamiento de estas al entrar al agua. Tomó el lugar de Johnpierre y revisó el GPS para dirigirse a su próximo punto.

Entró otra vez al agua, daba la impresión de que el mar y él fueran uno solo. Luego, sin tanto esfuerzo, cazó a sus siguientes presas: langostas espinosa, caracoles pala y peces de arrecife.

El reloj marcaba las 2:00 de la tarde, era momento de finalizar la faena y regresar a las orillas de las playas de Old Town, en Providencia. Al llegar, Manuel y sus compañeros empezaron a limpiar sus productos para luego llevarlos en canastas al punto de venta de la asociación de pescadores I-Fish, a la cual pertenecen. “A veces no nos alcanza, nos toca organizarnos con lo que tenemos para poder darle una buena alimentación a nuestras familias”, afirma Manuel.

La crisis económica y social que viven actualmente los pescadores artesanales raizales por el fallo de La Haya de 2012 dejó grandes afectaciones en la seguridad y soberanía alimentaria de esta comunidad. Detrás de este problema, se suma una serie de conflictos ambientales y sociales que han agravado esta situación. Entre ellos, la degradación y sobreexplotación de los ecosistemas marinos de la Reserva de Biosfera Seaflower por parte de pescadores industriales e ilegales y la interdependencia del archipiélago hacia el turismo local.


Manuel Mclaughlin y sus compañeros utilizan el arpón, ya que está prohibido utilizar redes o mallas para pescar en las islas
Fotos: María José Mejía



La pesca destructiva en Seaflower

Desde que la Corte Internacional de Justicia le otorgó a Nicaragua zonas de pesca tradicionales que antes pertenecían al pueblo raizal, este país ha entregado licencias para explotación pesquera industrial en el área. Esto ha representado un riesgo para la conservación de la Reserva de Biosfera Seaflower y ha afectado a los pescadores artesanales raizales.

En el año 2000, la Seaflower fue designada como Reserva de Biosfera por el programa “Man and Biosphere” de la UNESCO. Esta incluye todo el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, siete cayos (Serrana, Serranilla, Albuquerque, Roncador, Quitasueño, Bajo Nuevo y Cayo del Este y Sudeste), varios bajos y bancos. Además, posee la tercera barrera de coral más grande del mundo.

Con el fallo de La Haya de 2012 la reserva que le corresponde a Colombia quedó reducida. “Antes estaba solo en territorio colombiano. Ahora la mitad quedó en jurisdicción de Nicaragua”, explica Juliana Hurtado, bióloga y autora del libro titulado El fallo de La Haya y sus efectos en la Reserva de Biosfera Seaflower.


Mapa que evidencia la magnitud de la Reserva de Biósfera Seaflower en el territorio en disputa
Foto: Seaflower Foundation



Para Hurtado esto ha creado un escenario en donde ambos países han llegado a plantear unas políticas y estrategias de conservación diferentes, lo cual ha ocasionado que se originen unas dinámicas muy distintas de extracción de recursos.

“Es lo mismo que pasa con la Amazonía, pues está en ocho países y cada uno tiene unas políticas distintas, lo que ha impedido una protección estratégica y conjunta del ecosistema”, agrega Hurtado.

En el caso del mar, Harold Bush, doctor en Historia de las Relaciones Internacionales, asegura que Nicaragua utiliza técnicas de pesca mucho más depredadoras, mientras que en Colombia son más reguladas y conservacionistas con el ambiente.

“Es muy común en la costa de la Mosquitia utilizar dinamita para matar a los peces y luego cogerlos. También los barcos industriales utilizan en los cayos de Quitasueño y Serrana tanques de buceo con compresores. Por el contrario, los pescadores artesanales del archipiélago, usan la pesca de anzuelo, un arte más amigable con el ecosistema”, dice Bush.

Actualmente la pesca artesanal desembarcada en San Andrés proviene principalmente de zonas cercanas a la isla: Outside Bank, Southend Bank y Under the Lee y en cayo Bolívar, Albuquerque y Far Bank. Esta actividad es elaborada con técnicas de pesca tradicionales, especialmente línea de manoLa línea de mano es un arte de pesca simple en la que se utiliza un carrete (cilindro de madera o metal) para enrollar una línea de monofilamento (nylon de pesca) al extremo de la cual se sujeta uno o varios anzuelos. Fundación MarViva, que según datos de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina), corresponde a más de 90% de la captura desde 2004.

Según Ricardo Bush, hermano de Harold y representante de los pescadores artesanales de San Andrés, “los barcos industriales colocan sus nasasNasas son trampas que se utilizan para capturar peces y crustáceos. Están hechas de diversos materiales (madera, mimbre, varas de metal, red metálica, etc.) y con una o más aperturas o entradas. Fundación MarViva en el área de pesca de los artesanales y eso está acabando con una generación de langostas, peces, caracoles y tortugas”.

“Anteriormente la langosta se puso un poco difícil, pero no se acabó. Había muchos industriales con nasas llenas de comida, concha de caracol o cuero de vaca podrida. La langosta se concentra donde encuentra alimento”, cuenta Jessie Archbold, pescador artesanal de Santa Catalina. Para él, es muy difícil competir contra los pescadores industriales, ya que ellos poseen todos los mecanismos para extraer más productos.

Escucha "La captura incidental y los descartes-Edgar Jay" en Spreaker.


Sobrepesca, una práctica que no cesa

El fallo de La Haya de 2012 ocasionó la reducción de los productos pesqueros. Con esto empezó una competencia por los recursos entre los pescadores industriales y artesanales, lo que ha ocasionado la sobreexplotación y la extinción de algunas especies de la Reserva de Biosfera Seaflower.

“Esto ocurre precisamente porque cada pescador trata de sustraer la mayor cantidad posible de recurso ante la posibilidad de que los demás lo agoten. Cuando todos los pescadores actúan de esta manera, la biomasa es llevada hacia niveles críticos como resultado de la sobrepesca”, explica el economista Andrés Sánchez, en el artículo titulado Manejo ambiental en Seaflower, Reserva de Biosfera en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

Para evitar la sobrepesca, Randy Manuel, Secretario de Agricultura y Pesca del Archipiélago, expone que “con la Junta Departamental de Pesca y Acuicultura (Jundepesca) se ha realizado el proceso de vedasLa veda se entiende como el periodo en que se prohíbe la captura de los animales para evitar la depredación de los recursos naturales y permitir su reproducción y subsistencia. El incumplimiento de esta medida se considera una infracción al Estatuto Pesquero y un delito ambiental, de acuerdo con el Artículo 38 de la Ley 1453 de junio de 2011“Ilícita actividad de pesca”. AUNAP para que los pescadores puedan tener una mejor producción en sus faenas”. Sin embargo, varios denuncian que los pescadores industriales no respetan las vedas y están acabando con los recursos.

“La pesca industrial siempre se va a pasar porque la moral y la ética de ellos gira en torno al salario, el precio y la ganancia, lo que llaman el cálculo costo-beneficio”, asegura Edgar Jay, representante de los pescadores artesanales de Providencia.

Por su parte, Ricardo siente preocupación porque no se está dando el tiempo suficiente a las especies para que se reproduzcan. “El caracol y la langosta lo están sacando muy pequeños y si ellos no llegan a su madurez sexual, pues en un futuro nuestros hijos y nietos no podrán aprovechar estos productos”, afirma.

Esto ha puesto en peligro la subsistencia de especies con un alto valor comercial, tales como la langosta espinosa y el caracol pala. Precisamente por su gran valor, estas pesquerías han sido muy explotadas en la Seaflower.

“Por eso nosotros debemos proteger los ecosistemas porque en el caso de que la humanidad se quede sin recursos, lo que hay en la Reserva puede alimentar a la población mundial por dos o tres días”, señala Edgar.

La pesca excesiva: un problema para la alimentación

“La relación que tienen culturalmente los raizales con Seaflower es amigable con la protección y la conservación, ya que entienden que su seguridad alimentariaLa seguridad alimentaria se consigue cuando todas las personas, en todo momento, tienen acceso físico y económico a suficiente alimento, seguro y nutritivo. FAO. Escucha también la definición que comparte Edgar Jay:

depende de cierta forma de la preservación de las especies”, señala Hurtado. Sin embargo, con el fallo de La Haya de 2012, ocurrió un desequilibrio en cuanto a la disponibilidad de los alimentos, debido a que se redujo la capacidad de producción de recursos pesqueros. Esto debido a la disminución de los espacios de pesca y la mayor presencia de embarcaciones industriales que utilizan artes de alto impacto y sobreexplotan los recursos de Seaflower.

De acuerdo con Hurtado, “La seguridad alimentaria es un servicio ecosistémico que le presta la Reserva de Biosfera Seaflower a la comunidad y que si no hay un diálogo entre Colombia y Nicaragua para identificar los aspectos para conservar este ecosistema, pues van a ser más dañinos los efectos a futuro”.

Esos efectos ya los está viviendo Carlos Castaño, pescador artesanal en San Andrés Islas. Actualmente habita con cuatro personas y relata que después del fallo de La Haya, sus ingresos han bajado y esto le ha impedido aportar dinero suficiente para la alimentación de su familia. “Realmente a veces ni me alcanza para subsistir yo solo. Prácticamente la que responde por la familia es mi esposa”, dice.

Carlos es de estrato 1 y según cuenta, a veces el dinero solo le alcanza para dos comidas diarias. “No da para más porque en esta isla todo es muy caro, entonces la situación es muy fuerte si uno no está produciendo mucho dinero”, afirma.

“Esto último afecta, a su vez, el factor de utilización de los alimentos porque deben consumir lo que esté 'disponible' sin ponderar su valor nutricional o sus parámetros culturales”, señala María Bocanegra, abogada de la Universidad del Atlántico, en el artículo titulado Afectación de los derechos colectivos y de la seguridad alimentaria en el fallo de la Corte Internacional de Justicia caso Nicaragua c. Colombia.

“Hasta nuestra gastronomía se ha modificado, ya que al no tener la base de nuestro sustento que son nuestros peces, langosta, caracol y demás especies, está en riesgo la soberanía alimentariaLa soberanía alimentaria proporciona el derecho a los pueblos a elegir lo que comen y de qué manera quieren producirlo FAO. Escucha también la definición que comparte Edgar Jay:

de esta comunidad”, menciona Corine Duffis, líder raizal y vocera del movimiento AMEN-SD (Archipiélago Movement for Ethnic Native Self Determination).





Turismo depredador

Antes la pesca era de subsistencia y para el consumo local. “Todo el mundo tenía, si alguien no pescaba, entonces sembraba en su finca”, cuenta Jesús Archbold, pescador artesanal de Providencia. Sin embargo, después de 1950, con la declaratoria del Puerto Libre, hubo un crecimiento desmedido del turismo en las Islas, especialmente en San Andrés. Uno de los impactos que generó esa población flotante fue el aumento de la demanda de pescado, lo que llevó a la especialización de la pesca.

Para Edgar, la interdependencia hacia el turismo ha generado una escasez de productos pesqueros en el mercado interno, algo que va en contra de la seguridad y soberanía alimentaria de la población raizal. “Lo que consume el turismo dentro de la isla es una forma de exportación, entonces destinar la mayor parte de los recursos a esa exportación, no es inteligente”, menciona.



Edgar también explica que los pesqueros industriales han monopolizado el mercado y han hecho parte de los factores que han convertido al turismo en un 'monstruo de mil cabezas'. “Cuando entraron al mercado hace más de 30 años, empezaron a generar unos volúmenes de productos que en principio se enviaban vía barco y con un valor supremamente barato, tumbando así el mercado”, cuenta.

Tal como dice la economista María Aguilera en la revista titulada Geografía económica del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, entre 2004 y 2008 la pesca industrial aportó el 67,2% de la pesca blancaLa pesca blanca se refiere a recursos de sistemas rocosos (pargos, meros, chernas), tiburones (que ya muestran signos de sobre-explotación), jurel, pez espada y marlin, entre otros. FAO obtenida en el departamento.

“Pasaban los años y el turismo empezaba a necesitar más productos de ese excedente. Era una presión para nosotros los artesanales en las temporadas que no había industriales”, agrega Edgar.

Muestra de eso es el contexto de la pandemia, momento en el que se detuvo el turismo y no había quién comprará el producto, generando el colapso del mercado pesquero. “En algunos casos nos tocó bajar demasiado los precios, tanto que no fue rentable. Favoreció a quienes compraban el producto, pero nos empobreció a nosotros”, cuenta el representante de los pescadores de Providencia.

Edgar además relata que estos problemas se agravaron con el Huracán Iota. Este fenómeno que pasó por las islas el 16 de noviembre del 2020 y llegó a categoría cinco, ocasionó la destrucción del 98% de la infraestructura de Providencia y Santa Catalina y dejó unos 700 damnificados en San Andrés. También acabó con las flotas pesqueras, arrebatándole a los pescadores artesanales la posibilidad de seguir realizando sus faenas.

“Apenas estamos encontrando la forma de adecuar nuestras embarcaciones porque el Gobierno nos dio lanchas, pero solo con los cascos (cuerpo de la lancha que permite su flotabilidad)”, asegura Manuel Mclaughlin, pescador artesanal de Providencia.


Nuevos modelos de existencia

Ante toda esta realidad, los pescadores artesanales de Providencia crearon la Guardia Raizal, cuyo principal objetivo es salvaguardar los derechos y la dignidad de la comunidad isleña. “El asombro y el impacto que eso ha generado en la clase dirigente tiene consecuencias para nosotros, pues nos han intentado perseguir e invisibilizar”, asegura Edgar, quien es el coordinador y fundador de la Guardia Raizal.

Uno de los retos más importantes de los últimos 100 años que tienen los pescadores artesanales es la recuperación del territorio marino del pueblo raizal. “Estamos a un paso de lograr el objetivo, luchando con inteligencia, fuerza, persistencia y a costa de nuestra propia reputación, entre los mismos raizales que no entienden lo que estamos haciendo”, señala Edgar, mientras enfatiza que gracias al mar tienen una cultura marítima y una identidad que no pueden perder.

A esas luchas se suman aquellas que buscan la erradicación de la pesca industrial e ilegal, así como encontrar distintas formas de existencia que los acerque a la felicidad.

“Tu le puedes poner precio a todos los bienes que tienen los grandes industriales neocapitalistas, pero tu no le puedes poner precio a una constelación, a una puesta del sol o comer un pescado de aguas no contaminadas. Esas auténticas felicidades son las que nosotros estamos luchando y queremos mostrarle al mundo”, dice Edgar.

Al mismo tiempo que se generan estas luchas, líderes raizales como Kent Francis y Corine Duffis están buscando entablar nuevos vínculos con Nicaragua y otros países para contribuir a esos nuevos modelos de existencia. Esto a través de la campaña “Gran Seaflower”, una iniciativa que busca un acuerdo transfronterizo para la conservación de la Reserva de Biosfera Seaflower.

“Estamos proponiendo que los 6 países alrededor de Seaflower (Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Jamaica y Colombia) nos sentemos y encontremos un manejo transfronterizo de un área que es supremamente importante”, asegura Francis.

De acuerdo con el líder raizal, hay más de dos millones de habitantes originarios de cada uno de estos países que tienen derecho a tener sostenibilidad y la buena manutención de un área marina que se constituye como su seguridad alimentaria. “De aquí viene la dependencia de la cultura a su relación con los recursos naturales y lo que se encuentra en una zona tan rica en biodiversidad”, indica Hurtado.