La postura más sencilla es la de creer, erróneamente, que los TCA son enfermedades modernas que surgieron únicamente por dinámicas sociales que nos condicionan a estereotipos de delgadez. Y que las personas que las desarrollan son superficiales y caprichosas. Desconociendo, curiosamente, la existencia de rastros y testimonios de los TCA que proceden de la época de Hipócrates, por el siglo V a.C. Él, considerado por muchos como el padre de la medicina, habló de cuerpos ‘impuros’ que detestaban la comida y se oponían al consumo de alimentos. Lejos de ser una enfermedad moderna, hay también vestigios en la literatura que datan de la época en la que murió Galileo Galilei.
Los trastornos alimentarios están cargados de estigmas, rodeados de mitos e ideas apresuradas, y las personas que los padecen son constantemente señaladas cuando manifiestan la existencia de alguna de esas conductas nocivas con la comida. Prada asegura que la misma insistencia en ver estas enfermedades como un capricho, les resta importancia, y por eso muchas personas piensan que todo se repara al solucionar la cuestión alimentaria. Cuando alguien le dice a una persona con anorexia “¿por qué no come y ya?”, está invalidando una serie de emociones expresadas a través de ese problema con la comida. Muchos pacientes de la doctora Prada cuentan que sus familiares creen que solo quieren ser delgadas buscando parecerse a alguien y que pretenden estar a la moda, cuando en realidad hay mucho más en el fondo.
Los estigmas que vienen muchas veces de la familia, aparecen porque cuando una persona tiene un TCA, todo su núcleo familiar se ve afectado por la enfermedad. Reconocerla es tan difícil para la persona que la tiene, como para su familia. Generalmente cuesta y hay resistencia en entender que es una enfermedad y no una elección de vida. A la psicóloga Espinosa se le han acercado padres que le dicen que no es un TCA, sino que la persona “es complicada para comer”, o que es desorganizada, que le falta ejercicio. Tienden a creer que el trastorno se soluciona moldeando el cuerpo, que la relación con la comida va a mejorar inmediatamente si una persona tiene un cuerpo de modelo de revista. Y en realidad la estética pasa a un segundo plano una vez avanza el trastorno. Esta creencia de que las personas eligen estar enfermas, afecta en la intención de buscar ayuda para recuperarse.
''Lo que más me afectó al principio fue mi familia, en los primeros dos años. Por lo mismo yo tampoco me creía que estaba enferma. Ellos creían que yo quería llamar la atención y que no era tan importante como tener cáncer. Y puede que incluso sea más importante, pero no lo ven así. Yo tenía mucha vergüenza de que la gente se enterara de que yo tenía un TCA, porque yo decía: van a creer que soy débil. Ya tengo suficiente con comentarios de personas cercanas a mí que dicen que es por mi falta de carácter, o que es porque no tengo suficiente fuerza mental, como para que otras personas fueran a hacerlo. Entonces era esa vergüenza de sentirme más inferior de lo que ya me sentía'' María Fernanda Lugo
También hay un fuerte estigma de género sobre los TCA. Marcela Prada y María Espinoza coinciden ambas en que las mujeres tenemos un estigma social fuerte sobre nuestros cuerpos, hay un estereotipo del cuerpo ideal que nos fuerza a sentir que, si no encajamos ahí, nuestro valor es inferior. Pero también hay un estigma sobre los hombres que tienen estos trastornos, ya que tiende a pensarse como una enfermedad de mujeres que es cuestión de estética y que no afecta a hombres. Prada ha visto que cuando un hombre tiene una anorexia, su círculo asume que es por circunstancias relacionadas a su orientación sexual. Entonces, por el temor a la forma en la que serán juzgados, a ellos se les dificulta mucho expresar el trastorno. Prada explica que “antes se creía que por cada 10 mujeres con un TCA había un hombre. Ahora sabemos que por cada tres mujeres hay un hombre”. Pero es más complejo rastrear casos de hombres, por la vergüenza que les produce y las cargas que los condicionan a obligarse a creer que nunca necesitan ayuda y tampoco expresar sus emociones.
Otro estigma habitual señalado por Paola Sabogal es el que está sobre los cuerpos cuando creen que el aspecto físico es el que debe reflejar la enfermedad, “depende mucho de cómo te veas para tener un trastorno. Nuestra sociedad hasta en eso juzga la imagen de cómo debería ser. Y eso, en últimas, es muy violento”. Se cree que si no estás en los huesos, entonces no puedes tener anorexia o bulimia. Se olvida que es un trastorno mental y no un trastorno de peso. Usualmente hay mayor preocupación y atención sobre una persona con un bajo peso y no sobre la que está en un peso normal, o en un peso elevado. Muchas veces esto hace que las personas con un TCA no identifiquen su propio trastorno al no verse como creen que se debería ver la enfermedad, y esto tiene relación con la gordofobia que habita en nuestra sociedad. Además, esto puede reforzar el trastorno, hacer que una persona recurra más a los síntomas para suplir esa imagen que le hacen sentir que debe tener.
''También he escuchado esos comentarios de 'pero tú no estás flaca, se supone que si tienes bulimia debes estar en huesitos'. Y me decían que nunca me vieron enferma. La gente no ve eso que hay detrás del trastorno ni todas las cosas del pasado que a uno le detonan eso. Esos comentarios sobre el cuerpo. Eso es lo que debemos aprender, sea quien sea la persona. No es posible que uno pueda hacer comentarios sobre el físico y sobre el peso de la otra gente. Y decir que porque está gorda es porque está en mal estado, eso es falso. Decirle a alguien que es medio 'trozudita'. Uno no sabe las cosas por las que está pasando esa persona, uno no sabe contra qué está luchando esa persona. Por favor, no es necesario. Nadie te está pidiendo una opinión, un comentario. Y si te la piden, sé lo más prudente del mundo'' Margarita Ordóñez
Esos mismos estigmas hacen que las personas con estas enfermedades crean que es algo que solo les pasa a ellas, que nadie más puede tener una obsesión constante en la cabeza que resuena como una voz. Y aunque sucede en todos los TCA casi de igual forma, Sabogal es testigo de que la vergüenza al expresarlo es mayor en los problemas de atracones, por esa misma gordofobia “para ellos es super relajante que uno les diga que hay mucha gente viviendo eso. Personas que también sienten vergüenza y por eso no se ven en la calle diciendo que sufren un trastorno por atracón. Es una barrera para buscar ayuda”.
''Yo le tenía miedo a que me dieran comida, a que en verdad no me creyeran, a que me dijeran como: “eso es un capricho”. Pero más que todo a herir a las personas que quiero. Yo no quería que las personas se enteraran porque no quería que sufrieran lo que yo sufrí o porque no quería que vieran esa parte de mi que ni se la imaginaban'' Margarita Ordóñez
Los estigmas afectan directamente al proceso de recuperación e imponen barreras, agudizan el miedo y la inseguridad al solicitar ayuda y al entender que existe un problema. A su vez, entorpecen el proceso, como explica María Espinosa, “lo que uno puede lograr en terapia, las redes sociales y los estigmas te lo pueden tumbar en un minuto”. No solamente al invalidar un trastorno, sino al invalidar a quienes lo padecen.
''Yo tenía mucha vergüenza de que la gente se enterara de que yo tenía un TCA, porque yo decía: van a creer que soy débil. Ya tengo suficiente con comentarios de personas cercanas a mí que dicen que es por mi falta de carácter, o porque no tengo suficiente fuerza mental, como para que otras personas fueran a hacerlo. Entonces era esa vergüenza de sentirme más inferior de lo que ya me sentía. Recuerdo una compañera que estando hospitalizada fue a visitarme. Y me dijo que ella tenía más problemas en su vida que yo, como para yo estar sufriendo por algo que era tan irrelevante. Creo que ella no sabía lo que hacía'' María Fernanda Lugo