En el campo de la medicina, los Trastornos de la Conducta Alimentaria tienen una categorización que se basa en síntomas y comportamientos. En la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, las principales tres grandes clasificaciones incluyen la anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por atracón. Explicados brevemente: la anorexia nerviosa se caracteriza principalmente por la restricción de la ingesta de alimentos, por el miedo irracional a ganar peso y a la comida. La bulimia nerviosa se refiere a las conductas compensatorias posteriores al consumo de los alimentos, que pueden variar desde el vómito, el uso y abuso de laxantes y diuréticos, el ejercicio excesivo o el ayuno. El trastorno por atracones, consiste en una serie de episodios en los que se come de manera compulsiva una gran cantidad de alimentos en un lapso corto de tiempo, acompañado de la sensación de pérdida de control e incapacidad de detenerse y posteriores emociones relacionadas al malestar, la culpa y la vergüenza.
Estos trastornos son versátiles y pueden tener varias peculiaridades en cada persona, y tenerlo de una u otra manera no invalida ni minimiza su importancia. Cuando las definiciones de estos trastornos son menos estrictas, las cifras de incidencia aumentan. Por eso, ese mismo manual integra y contempla otro grupo de clasificaciones, tales como: pica, trastorno por rumiación, trastorno por evitación/restricción, y otras conductas alimentarias. Estas categorizaciones no necesariamente implican una jerarquía respecto a la importancia de un TCA, pero ayudan a facilitar las limitaciones al momento de realizar un diagnóstico, porque los síntomas pueden variar e igualmente lo pueden hacer el perfil psicológico y psiquiátrico de cada persona.
Pese a la existencia de este y otros manuales, la forma en la que cada trastorno habita en un cuerpo nunca es la misma. No hay un patrón homogéneo, y, aunque sí hay elementos comunes, el desconocimiento acerca de su heterogeneidad limita al tratamiento y a su diagnóstico. Marcela Prada, en su carrera como psiquiatra, ha sido testigo de la dificultad que existe para que alguien, o su entorno social, identifique la enfermedad. Y esta falta de educación sobre el tema es clave en la errónea idea social que circula acerca de este tipo de enfermedades.
En términos generales, es una certeza que cualquiera podría desarrollar un trastorno como este, que todas las personas están bajo el mismo riesgo; así lo explicó la doctora Prada, así lo expresó Paola Sabogal, que es nutricionista de la Javeriana en el curso de un doctorado en psicología. Y también lo reafirmó María Espinosa, quien es psicóloga con énfasis en atención a víctimas del conflicto, población LGBTI y personas con TCA. Nadie es más débil, y nadie es culpable de tener un TCA, la susceptibilidad y los factores de riesgo pueden afectar a cualquiera.
''Aún me cuesta no creer que es mi culpa. Porque hay muchas cosas que me hacen creer que es así, que soy yo la que hizo que todo esto fuera, que le di paso a esto. En parte, en algo sí creo que tengo la culpa. En el sufrimiento de mi familia, el sufrimiento de mí misma, las repercusiones en mi salud. No del todo. Porque no es algo que yo dijera; ´yo quiero tener anorexia'. Nunca pensé, nunca lo imaginé. Y siempre estuvo ahí, como un fantasma. Y esa culpa llega porque es como una fuerza omnipotente. Como que ¿a quién más culpas?, si todo el mundo te culpa a ti porque eso supuestamente no existe. Y eso tú te lo crees'' María Fernanda Lugo
Dos personas pueden pasar por un mismo evento traumático y puede que una de ellas guarde secuelas psicológicas de por vida y la otra no; pueden ambas quedar con un trauma, o ninguna. El acaecer en un TCA sucede un poco de esa manera. Implica varios elementos o ‘factores de riesgo’ asociados a componentes genéticos, psicológicos, socioculturales, eventos traumáticos, problemas de autoestima, antecedentes de depresión, ansiedad, trastorno de personalidad, trastorno obsesivo compulsivo y muchos otros. Uno o varios, son los eslabones que podrían encadenar a una persona a una vida que gira alrededor de una tóxica obsesión con la comida, el cuerpo y el peso. No todos los problemas con la comida conllevan un TCA, no todas las dietas extremas terminan deteriorando nuestra relación con la alimentación y no todas las personas desarrollan uno; pero todas podríamos hacerlo. No existe un manual que defina las que, sí o sí, son las razones que desencadenarán un Trastorno de la Conducta Alimentaria, y por ello el mismo trastorno se comporta, se refleja y se experimenta de distintas maneras. Comprender esto, para Marcela Prada, es tan importante para quienes desarrollan un trastorno alimentario, como para el mundo en general. Porque es necesario despojar a las personas de la culpa que recae sobre la responsabilidad de haber enfermado, responsabilidad que creemos que tienen y que nunca han tenido .
En el caso de María Fernanda Lugo, hubo varios factores para que ella desarrollara una anorexia que se extendió durante muchos años. Desde sus cuatro años la invade un sentimiento de autoinsuficiencia, y este se convirtió en la primera semilla del trastorno en su vida. “ Fue un trauma que siempre estuvo, porque mi papá me dejó. Mi papá se fue cuando yo tenía cuatro años. Y si yo no era suficiente para mi papá, yo no era suficiente para nadie”. De ahí en adelante, este sentimiento fue creciendo y nunca pudo establecer un vínculo sano con su propio aspecto físico. Al contrario de lo que se suele pensar, un TCA no solo surge en personas con problemas de peso elevado. Por su parte, María Fernanda nunca fue una niña con sobrepeso, y aún así ha vivido siempre conflictuada con su cuerpo y la comida gracias a que encontró en el trastorno un refugio de muchas cosas que no quería enfrentar.
A través de su doctorado de psicología, Paola Sabogal ha direccionado el desarrollo de su trabajo desde una perspectiva más psicosocial en lo que refiere al surgimiento de un TCA. Gracias a ello, hoy en día, trata de entender su desarrollo a partir de un ángulo que va mucho más allá de los componentes genéticos de los que hablan frecuentemente. Su experiencia le ha hecho entender que, sin desconocer la genética, los factores sociales y culturales son los pilares críticos que sostienen un trastorno. Para ella, los TCA también son el resultado de cómo la sociedad quiere ejercer poder sobre nuestros cuerpos. Una forma de disciplinarnos que evita múltiples formas de revolución y nos condiciona, “desde allí, en últimas, terminamos cooptados por un sistema que nos agarra la vida y nos dice que todo el tiempo tenemos que estar pensando en la comida, en el cuerpo”. La cultura de la dieta, la gordofobia, la constante necesidad de ser siempre ‘la mejor versión de sí mismo’ y la equivocada creencia de que el cuerpo debe moldearse hasta asemejarse al normado, son percepciones nocivas para la relación que tienen las personas con su cuerpo y con la comida.
Sabogal explica que lo que dificulta recuperarse de un TCA, es precisamente que lo que consumimos está saturado de mensajes acerca de lo que está y lo que no está bien en un cuerpo y en la alimentación. Todos los pacientes con problemas de obesidad que ella ha tratado y que trata, tienen conductas de riesgo o tienen un TCA, y ese estigma sobre esos cuerpos solamente empeora y entorpece la recuperación y la reconciliación de una persona con su aspecto.
La influencia de las redes sociales crea una trama ambivalente de pros y contras, como lo declara María Esponinosa. En ocasiones los creadores de contenido pueden proporcionar información constructiva, y en otros casos el contenido puede ser muy disfuncional, “es una lucha diaria, sobre todo cuando uno ya está en un proceso terapéutico. Porque lo que uno hace en una hora, las redes sociales lo tumban en cinco minutos. El exponer cuerpos hegemónicos y perfectos, y el que las redes sociales nos han llevado a plantearnos no solo la cultura de la dieta sino el qué debemos comer para ser socialmente aceptados”.
Además de este componente sociocultural, Espinosa destaca que la experiencia en la infancia de las personas tiene influencia a la hora de buscar el porqué de un TCA. Esto incluye lo que hemos vivido desde pequeños en relación con nuestros cuerpos, y con lo que aprendimos en la niñez acerca del cuerpo ‘correcto’, de la comida “buena” y la “mala”. Desde su abordaje, ella se enfoca en encontrar una base infantil de carencias emocionales, juicios de valor sobre los cuerpos o ausencia de figuras de protección, entre varias posibles experiencias más, “si yo veo eso en mi infancia, si no tengo un referente que se amaba a sí mismo, yo no voy a saber cómo hacerlo”. Aunque en cualquier etapa de la vida puede desarrollarse un TCA, ella explica que la infancia es fundamental en el origen de este en una etapa posterior.
Margarita Ordóñez tuvo una infancia enmarcada dentro de un conflicto con la comida y con su cuerpo. Un conflicto creado a partir del rechazo a su figura por parte de sí misma y de las personas que la rodeaban, incluyendo a su familia. Ella recuerda su niñez en función de las constantes visitas al nutricionista y de su forma de comer diferente a la de las niñas de su edad. Su contextura ancha no se asemejaba a la normada, así que a pesar de su alimentación restringida y las constantes dietas que le dieron, en el colegio la llegaron a llamar “Marga la gorda”, o “buñuelo”. Se refugió en la bulimia por la fractura en su autoestima que muchas personas ocasionaron con los juicios de valor sobre su cuerpo. Más adelante el lazo con el trastorno se fortaleció con la enfermedad y posterior fallecimiento de su papá, en el 2020.
“Me sentía muy mal conmigo, me sentía muy sola. Entonces yo sentía la necesidad de que me quisieran por lo bonita. Buscaba la manera de poder bajar de peso rápido para que la gente me viera bonita como para para acompañarme y suplir esa necesidad de compañía que sentía que estaba perdiendo por mi papá” Margarita Ordóñez
La psiquiatra Prada apunta a que “los TCA son la manifestación de un trastorno del afecto, de situaciones disfuncionales familiares, situaciones traumáticas, y esos elementos son la gran base. La gran base que hay que indagar y hay que tratar con el paciente”. Así que no se trata todo de una conducta alimentaria, sino de a qué cosas responde esa relación inadecuada con la comida. Consiste en resolver la pregunta de por qué una persona empezó a vomitar, a laxarse, por qué dejó de comer, o qué genera los episodios de ingestas descontroladas, y trabajar en las razones que la llevaron a eso.