Sobre todo indio

Miércoles, 15 Noviembre 2017 15:07
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Es el hombre detrás del Indio. Un hombre llamado Rómulo Mora, el máximo exponente de la poesía costumbrista del país, hombre que participó de la primera transmisión en vivo en la televisión y un hombre dispuesto a hacerle sonrojar.

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Niño,  hijo,  soldado,  alcalde, devoto de la Virgen de Monguí,  actor,  padre,  abuelo, pero sobre todo  indio. El indio Rómulo. Un hombre que se resume en su sonrisa y en sus palabras  que hacen sonrojar a más de uno, que le han permitido llevar por más de 50 años la poesía costumbrista a cientos de escenarios, acompañado de su bigote peculiar y su amuleto, la pañoleta.

Rómulo ha recibido cantidad de visitas en su casa, con el objetivo de conocerlo más  allá del tipo que habla sin despojos, que dice lo que piensa sin importar a quién, y esta no era la excepción. Su hogar, una casa en el barrio Ciudad Jardín en el sur de Bogotá, que  tiene el espacio  suficiente para su esposa, sus hijos, sus nietos, su perro y la pareja de loros en el patio.

La pared de su estudio, donde, seguramente, es su lugar de creación, está llena de reconocimientos, diplomas, recortes de periódicos, caricaturas que alguien le ha obsequiado, ausencia de fotos familiares. La decoración de su hogar es un recordatorio permanente de su triunfo como declamador, que ha construido con la vitalidad que pocos tienen a sus 84 años.

 Su escritorio lleno de fotos, la mayoría en blanco y negro, con algunas personalidades nacionales e internacionales, se encuentra  una foto algo descolorida, que fue tomada en una de sus giras con el presidente Julio César Turbay Ayala. Al observar la imagen, El indio Rómulo dice. “Chinita, siempre he tenido el apoyo del gobierno, siempre”.

Antes de escribir y declamar ¿Por qué no tomo más?, El Indio Rómulo, o antes llamado el campesino boyacense, que dejó atrás por sugerencia del presidente León Valencia, fue alcalde de su tierra natal, Monguí. Como cuenta su amiga Cecilia Puentes, a pesar que casi nunca estaba en su despacho, mientras él viajaba por Colombia  haciendo llorar, reír y sonrojar  con sus poemas. Afirma que lo llamaban “el alcalde luz”, pues a donde llegaba quería poner luz eléctrica, esa misma que vio por primera vez en Sogamoso y quería que su virgen la tuviera.

Cerca de 1958, este hombre bajo de estatura y cabello  negro, viaja a Paipa, para comentar el plan de llevar la luz a su pueblo al gerente de la licorera. Pero era un plan algo utópico pues el presupuesto total para el pueblo eran $19.500 anuales, y la luz costaba cerca de $25.000. Apretando un poco los labios y sus ojos iluminados con suspicacia se atrevió a decir “¡Me comprometo!”

Mientras comenta su hazaña, un amigo y familiar, recuerda a la madre de Rómulo, Ana Tulia Sáenz, “Esa mujer hacia un chicha, y también tenía una lengüita”. Seguramente, de ahí nace su gusto por esta bebida y en parte sus palabras para reírse de la gente y con la gente.

Recordando toda la aventura que pasó para iluminar su pueblo, cometa que al Presidente Lleras Restrepo le llegaron  con la noticia que un alcalde estaba prohibiendo la venta de cerveza. El entonces presidente viaja al pueblito más hermoso de Boyacá desde 1980, para ver con sus propios ojos el desorden que estaba causando el alcalde. Escuchó la historia, bebió de la totuma que le dio Ana Tulia, y le rezó a la virgen. “Por fe, por culpa o por guayabo, mandó desde la capital una donación de cinco mil pesos”

Rómulo Mora Sáenz, nació en una de las mejores familias del pueblo, llena de sacerdotes y militares, en la que el destino casi escrito le decía que tenía que escoger alguno de esos caminos. Aunque su talento les mostró que ser sacerdote y militar no era una opción, da gracias a Dios por ello, pues en el Ejército formó su grupo “Calaveras” y su entrenamiento en los escenarios se dio en la iglesia, recitando y cantando poesía religiosa.

 “Es que el artista nace, no se hace.  Dios me mandó así y me pulí por el camino”. Él nunca ha dudado se talento, de mover corazones, de excavar las almas. Hasta su nieto Julián de  8 años dice que lo ha hecho llorar más de una vez con sus poemas.

Hernán Puentes recuerda que el carácter de Rómulo le ha traído uno que otro problema. Ha estado tres veces cerca de morir, la primera, en una borrachera se peleó en su pueblo y alguien le cortó el abdomen; la segunda, en Bogotá, en uno de sus bares “el rincón del Indio Rómulo” le dispararon tres veces, y la tercera, cuando fue alcalde, unos campesinos lo apedreó por tener problemas con el cura del momento. Hasta la muerte lo evita para seguir escuchando sus poemas.

Al despedirme, llenó  mi maleta de afiche, volantes, discos y un libro con sus poemas en los 50 años de carrera. Antes de irnos nos compartió un par de bromas. Se despidió con la amabilidad con la que nos recibió, no solo él, sino también su esposa, su hija y su perro “Ñoño”. Sin antes darnos unas tarjetas que hacen sonreír hasta el más amargado: Una de ellas, amarilla en letras azules anuncia “Estás hablando mucha mierda” y la otra una autorización que siempre le da a las parejas: “por medio de la presente autorizo a mi querido esposo, para que enamore y levante cuanta vieja se le atraviese, que se emborrache y amanezca donde quiera y que me casque cuando estime conveniente, para constancia, firmamos”, sonríe con malicia.

Antes de cerrar la puerta dice: “cuando termine de escribir, la trae la revisamos y le cambiamos cositas. Toca ponerle cuidado a la redacción”. Al parecer mi expresión fue suficiente para no decir nada, solo hice una sonrisa ladeada y pensé lo que me dijeron antes del encuentro: no hay dos como el indio.