DESNUDEZ: ROSTRO E IDENTIDAD

Un acto de conciencia

En el artículo Rostro y Alteridad: de la presencia plástica a la desnudez ética, Guillermo Echeverri y Carlos García, nos explican que la desnudez se refiere a un acto de reconocimiento, en donde, el ser se excede sobre la finalidad. El individuo, está desligado de toda formalidad central y su sentido ya no es para los otros sino para sí mismo. De esta manera, desnudarse representa un acto de conciencia individual que solo se permite cuando nos reconocemos y nos mostramos como algo, ignorando o sobreponiéndose a una esquematización social, en la que, son los otros son los que nos determinan. Esto no quiere decir que en el proceso de desnudarnos no tengamos en cuenta a la sociedad, ni a los otros sociales que nos rodean; sin embargo, como lo explica también Levinás en Totalidad e Infinito, es un acto que ocurre dentro del individuo y no en relación a un sistema social.

Hace algún tiempo, Erika, la mujer con la que comencé a tomar fotografías de personas desnudas, me hizo una pregunta “¿Cuándo estás desnudo, realmente estás desnudo?” Al asistir al grupo nudista y conocer a Maite y a Juan, líderes del colectivo, volví a preguntarme lo mismo. Dentro de este espacio las personas se enfrentan con su cuerpo, piel, huesos, estrías, gordos y cicatrices. Se enfrentan con ellos mismos, con su sexualidad, con personas que los miran y que también están desnudas. Se muestran, se ven y ven a otros. Es un espacio donde el morbo desaparece y está bien tener un cuerpo atlético, delgado y dinámico, pero también, tener ‘imperfecciones’, sobrepeso, ser narizón o tener un pene chiquito. Es un lugar donde el dispositivo de la sexualidad funciona de forma diferente, el cuerpo de la mujer ya no es satanizado, desviado o se configura como una sexualidad peligrosa para la sociedad. Para el nudismo no hay cuerpos imperfectos o cuerpos incorrectos, solo hay cuerpos, seres humanos diferentes y similares entre sí.

En la sociedad el desnudo se entiende de otra manera. Al sistema no le interesa que el individuo se sienta bien con su desnudez o que se desnude, le importa vender cuerpos moldeables. Cuerpos que correspondan a un interés estético, espiritual o socialmente correcto. De igual manera, todas estas nociones se refugian dentro de un ideal ético, en donde, las instituciones como la religión, los colegios, las universidades y los medios de comunicación, se adaptan a los cambios y movimientos de la sociedad postmoderna. Esto es realmente preocupante, porque son instituciones que manipulan al individuo haciendo que este se sienta libre, cuando en realidad, no decidimos por nosotros mismos.

Geraldine Sánchez es una mujer de 24 años. Tiene ojos cafés, contextura gruesa, caderas anchas, cejas delgadas y pómulos marcados. Sus ojos parecen conocer todo sobre ella, lo que calla y lo que dice. A veces denotan tristeza, otras veces son felices, pero casi siempre, están acompañados de nostalgia. Una nostalgia única que muestra a una mujer de muchos caminos, fuerte y determinada. Una nostalgia que transforma en arte, amor, dulzura y decisión. Geraldine es madre, es caos y contraste. Es cuerpo, rostro y lienzo. Geraldine es ojos; ojos que buscan, cambian y se transforman.

Desde que era niña, siempre ha habitado en una dualidad, lo femenino y lo masculino. A Geraldine no le gustaban las ‘cosas de niñas’, siempre le gustó el deporte, vestirse como ‘hombre’ y relacionarse con hombres. A los 19 años quiso tener un hijo, sin embargo, el médico le dijo que no podía. Esto la afectó emocionalmente, haciendo que entrara en un cuadro de depresión. Si no podía tener hijos, iba a ser hombre. Se rapó la cabeza, cambió su vestuario y empezó a actuar como un ‘hombre’. La depresión hizo que se alejara de las personas y también de sí misma. Geraldine ya no se sentía dueña de su propio cuerpo.


Ilustraciones realizadas por: Camilo Cuellar

El único escape para ella era el dibujo, a través del cual, expresaba sus emociones, miedos y tristeza. Geraldine transformó su depresión en un trozo de papel con tiza, grafito y arcilla. Un papel que clamaba por un sueño silencioso, escondido en lo más profundo de su carne. Quería ser madre, quería ser libre; quería ser ella. A los 21 años, contra todo pronóstico médico, se propuso a realizar su sueño. Le dijo a su mejor amigo que quería tener un hijo; él la apoyó. Tuvieron un hijo juntos, que Geraldine llamó Marcelo. Para ella ser madre es una decisión, un acto de consciencia que significa todo en su vida. Su hijo Marcelo, es la luz de su alma y su corazón. Es el único hombre que necesita, es lo que la impulsa a seguir, a soñar y a creer. 

Cuando hablo con Geraldine, me cuestiono sobre el rostro y la identidad. ¿Qué es un rostro? ¿Cómo nos definimos a nosotros mismos y a la otredad que nos rodea? En la desnudez encontramos que el cuerpo es un lugar que se transforma, se expresa y se construye. Geraldine transitó por su género. Se convirtió en hombre, en mujer y en madre. ¿Qué es lo que nos hace ser hombres, mujeres o rostros? ¿Qué es lo que nos hace vernos a un espejo y decir ‘esto es lo soy’? ¿Cómo desnudarnos frente a nosotros mismos y saber que lo que sentimos, creemos, amamos y odiamos, nos pertenece?

El desnudo no se limita a una acción o al simple hecho de quitarse la ropa, es un acto consciente, un ejercicio emocional. Nos podemos desnudar sin quitarnos una sola prenda, porque el despojo de la ropa no es más que un acto simbólico de nuestra conciencia individual. Desnudarnos implica conocernos, explorarnos y descubrirnos. Entender que somos seres que sienten, viven y piensan. Personas que no tienen que estar enmarcadas en una revista, creencia religiosa, institución educativa o género. Somos más que un modelo de la sociedad. Somos lo que deseamos, lo que sentimos, lo que exploramos. De carne y hueso, de sangre y venas, de piel y lunares. Somos esto y nada más.