Introducción
Porducción y escritura por: Camilo Cuellar
El siguiente texto es un especial multimedia que busca profundizar en el concepto del cuerpo, el desnudo y la identidad del sujeto a través del autoconocimiento. Se realizó una investigación sobre cómo experimentamos nuestra sexualidad, entendemos nuestra belleza y nos relacionamos con nuestra identidad a través del desnudo. Para ello, trabajamos con 3 mujeres que han participado de la práctica del nudismo y se han enfrentado con su cuerpo, sus miedos y su identidad. Por medio de crónicas, ilustraciones y videos dejamos que sus cuerpos hablen, se expresen y denuncien cómo la sociedad, el sistema y las instituciones culturales han transgredido nuestra identidad, nuestro amor propio y nuestra desnudez.
Nota del autor:
Cuando era niño nunca me sentí normal. A los 7 años tuve mi primer intento de suicidio, mis papás se acababan de separar y yo me odiaba. Lo único que deseaba era ser como los demás y que me trataran como alguien normal. Mi salud no fue la mejor, vomitaba mucho, tenia anemia y un claro problema de crecimiento que siempre me recordaba que estaba debajo del mundo, debajo de los “normales”. Así les decía a todos los que no eran como yo, pequeños. Los mismos que me llamaban ‘enano’, ‘chichón de piso’, ‘gargajo’ y ‘hormiga’. Sentía que yo estaba mal y que no era más que un estorbo para la sociedad, mi familia y los pocos amigos que tuve.
Mi adolescencia no fue muy diferente, seguí sintiéndome ajeno. Me inyectaba hormonas para crecer y aunque llegué a tener una estatura promedio, siempre me sentí como el ‘enano’. Extraño al mundo, a las modas, a lo bello. Lo único que sentía era desprecio por mi carne flácida, mis huesos desgastados y mi piel sensible y delicada. Pensaba que un hombre tenía que ser fuerte, varonil, alto y fornido. Yo era todo lo contrario: flaco, con brazos y piernas de palo, delicado y frágil. No fue hasta el 2015, cuando me gradué del colegio, que por primera vez pude sentir que no era extraño, anormal o raro. Escapaba del colegio, del miedo de mi mamá, de mi enfermedad. Podía ser delicado, simple, sensible y creativo. Nadie me iba a juzgar o a burlarse de mí. Era yo.
Mi regalo de grado fue una cámara fotográfica que una tía me obsequió. Con ella descubrí historias, cuentos, sombras, contrastes y luces. Escribí versos en imágenes que me decían que tal vez el mundo está lleno de anómalos igual que yo. Personas que se levantan todos los días y ven en sus rostros espejos rotos cargados de incomprensión, desprecio y odio. Personas que no son “normales” por cómo piensan, sienten o… se ven. Tal vez no somos anómalos, tal vez muchos nos sentimos así y no sabemos por qué.
En 2017 realicé mi primer desnudo. Luego de pasar años escondiéndome de mi propia carne; despertó en mí la necesidad de descubrir el cuerpo de una forma distinta. Comencé fotografiando a otras personas, la primera fue Erika, una mujer de pelo café, ojos color canela y labios caídos. Con el paso del tiempo me obsesioné por el cuerpo, sus texturas, sus sombras y cicatrices. Cada persona que fotografiaba se volvía un mundo nuevo para descubrir, un detalle que capturar y razón más para enfrentar mis miedos.
El arte me sanó, me salvó del barranco, del suicidio y del odio. No solo me sanó a mí, también a cada persona que me contó su historia, sus miedos y debilidades. A pesar de que muchos nunca se habían desnudado, confiaron en mi lente, en mis ojos y en el respeto que tengo hacia cada ser vivo que fotografío.
El cuerpo se fragmenta, se vuelve objeto de admiración, contemplación y lucha. El cuerpo revolucionario, que protesta y marcha. El cuerpo que duele, pesa y cambia. Un cuerpo que se fragmenta porque nos pertenece, es nuestro, así lo odiemos, lo descuidemos o nos olvidemos de él. Nuestros lunares son constelaciones, nuestras cicatrices cuentan historias y nuestra piel siente.
Le dedico este trabajo a Maite Gómez, Natalia Coy y Geraldine Sanchez. Gracias por compartir conmigo sus historias, imágenes y videos para la realización de este especial.