El paisaje estaba cobijado por un verde marchito, opaco, triste, acompañado de diferentes matices de color sin vida. Pareciera que la noche más oscura y sin ninguna estrella tuviera más vida que aquel monte envuelto en la neblina. La inmensa nube blanca cegaba la vista de unos soldados, estos no podían ver a su enemigo y muy poco podían distinguir a sus amigos. El estrés de no saber que había en el otro lado impulsó a un uniformado a averiguar lo que había más allá de su vista. Sus compañeros le susurraban que no fuera imprudente y después de un silencio escandaloso se escucharon los disparos. Esta es una de la escenas más llamativas de El páramo, una película colombiana dirigida por Jaime Osorio que cambia la perspectiva de lo que conocemos de las películas de terror hollywoodenses.
A pesar de que algunos alaban la dirección de Osorio, existen otros que como cineastas y críticos, del séptimo arte nacional, no concuerdan con que existe una firma propia de dicho género en el país, pues muchas películas de terror tratan de emular narrativas e historias ya existentes. “Son copias banales de lo que se hace en Estados Unidos y Europa, no creo que existan los subgéneros de dicho cine en Colombia, es más un aporte del director”, asegura Simón Hernandez, productor, montajista y director del documental La Venganza de Jairo.
Y es que la repetición de historias ligadas a las casas embrujadas y personajes ficticios como fantasmas, vampiros y monstruos ya están tan empleados en los filmes que la creación de nuevas narrativas se ve como algo lejano por la falta de originalidad. “Yo creo que es más la falta de mentalidad, nos enfocamos en el cine comercial para hacer películas de terror, pero no tenemos en cuenta que países como Alemania e Italia tienen largometrajes no tan conocidos que pueden expandir nuestra imaginación”, comenta José Andrés Gómez, comunicador audiovisual y uno de los fundadores de Fantasmagoría.
Iván Schiller, director del Festival Tolima VICV, menciona que Colombia se caracteriza por ser un país en donde la tradición oral abunda. Cada una de las regiones posee un folklore encarnado por mitos, leyendas y fábulas que muchas veces de manera utópica dibujan parte de la historia de los pueblos antiguos. Son cuentos transmitidos de generación en generación que tejen una cultura identitaria de cada rincón del país, con la finalidad de conservar parte de la memoria histórica y de alguna u otra forma, a través de seres anormales y monstruosos, educar a la población. “Estas historias de terror que se han mantenido por largas generaciones deben ser contadas a las nuevas por medio de la pantalla grande”, propone Schiller.
En Barranquilla, por ejemplo, existe una leyenda basada en la historia real de un payaso asesino, de la década de los 40. Una especie de
Pennywise
Este personaje llamado Eso o It fue creado por el escritor Stephen King. Foto: Eso. Tomada de: Google Images.
que después de violar a niños y jóvenes, los mataba a sangre fría. Circuscuscus, como lo llamaban algunos, mató a una niña con síndrome de down. Cuando hallaron el cadáver de la infante confirmaron que el payaso era el verdadero criminal y tiempo después fue ahorcado por sus delitos. Según Darío Durán, director de Colombia Terror Fest y del Festival Internacional de Cine de Terror de Barranquilla, la leyenda dice que en el barrio Abajo, uno de los sectores más antiguos de Barranquilla, aparece la niña asesinada con un globo sonriendo, pero cuando ese globo se revienta, aparece el cuerpo sin vida de Circuscuscus colgado de un árbol.
Lo que es interesante, es que existen demasiados personajes culturales como La Patasola, El Mohán, El Sombrerero, entre otros, que han servido para la inspiración de algunos proyectos audiovisuales de terror. La película
Pueblo de cenizas
Sinopsis tomada de El Centro Cultural PUCP casa: Antonio, único heredero de una hacienda cafetera colombiana, vive con su padre y con su esposa, que aparentemente es estéril y no puede darle el heredero que tanto desea. La familia y el pueblo entero conviven naturalmente con leyendas, mitos, brujas y demonios propios de la región, entre los cuales se encuentra un ser sobrenatural llamado El Duende. Foto tomada de: Chicago Latino Film Festival.
, dirigida por Jhon Salazar y estrenada en 2019, está inspirada en la mitología de los pueblos cafeteros. Una historia que retoma las leyendas de brujas, duendes y espantos que contaban los abuelos. Otro ejemplo, es un cortometraje que toma referencias de los mitos tolimenses, Toque de queda, toque de parranda, estrenada en 2017, es un proyecto que cuenta la historia de un monje que vendió su alma al diablo y queda vagando por el mundo de los mortales.
“Es de ahí donde deberían agarrarse los realizadores de cine, en tomar parte de nuestra cultura y hacerle un reconocimiento, tenemos muchos mitos y leyendas que plasmar”, asegura Armando Russi, profesor de la Universidad Nacional y la Jorge Tadeo Lozano, curador y crítico de cine. Se han tomado referencias del cine de terror comercial internacional y se han creado adaptaciones más acordes al contexto sobrenatural nacional, y algunos especialistas en el tema comentan cómo estas nuevas adaptaciones pueden hacer parte de este cine como subgénero.
Para Óscar Adán, guionista cinematográfico y productor audiovisual, existen dos vertientes en el cine de terror colombiano: el paranormal y, el que él llama, vampirismo psicosocial. El primero se enfoca en lo sobrenatural, lo que se conoce como cine de fantasmas, con historias de ultratumba acompañadas de espíritus y espectros malditos. Dichos seres no terrenales están plasmados en películas de Jaime Osorio, Jairo Pinilla y Juan Felipe Orozco como El Páramo, Funeral siniestro, Al final del espectro, entre otros.
El segundo está arraigado al grupo de Cali, que muestra a los vampiros con una narrativa compuesta de la fuerza política y social. De ahí películas como Pura Sangre, dirigida por Luís Ospina, estrenada en 1982 y Carne de tu carne, de Carlos Mayolo, estrenada en 1983. “Para algunos críticos e historiadores este género se denomina “Gótico Tropical”, por mostrar monstruos en espacios de climas templados, pero yo lo denomino vampirismo psicosocial por el trasfondo que este posee”, complementa Óscar Adán. Pero actualmente el público se está volviendo cada vez más exigente y se ha notado que los monstruos ficticios en Colombia no asustan.
José Andrés Gómez comenta que el país se ha caracterizado por tener una trayectoria arraigada a la violencia, y el pensar diferente ha sido un impedimento para mantenerse vivo en la sociedad. El conflicto armado, la corrupción y la desigualdad también han generado que esta violencia se siga expandiendo por el territorio convirtiéndose en un objeto inmortal que no cesa en Colombia. “Es por ello que las personas no se asustan con algo que saben que puede estar más en lado de la ficción, pero sí le temen a lo que les pueda pasar en la esquina de su hogar”, complementa Gómez.
“Los colombianos ya están acostumbrados a esta guerra que genera que el cine de terror ya sea realista, pues se habla de la guerrilla y los desplazados. Es muy difícil que nosotros lo convirtamos en un monstruo fantástico”. Así lo menciona Ricardo Silva Romero, escritor y crítico de cine colombiano, en el documental dirigido por Erik Zuñiga, Frankenstein no asusta en Colombia, del 2012. “Hoy hacerle dar miedo a la gente es difícil. Es más tenebroso ver un noticiero que películas de terror porque la realidad supera la ficción”, complementa Pinilla.
Y es que la vivencia del colombiano, su entorno, los problemas políticos, la violencia y su estado psicológico le dan un ingrediente especial a las producciones de terror. “Estas logran mostrar todos esos monstruos que tenemos en nuestra sociedad representados de muchas maneras en las producciones y, estas representaciones aunque den miedo, nunca serán tan aterradoras como las reales”, menciona Álvaro Palacios, investigador y realizador de contenido sobre lo paranormal.
Lo que es interesante, es que plasmar estas realidades permite saber qué es lo que pasa en la sociedad colombiana. “Se representa lo que se vive en la actualidad de manera simbólica, es una denuncia de todo lo que pasa, pero escondida en unos códigos”, asegura Álvaro Palacios.
Por ejemplo, una historia que podría enganchar a más de uno es la ocurrida en El Bronx. Un lugar ubicado en el centro de Bogotá que se caracterizó por ser un espacio de prácticas ilegales como expendio de droga y prostitución infantil. La gente cuenta que adentro ocurrían ritos satánicos con cuerpos de habitantes de calle o de personas que desobedecieran las reglas del sistema criminal impuesto por los líderes del sector. “Nuestra realidad muchas veces es apabullante y nos lleva a pensar en un universo de terror, hay lugares a los que no podemos ir en Colombia porque podemos ser asesinados, violados y desaparecidos. Entonces creo que mucho de la narrativa tiene que ver con el terror”, comenta Russi.
En pocas palabras el cine de terror en Colombia está ligado a una innumerable inspiración tanto del cine internacional como de la propia realidad colombiana, sin dejar de lado la riqueza cultural que caracteriza a cada rincón del país. “No es que un día Mayolo y Ospina o Jairo Pinilla se despertaron y dijeron: voy a hacer terror, sino que hay una relación con el medio, con los elementos que les permitieron adaptar y narrar sus historias”, dice Darío Durán, director de Colombia Terror Fest y del Festival Internacional de Cine de Terror de Barranquilla.