LA EDUCACIÓN SEXUAL

Faltaba poco para que sonara el timbre que marcaba el fin de la clase de educación sexual. Antes de que se le olvidara, Luis Miguel Bermúdez debía dejar una tarea a sus alumnos de noveno grado. Así que, faltando un par de segundos para sonar la campana, dijo lo siguiente: Para la próxima clase deben comprar un condón y traerlo.

¿Un condón? ¿Para qué?, se preguntaban los estudiantes mientras se miraban nerviosos entre sí. Algunos no les generaba tanto misterio, otros simplemente les producía risa la palabra condón.

A la semana siguiente el resultado fue desalentador para Luis Miguel, pues llegó al salón a la hora de siempre y se encontró con que Manuela, una de sus estudiantes, estaba muy molesta por el ejercicio que había puesto la clase anterior. Profe, por su culpa me pegaron en la casa. Sus compañeras de inmediato replicaron frases como “mi mamá no me creyó que fuera una tarea”, tuve que mostrarle a mi papá el membrete de la clase para que dejara de golpearme”.

Sin embargo, al momento de la socialización en clase sobre la experiencia, había otro patrón distinto a la molestia de los padres que también llamaba la atención. La mayoría de las jóvenes de la clase habían sido juzgadas en el momento de la compra del condón, incluso a algunas no se los vendieron. Por otro lado, los varones no tuvieron mayor inconveniente tanto en sus familias, como al momento de la compra. Incluso, muchos fueron felicitados por su aparente virilidad e inicio de su vida sexual.

La exploración y el disfrute sexual es satanizado y criticado en la mayoría de mujeres jóvenes, mientras que, para los hombres, según Bermúdez, es un rito de paso hacia su masculinidad. No obstante, cuando se habla de planificación familiar ocurre lo opuesto; la mujer es la que se encarga de evitar un embarazo no deseado.

No es necesario revisar ejemplos ajenos o muy lejanos a nuestra sociedad para dar cuenta de que la carga de la responsabilidad sexual y reproductiva no está balanceada entre hombres y mujeres, a pesar de que las relaciones sexuales son procesos compartidos. Si bien la llegada de los métodos anticonceptivos logró que la sexualidad de las mujeres alrededor del mundo adquiriera una independencia y control más amplio, no puede desconocerse que siguió dejando el papel de la mujer como la persona que tiene la mayor parte, sino toda, de la responsabilidad sobre la anticoncepción y posteriormente, la maternidad.

Según la Colectiva Gestantes, el rol del hombre dentro de la anticoncepción es casi nulo y se limita al momento en que se efectúa la relación sexual. Además, explican que los hombres son absueltos de sus responsabilidades de planificación familiar desde una edad temprana, ya que en la educación sexual tradicional no se consideran sujetos activos en este ámbito. Por ejemplo, no se les enseña sobre el funcionamiento de los anticonceptivos, ciclos menstruales femeninos, etc; temáticas que son escenciales para que la anticoncepción sea un proceso compartido.

No hay una educación sexual enfocada en el rol del hombre dentro de la anticoncepción y la responsabilidad sexual, así mismo las condiciones socioculturales promueven esta brecha, un ejemplo claro es que solo haya un tipo de anticonceptivos para los hombres y que preciso no es invasivo ni genera efectos secundarios en su salud física y mental, explican.

Según la última Encuesta Nacional de Demografía y Salud, realizada por la entidad Profamilia, sólo 1 de cada 10 hombres en Colombia ha consultado con un profesional de la salud sobre métodos anticonceptivos. “Los hombres suelen desentenderse de muchas cosas, y es en la mujer que recae  históricamente la función de protección del embarazo por el mero hecho biológico. Desde espacios tan básicos como el colegio no se le enseña al hombre a estar pendiente de esos aspectos y termina siendo ajeno a temas tan importantes como la salud sexual, comenta Bermúdez.

Esta poca participación por parte de los hombres en temas relativos a la anticoncepción se puede remitir a diferentes orígenes. El principal es la poca o nula educación sexual que reciben los jóvenes en sus casas, centros educativos como colegios o universidades y centros médicos. 

Bermúdez lo explica como la existencia de dos mundos dentro de la sociedad, un mundo de hombres y otro de mujeres. En espacios como la escuela, el hogar, el trabajo, la salud, entre otros, estos mundos se separan y automáticamente, se  asignan papeles y funciones a cada uno de los géneros.

A nivel médico existen dos obstáculos, el primero tiene que ver con que la planificación en su mayoría sólo se incluya como un campo dentro de los programas médicos que tengan que ver con mujeres en edad fértil o mujeres que ya han sido madres, dejando a un lado la participación masculina en estos procesos.

El segundo son los pocos métodos eficaces que existen actualmente en el mercado para el uso masculino y el discurso por el cual se promueven. Una problemática que se hizo visible desde 1994, en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo. En esta se reconoció el rol de los hombres en la salud reproductiva y enfatizó en la necesidad de desarrollar más proyectos de información y servicios destinados a ellos. Sin embargo, 26 años después, no se han materializado tales proyectos.

Un asunto de familia

Cuando me pillaron mis papás me quería morir cuenta Carolina Gómez, una joven de 19 años. Carolina empezó a planificar a los 17 años, para ese entonces, ya tenía una pareja estable hace más de un año. Un día, su hermana menor estaba husmeando entre sus cosas y se encontró con un paquete de pastillas. En medio de su inocencia, decidió preguntarle a su papá Papi, ¿Caro está enferma?”, mientras le mostraba las pastillas.

Cuando Carolina llegó a la casa se encontró con unos padres muy molestos y las pastillas sobre la mesa del comedor.

¿Usted de dónde sacó eso?, ¿Quién le dio permiso?¿La alcahueta de su mamá? Usted está muy chiquita para estar en esas. ¿Qué van a pensar de usted?

Después de eso vino el castigo. Le prohibieron salir de la casa y ver a su novio, además le hicieron interrumpir su método de un día para otro sin pensar en las consecuencias.

Esta es la historia de la mayoría de mujeres que empiezan a planificar. Muchas, como María Emma Jiménez pasan años tomando su anticonceptivo a escondidas de sus familias. Otras solo lo comparten con sus madres o hermanas en caso de una emergencia.

Según Bermúdez, las desigualdades de género están presentes en la forma en que se concibe la sexualidad de las mujeres jóvenes por parte de sus familias. Él teoriza que las libertades y derechos sexuales y reproductivos de una mujer se condicionan socialmente según su edad. Esto quiere decir que, la sexualidad de una niña, una mujer joven y una mujer madura no serán las mismas y serán reprendidas, limitadas, juzgadas y caracterizadas dentro de sus núcleos sociales y familiares.

Con base en la creencia de que las niñas y adolescentes son las princesitas de la casa, según Bermúdez, se niega su sexualidad y, al hacer esto, se les impide obtener información importante sobre el ejercicio de la misma. Comenta que esta es una posible explicación ante el hecho de que la percepción de la sexualidad de las mujeres en Colombia se centre en la prohibición o satanización de la sexualidad. Varios opinan lo mismo sobre la planificación familiar y creen que apoyar a sus hijas en el proceso de adquisición de anticonceptivos es celebrarles el libertinaje.

Según la Colectiva Contracciones, la información respecto al uso de los anticonceptivos, la responsabilidad sexual y los derechos sexuales y reproductivos se encuentra y se da a conocer solamente en las entidades de salud, lo que deja por fuera al sistema educativo y familiar. Es por ello que muchos padres y madres tienen opiniones sesgadas al respecto.

En un ejercicio similar al del condón, Bermúdez les pidió a las mujeres de su clase que solicitaran la cita de planificación familiar a través de su correspondiente régimen. El resultado: más impedimentos.

Para empezar, las jóvenes no sabían cómo pedir una cita, usualmente se las piden sus padres. Empezaron a saltar entre líneas telefónicas hasta encontrar el canal de comunicación adecuado. Cuando la solicitaban a varias se les pidió que fueran con algún acudiente, un requerimiento que, ante el Estado colombiano, no es necesario ni obligatorio. Cuando les pidieron a sus acudientes que las acompañaran el patrón se repitió: regaños, golpes, castigos, insultos y un sinnúmero de represalias por el solo hecho de haber solicitado la cita.

Para las que no se les exigió el acompañamiento de un mayor de edad, la situación no era más sencilla. Muchas no sabían como llegar al sitio de la cita o no tenían dinero para el transporte, y por obvias razones tampoco podían pedírselo a sus padres. Las que se iban a escondidas llegaban a casa a encontrarse con interrogatorio interminable en el cual terminaban siendo descubiertas.

No obstante, Bermúdez opina que el apoyo de los padres es indispensable para garantizar derechos sexuales y reproductivos.