Francisco quien cambiamos su nombre para proteger su identidad. Trabaja como celador desde hace una década, haciendo parte de los muchos vigilantes informales que tiene Bogotá y que se ganan su salario día a día con jornadas laborales extensas y horas de transporte que no son reconocidas.
Su turno dura alrededor de 10 horas, entra a las 8:00 am y sale a las 6:00 pm a su hogar. Allí, llega a prepararse comida e irse a la cama, pues su empleo requiere que esté bien descansado. Apenas y le queda tiempo libre para ver televisión. Debido a estas extensas jornadas de trabajo, Francisco ha sentido su vida social afectada. A pesar de no tener hijos, no tiene tiempo de salir con amigos, visitar familiares o conocer a alguien para formar un hogar. Él pasa más tiempo de su vida en el trabajo que en su casa.
Según el estudio Exceso de trabajo y agravios mentales a los trabajadores de la salud publicado en la revista cubana de enfermería en el 2010, se encontró que el exceso de trabajo, es uno de los principales causantes de estrés ocupacional, estrés crónico, también conocido como burnout, ansiedad y quejas psíquicas. A pesar de que el foco de este estudio fue en personal de la salud, este tipo de patologías es común en otras áreas cuando el trabajo excede la capacidad de tolerancia de las personas, como fue el caso de Pilar.
Pilar Salazar, la profesora que mencionamos anteriormente, trabajó como coordinadora de área en un colegio privado (uno de los cargos importantes dentro de la institución). En este cargo encontró el doble de trabajo que en el anterior como profesora, y claro, el mismo sueldo.
Además de estudiantes, manejaba docentes y proyectos, los cuales tenía que preparar los fines de semana, gastando más horas, más tiempo y más estrés. Su hermana fue la persona que le hizo caer en cuenta del daño que se estaba haciendo preguntándole: “¿Qué está pasando?”, esto logró hacerla despertar y darse cuenta de su situación. Su retribución no era justa, pocas horas durmiendo, pocas horas con su familia, pocas horas con su hijo, y con un pago que apenas alcanzaba para el mantenimiento de su núcleo familiar.
En su tiempo como profesora de colegio privado, sus labores incluían calificar exámenes, trabajos, cuidar a sus alumnos, dictar las clases y, en algunas ocasiones, quedarse a planificar los movimientos semanales de la institución junto a sus colegas. Ella hacía todo esto en una jornada de 10 horas: de lunes a viernes desde las 6:00 am hasta las 4:00 pm. Sin embargo, el trabajo siempre tomaba más del tiempo reconocido en su contrato, puesto que el colegio pedía que asistiera a actividades como reuniones con padres de familia, entrega de boletines y capacitaciones fuera de su horario laboral, los días sábados u horas extras dentro de su actividad curricular normal.
“Pues si salía a las 5 y llegaba a las 5, son 12 horas fuera de mi casa en esta parte laboral, y aparte de que en el colegio privado no puedes adelantar ni hacer nada, llegas a la casa a calificar a sacar notas a preparar clases y a hacer todas estas cosas de hogar, entonces realmente esto termina en reducción de tiempo para mi hijo, porque obviamente no podía atenderlo como se debía cuando regresaba yo”
Ante esto, la psicóloga laboral, Nohora Milena Moreno, menciona las consecuencias de estas jornadas laborales excesivas. Entre estas se encuentra el aumento significativo en los niveles de estrés y la incapacidad para sentirse relajada tanto física como emocionalmente. De ahí se derivan otra serie de enfermedades físicas que vienen derivadas del estrés como el malestar cutáneo, la alopecia, acné, urticaria, psoriasis, burnout, dolores de espalda, obesidad, hipertiroidismo, asma, ansiedad, entre otros.
Otro caso de jornadas laborales extensas es el de Margarita Pérez, quien ha sido trabajadora del hogar por más de 25 años. Actualmente, se encuentra “interna”. Es decir, vive en el hogar en el que está laborando. Allí desempeña labores como cuidar niños, limpiar cada uno de los seis pisos del hogar, los seis baños de la casa y cocinar las tres comidas del día. Todo esto lo hace de lunes a sábado desde las 5:00 am hasta las 10:00 pm. Por este trabajo ella gana menos de un salario mínimo, solo $1’300.000. A pesar de que ella está vinculada a la seguridad social y cotizar su pensión, el salario no le alcanza para cubrir sus gastos básicos.
Sus funciones van desde lavar, cocinar, planchar, barrer, trapear y cuidar niños, muchas veces excediendo las funciones que debería de cumplir realmente una persona encargada del servicio de limpieza del hogar. El trabajo como interna ha dado paso para problemas con las familias, desgaste mental e incluso la cantidad de estrés, en sus palabras: “me ha hecho subir de peso hasta la obesidad”.
Margarita vive en un apartamento con dos familiares, los cuales tienen que repartirse el arriendo para lograr pagarlo. Este gasto se suma a los mercados y los pasajes de transporte. Pero, Margarita no puede disfrutar de su hogar, pues apenas y le queda tiempo para ir los domingos. El resto de la semana ella tiene que trabajar y termina tan agotada que, en ocasiones, prefiere quedarse interna.