Fuera del ataque directo a iniciativas sociales, la política de tierra arrasada afectó profundamente al campesinado, que se vio enfrentado a situaciones de violencia física y simbólica. Sucedieron hechos como violencias de género, desplazamiento forzado, intimidación, amenazas, estigmatización, entre otros. Al respecto, la lideresa comunal y campesina Marleny Buitrago recordó cómo su familia y ella fueron víctimas de la violencia paramilitar:
“Cuando eso pasó, yo tenía por ahí 8 años. A papá y mamá les tocó sacarnos para Cúcuta, éramos 4 hermanos. En esos tiempos, mi mamá decidió ‘bajarse’ otra vez para el Catatumbo con todos nosotros para trabajar. Nos tocaba estar vigilando; nos turnábamos por horas y mientras eso los otros ‘raspaban’.
Una de esas veces yo estaba haciendo guardia y le dije a mi mamá: ya le toca a usted. Yo me fui para arriba y en eso escuché unos gritos de mi mamá. Mi reacción fue echarme a mi hermanita al hombro y salir corriendo hacia la finca del vecino. Sentí un susto muy grande.
Cuando volvimos, los ‘paracos’ ya tenían a mi mamá, a mis hermanos y a unos obreros por el piso. Ellos sacaron un rollo de plata y me la mostraron... Mire, cuente que su mamá trabaja con la guerrilla. Yo les dije: no, es que mi mamá no trabaja con la guerrilla, yo no he visto a la guerrilla y ella no tiene que ver nada con eso. Mientras tanto, uno de los armados estaba por matar a mi mamá con un hacha y yo no podía con ese miedo tan ‘terrible’.
Yo estaba muy asustada, pero el terror más grande fue cuando uno de los paracos dijo: uy, esa muchacha está como 'volantoncita'; es para mí. Claro, yo dije: me van a violar… Al instante, otro de esos hombres dijo: usted no se va a meter con la china, con la niña no. Yo sentí una cosa horrible, ay santísimo... Menos mal no me hicieron nada, éramos tres niñas y un niño.
Luego de eso, volvieron a decirme que me daban esa plata si decía que mi mamá era de la guerrilla. Yo dije no, es que yo no he visto a mi mamá trabajar con nadie. Entonces empezaron a decirle lo mismo a mis hermanos y ellos decían lo mismo que yo, que mi mamá no trabajaba con esa gente.
Entonces ahí esos se ‘encandelaron’ y yo pensé: mataron a mi mamá. Empezaron a decirle vieja no sé qué, es que usted tiene una hermana guerrillera... Mi mamá dijo: qué culpa tengo yo de que mi hermana se haya ido para la guerrilla... Yo no la pude detener; yo tengo mi hogar, mis hijos aparte y no la podía detener. Ahí ya respondieron: le vamos a dar unos días para que se vayan de acá.
Apenas se fueron los 'paracos', mi mamá se puso a llorar, se acercó un muchacho y le dijo: cuidado, esa gente luego vuelve y la mandan a matar. Claro, mi mamá de una vez empezó a alistar la yegua, montamos las cosas y ‘hágale’. Días después, el muchacho nos contó que como a las dos horas volvieron los manes. Ósea que donde nosotros nos quedemos ahí yo creo que hubieran matado a mi mamá o nos hubieran matado a todos nosotros. Fue un susto ‘muchísimo lo fuerte’.”
Como la experiencia vivida por Marleny, muchos campesinos catatumberos sintieron el terror del paramilitarismo tanto individual como colectivamente. Respecto a las consecuencias de la incursión paramilitar en la organización comunitaria, Darinson Amaya, miembro del Comité de Integración Social del Catatumbo (CISCA) dijo que “la oleada de violencia paramilitar desplazó a la mayoría de la población, especialmente a líderes sociales, comunales y cooperativos. Entre el 2001 y 2002 hubo un rompimiento del tejido social y la gente empezó a salir de la región”.
En las palabras de Darinson está descrita una de las afectaciones que trajo el paramilitarismo a la organización comunitaria y puntualmente a las Juntas de Acción Comunal en el Catatumbo: el quiebre de las relaciones campesinas y de los procesos
que buscaban autonomía y autogestión en el territorio.
“El paramilitarismo y la Fuerza Pública han sido quienes más empeñados han estado en romper el tejido social y las JAC. El paramilitarismo llegaba a una vereda, acababa con todas las formas de organización veredal y comunal porque buscaba romper el tejido social, la organización popular y hacer "pedagogía del terror"", contó Juan David Vargas, politólogo de la Universidad Nacional.
"Las Juntas de Acción Comunal tuvieron una fuerte crisis que nació con la arremetida del paramilitarismo, que rompió todo el tejido del cooperativismo y los procesos de las juntas. Fueron asesinados unos 300 líderes comunales. El hecho de ser presidente de una junta significaba ser declarado objetivo militar”, complementó el líder campesino Juan Quintero.
Entre los líderes comunales asesinados a manos del paramilitarismo se encuentra José Belén Páez Rosso, que era el presidente de la Junta de la vereda Río Nuevo en el corregimiento Campo Dos del municipio de Tibú.
Según la Sentencia En esta Sentencia, se declararon como penalmente responsables a Salvatore Mancuso, Jorge Iván Laverde y otros miembros del Bloque Catatumbo de las AUC por varios delitos cometidos durante su afiliación a este grupo. Delitos como actos de terrorismo, tortura en persona protegida, desaparición forzada, secuestro simple y agravado, destinación ilícita de muebles o inmuebles, etc. del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Bogotá en su sala de Justicia y Paz en la que entre los postulados estuvieron Salvatore Mancuso y Jorge Iván Laverde Zapata, el 13 de mayo del 2000 hombres del Bloque Catatumbo llegaron a la finca de José Belén, se lo llevaron, lo torturaron, lo secuestraron y al día siguiente en horas de la tarde su cuerpo fue hallado sin vida en un paraje solitario. Entre las pruebas del caso se encuentran testimonios de Isaías Montes Hernández y José Bernardo Lozada Artuz, integrantes del Bloque Catatumbo que confesaron haber cometido el crimen.
Fuera del asesinato de líderes comunales, los grupos paramilitares atacaron lugares en los que se reunían el campesinado y las Juntas Comunales. De acuerdo a un informe de la Asociación Minga y de la Fundación Progresar, en la toma paramilitar que sucedió el 29 de febrero del 2000 en el corregimiento Filo Gringo -en Tibú-, “los paramilitares bloquearon la vía, incineraron viviendas, tiendas comunitarias, los archivos de las Juntas de Acción Comunal, el colegio, vehículos y hasta la ambulancia”.
Además de mencionar los actos de violencia directa que cometieron los paramilitares contra la organización social y el pueblo catatumbero, el líder campesino Juan Quintero dijo que otra de las formas a través de las cuales el paramilitarismo debilitó los procesos comunitarios y los liderazgos que los sostenían fue mediante la estigmatización de las iniciativas sociales, que fueron tildadas como subversivas.
La estigmatización fue una estrategia usada por el paramilitarismo para explicar sus actos violentos en el territorio, que justificaron bajo el pretexto de combatir a la guerrilla. Así, la estigmatización fue generalizada. Según cuenta Quintero, existieron poblaciones más susceptibles frente a esta práctica: miembros de organizaciones sociales, habitantes de zonas en las que había guerrilla o familiares de combatientes.
“El rótulo de guerrillero se atribuyó a las personas organizadas en colectivos, que estuvieran involucradas en iniciativas de trabajo con y para las comunidades, como miembros y presidentes de las JAC, sindicalistas o líderes sociales. Sus intentos de reunirse, planear actividades, desarrollar marchas, continuar con las tiendas y cooperativas fueron
irrumpidos por acciones paramilitares en su contra”. (Catatumbo: Memorias de vida y dignidad, p.376).
¿Cómo fue vivir en medio de este panorama? El integrante de la JAC vereda Potrero Grande Eduardo Martínez* cuenta: "en medio del conflicto armado que hemos vivido -y que todavía persiste-, muchos presidentes de juntas fueron asesinados por paramilitares que los acusaban de ser guerrilleros tan solo por hacer actividades y proyectos en beneficio de las comunidades. Era peligroso ser líder comunal y que los ‘paras’ se enteraran".
“Era normal que el paramilitarismo atacara estas formas de organización porque eran estigmatizadas. Y claro, atacar a los líderes es más fácil que arrasar con toda una comunidad. Entonces atacaban al líder y ponían el ejemplo de lo que le pasaría al próximo que llegara al cargo; es el claro ejemplo de la pedagogía del terror”, dijo el politólogo Juan David Vargas.
Juan Rosas*, presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda Los 2 amigos en Tibú y catatumbero de ‘cepa’, dijo que durante la oleada paramilitar a muchos líderes sociales les tocó ‘quedarse quietos’ y que junto a él, a muchos otros les tocó salir de la región por seguridad ya fuera a Venezuela o a otras zonas de Colombia.
Algo similar contaron campesinos del Catatumbo durante un taller de memoria del CNMH; que en aquellos años, integrantes de grupos paramilitares asesinaron a un hombre de 73 años y declararon objetivo militar a los presidentes de las Juntas de Acción Comunal, razón por la que el presidente de la JAC de la vereda abandonó la comunidad y a causa del miedo nadie se atrevió a tomar su lugar ni a volver a reuniones comunales.
En medio de esta crisis, que según cuenta el líder campesino Juan Carlos Quintero se intensificó entre 1999 y 2006, los líderes comunales y las iniciativas de organización comunitaria se vieron amenazadas, relegadas y casi destruidas por la violencia paramilitar.
“Ser líder daba y da miedo, es echarse un cargo muy 'berraco'. Hay quienes piensan que si un líder habla muy ‘durito’ y es inteligente para cierta cosa, ‘hay es que callarle el pico’. Es por ese tipo de cosas que a las personas les da miedo ‘agarrar’ un puesto. Dicen: yo aquí agarro un cargo y me gano un 'problemononon'; me matan".
Si bien es cierto que las Juntas de Acción Comunal perdieron autonomía y poder territorial, también lo es que la violencia no las pudo acabar.
Marleny recuerda que luego de la desmovilización de las AUC, las cosas se calmaron un poco en la región. Esto permitió el retorno de muchas familias campesinas a las tierras que habían dejado años atrás mientras huían de las balas y del terror paramilitar.
“Cuando la Junta de Guadalupe volvió a llegar, habían pastizales altísimos; tocó trabajar para recuperar la casa de la JAC, la escuela, la cancha y todo. Ahí empezamos con la labor de hablar con la gente que retornaba para reactivar la Junta de Acción Comunal y empezar con los proyectos desde cero”.
Para saber más sobre el resurgimiento de las Juntas de Acción Comunal y para entender cómo siguen resistiendo frente a la marginalidad y el conflicto, le invitamos a leer el reportaje: La semilla comunal que la guerra no pudo matar.
*Los nombres de líderes y líderesas comunales fueron cambiados por motivos de seguridad.