Espejos de colores: la
realidad colombiana a través
de los grafitis en Bogotá


Marzo de 2024 | Por Juan Alejandro Motato Soto, Ana María Duque Ballén y Valentina Vélez Gallego

Pinturas, un andamio, y una pared. Parados sobre el andén, dos hombres contemplan el proceso de lo que parece ser un mural en restauración. La palabra «CANARIOS», en letras blancas, atraviesa el muro y se filtra en alguna que otra ventana de una de las viviendas del barrio. Dentro de ella, la figura de Michael Jordan con su uniforme teñido de rojos y grises rompe la composición de las letras.

A pocos pasos de una cancha de barrio, en los límites del llamado Distrito Grafiti, el artista '3MIROo' se acerca a esta pared y reconoce a un colega suyo que ha venido esa mañana para retocarla: — “A mí me llamaron para arreglar este mural, pero como usted lo había hecho, le dije al señor que lo contactara, que usted venía seguido a Puente Aranda”, —comenta el hombre vestido, en un popurrí de colores, a su amigo. El otro, de beige y untado con pintura de la cintura hacia abajo le sonríe y responde: —“Gracias, ya pasaron siete años desde que lo hice”. El grafitero ‘3MIRO’ le contesta con sorpresa: — “ush ¿ya siete años huevón? Le está quedando bonito”.

En Bogotá, ver un grafiti en las calles o ver a alguien ‘rayando’ las paredes, no es un suceso extraordinario. En cualquier barrio se puede encontrar como mínimo un mural pintado o letras de colores desparramadas por el piso, puentes, edificios, puertas o, en otras palabras, en cualquier superficie que se pueda pintar. Pero esta actividad no siempre se ha visto bien, pues sorteó prejuicios y difamaciones para convertirse en una expresión urbana del arte que reúne cada vez más a grafiteros, muralistas y admiradores alrededor de sus obras.

“Son estas expresiones las que tratan de darle relevancia, y de revestir de belleza aquello que somos pero que no hemos querido aceptar, todos los desplazados, venezolanos, indígenas, afros y obreros”

Con el transcurso del tiempo, el cemento de la ciudad también se ha convertido en testigo de sucesos importantes, de posiciones políticas, movimientos sociales y, sobre todo, de arte. Esto también ha coincidido con la proliferación de grafitis y murales en algunas zonas más que en otras; como es el caso del Centro, la avenida 26 y Distrito Grafiti. En consecuencia, la misma sociedad ha llevado a los artistas a radicarse en zonas específicas de la ciudad donde pueden llevar su arte a otro nivel sin estigmatizarse, perseguirse o rechazarse.

En este ejercicio de entrenar el ojo para encontrar los mejores lugares, también subyacen realidades más complejas que tienen que ver con dónde, cómo y qué se pinta. En ciudades como Bogotá, tienen lugar debates como la preservación de la flora y fauna, la identidad indígena y campesina alrededor del país e incluso otros relacionados con la geopolítica mundial, como el genocidio palestino o el imperialismo de Estados Unidos.



Reclamando el poder un grafiti a la vez

Para 2011, la Encuesta Bienal de Cultura que realiza la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte expuso, según la percepción ciudadana, cuáles localidades eran más tolerantes con la práctica del grafiti. En esa época, se pudo observar que La Candelaria era la zona de Bogotá con mayor intolerancia frente a esta expresión cultural con un índice del 60,2%, seguida por Teusaquillo con el 56,5% de desacuerdo.

Han pasado trece años y aunque no se ha vuelto a tener cifras actuales de la Encuesta Bienal de Cultura en materia de arte urbano, es una realidad que las zonas de mayor tolerancia hacia la práctica del grafiti cambiaron. Según la recopilación de datos de la página oficial de Distrito Grafiti, actualmente las localidades con mayor actividad de grafiti son: Puente Aranda, La Candelaria, Los Mártires, Teusaquillo, Barrios Unidos y Santa Fe. Estos lugares que se caracterizan por tener espacios, de denuncia, de movilización social y de diversidad cultural y artística. A continuación, se encuentra un mapa con las localidades de Bogotá y su frecuencia en murales.

No es coincidencia que Puente Aranda se ha convertido en uno de los mayores atractivos turísticos de la ciudad de Bogotá, ya que es en esta localidad donde hay más de 90 grafitis de gran formato. A la vez que la zona tiende a ser frecuentada por extranjeros y guías del llamado ‘tour del grafiti’.

La frecuencia con la que los artistas urbanos eligen pintar en áreas específicas del centro y oriente de la ciudad está relacionada con las dinámicas de poder presentes en esas zonas. Según la investigación “La voz de los nadie: la influencia del grafiti en la construcción de identidad social urbana en Bogotá” realizada por Santiago Montaño, sociólogo de la Universidad del Externado, desde los muros se muestran relaciones de poder. Por eso el grafiti permite que las personas lean zonas específicas de la ciudad. “Existen lugares con tanto poder que pueden mantener su fachada blanca, o lugares que tienen tan poco poder que se convierten en los tableros del barrio”.

Por eso artistas como ‘3MIROo’ muralista, escritor de grafitis e ilustrador, cuentan que se ven limitados al momento de buscar un lienzo por zonas en donde aún no se reconoce al grafiti como arte. “Si tú vas a Rosales, no puedes pintar. Es un lugar donde hay gente de poder y la policía llega al segundo. Pero si tú vas a barrios periféricos, la gente más bien quiere que les pinten”.

Toxicómano callejero
Toxicómano Callejero se ha consolidado como uno de los mayores exponentes del grafitti en Bogotá, mediante sus obras en 'técnica stencil'. Créditos: Toxicómano

Pese a tener mayores oportunidades para potenciar el arte en la urbe, no todo es tan fácil como se ve en el papel. ‘3MIROo’ artista urbano añade que la solicitud para tener el aval del Distrito para pintar un fragmento del espacio público es de hecho la parte más difícil del trabajo. “Conseguir los permisos es complicado, entonces muchas veces esta práctica nos toca hacerla sin ellos”.

Para algunos expertos como Marta Gama y Freddy León, autores del artículo científico “Bogotá arte urbano o grafiti. Entre la ilegalidad y la forma artística de expresión”, es un logro que las autoridades estén del lado de los artistas y apoyen el arte urbano. Sin embargo, “el artista callejero debe seguir en su marginalidad, en la invasión del espacio sin permiso, porque finalmente esto es lo que hace de este tipo de expresión artística un verdadero manifiesto”.

Esta opinión la comparte también Fernando Escobar, doctor en Diseño y Estudios Urbanos de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, quien en entrevista para Plaza Capital señaló la dicotomía que supone este tipo de políticas para el grafiti. Según él, la naturaleza revisionista y contracultural de este arte se sale de las manos de cualquier gobernante o gestor cultural que pretenda regularla.



Galerías de colores, ideas y razones

En Bogotá, la variedad de temas en grafitis es tan amplia como las historias que habitan en esta ciudad, y aunque hay localidades con más murales que otras, se pueden encontrar temas recurrentes en los mensajes que transmiten los muros a lo largo de la capital.

En el contexto del arte urbano, según Escobar se puede apreciar un “circuito artístico como cualquier otro y por tanto un intercambio cultural que se da alrededor de las discusiones del momento. Como por ejemplo los movimientos ambientalistas, el movimiento feminista #MeToo, los temas de la geopolítica global (Trump), la guerra Israel-Palestina, entre otros”.

Entre las temáticas más pintadas en Bogotá resalta la cultura indígena, la etnicidad colombiana y el campesinado. Las localidades que mayor predominancia tienen en esta tendencia es Puente Aranda, Chapinero y Los Mártires, cuyas piezas artísticas se pueden ver reflejadas en esta cartografía visual.

Según el estudio publicado por el sociólogo Santiago Montaño, cuando estamos con este tipo de grafitis, apreciamos esa diversidad de rostros, expresiones y experiencias caracterizadas por quiénes somos como ciudad. “Son estas expresiones las que tratan de darle relevancia, y de revestir de belleza aquello que somos pero que no hemos querido aceptar, todos los desplazados, venezolanos, indígenas, afrodescendientes, obreros”. Recorra el siguiente mapa para visualizar algunas de dichas expresiones.

Una tendencia que sigue perenne en los muros es retratar la riqueza natural de fauna, y flora oriunda de Colombia. En Santa Fe se plasman con mayor regularidad estas imágenes, pues hay piezas inspiradas en animales nativos del país como serpientes, peces, oso de anteojos y jaguar. Esta biodiversidad ha captado la atención de artistas de otras nacionalidades, como Francia y Chile, que apelan a la vasta cantidad de especies que se pueden encontrar en este territorio. Del mismo modo, otras zonas de la ciudad como Puente Aranda y Engativá reflejan también un amplio interés por estos temas.

Para algunos artistas, pintar elementos de la naturaleza implica una denuncia y una invitación para cuidar las especies. Entre ellos ‘DJLU’, artista urbano con más de 15 años de experiencia, menciona que al pintar animales como el jaguar o la iguana busca hacer un “señalamiento sobre el medio ambiente, sobre la depredación, sobre la pérdida de la diversidad, pero de una manera más sutil”. Por su parte, para otros muralistas como 3MIROo, el intervenir un espacio público con la ilustración de un animal o una planta no siempre tiene un mensaje profundo detrás. “Muchas veces eso es lo que se pinta porque la sociedad ya tiene mayor tolerancia a ver pajaritos o flores pintadas en las paredes que letras, por ejemplo”. En el mapa a continuación, se puede apreciar esta riqueza natural a través de las paredes de la ciudad.

Otra tendencia que se ha inmortalizado en las paredes capitalinas es la música y la cultura que la rodea. Este tema es recurrente en localidades como Barrios Unidos y Teusaquillo, donde la cultura del hip-hop está muy presente y por eso gran parte de los grafitis aluden a ello. Como vemos en esta herramienta interactiva, en La Candelaria, los referentes musicales están más encaminados hacia la tradición y la revolución, sin embargo, este tipo de murales se extienden a lo largo y ancho de la ciudad. La siguiente cartografía refleja apenas algunos de ellos.

Y por supuesto, la tendencia de donde el grafiti tiene sus raíces; la denuncia social y la sátira política. Localidades como Ciudad Bolívar, Los Mártires y La Candelaria son epicentros de piezas artísticas caracterizadas por el rechazo a las ejecuciones extrajudiciales, la violencia institucional, a la violencia de género, el apoyo a las movilizaciones y la importancia de la memoria.



Un sistema de cambios, honores y desacuerdos

La actividad artística que caracteriza la localidad de Puente Aranda atrae talentos de renombre tanto nacionales como internacionales, entre ellos: ‘Toxicómano’, ‘Erre’, ‘DJLU’, ‘Pez’ artista madrileño, ‘Flop’ de Brasil, y ‘Jade’ muralista peruano, así como artistas emergentes que están en la búsqueda de nuevos espacios de expresión

En este contexto, es común que algunos artistas pinten sobre el trabajo de otros, y al contrario de ser tomado como un acto de egolatría, es un fenómeno que muestra la diversidad de narrativas y la importancia para las comunidades y artistas de plasmar mensajes. Para ‘DJLU’, arquitecto y artista urbano de gran reputación: “Los muros que son extremadamente directos a nivel político, son tachados, eso pasa. Uno aprende a no molestarse por eso porque es una discusión que se genera en el muro”.

Por su parte, Fernando Escobar hace hincapié en que los grafitis evolucionan con las calles y las comunidades. Es decir, en los grafitis se reflejan los cambios en lo que se considera relevante y digno de plasmar en los muros urbanos. Del mismo modo, los artistas definen y moldean las dinámicas de su oficio, cuando deciden qué se debe pintar y cuáles murales vale la pena conservar más tiempo.

Erre
Las obras de la artista urbana Erre se caracterizan por hacer alusión a representaciones del Street Art, con el lenguaje burdo y los mensajes contundentes. Créditos: Erre

Pese a conocer su naturaleza, hay algunos artistas que se resisten al cambio inminente del arte en el concreto. Escobar señala que “un grafiti dura lo que tiene que durar”, aunque algunos grafiteros quieren que su arte perdure para siempre la dinámica de las obras en las paredes es que estas son cambiantes sin importar quién intervenga en ellas.

Ahora bien, la acumulación de grafitis en las calles no solo refleja la creatividad artística, sino también la interacción social y cultural en el espacio público. En su investigación, Santiago Montaño, sociólogo de la Universidad del Externado afirma que la acumulación de grafitis demuestra que “un grafiti con alto valor percibido va a durar más en el tiempo, mientras que uno con bajo valor va a ser rápidamente rayado”.

Lo anteriormente mencionado se ve reflejado en la intervención de Jade, muralista peruano, hecha para Distrito Grafiti en 2017. La pieza está protagonizada por un niño que lleva sobre su espalda en forma de maleta un libro, y está acompañado de un pájaro. Actualmente, este grafiti además de cambiar de color por el tiempo, hace poco se cubrió parcialmente con un nuevo mural. Este, anónimamente aborda la situación que se vive en Palestina representado en tres niños dentro de un corazón, y la bandera de dicho país.

En segundo lugar, la obra llamada “Intentos” realizada en 2019 por Meramer Mohamed, artista jordano, muestra a un hombre al parecer triste con una frase en árabe. Hoy en día, el mural está cubierto; se logra ver el torso del hombre y su rostro, pero no la parte más baja del personaje. En este caso, el nuevo grafiti no tiene una temática identificable o comprensible a simple vista.

Montaño menciona que los artistas se ven obligados a crear mensajes estéticamente atractivos para perdurar en un entorno donde, la comunidad, y las autoridades, también influyen en la permanencia y conservación de estas expresiones artísticas.

El muralista, y artista urbano ‘3MIROo’, también concuerda en que el contexto social forma parte crucial del proceso en donde se interviene: “La gente, la comunidad y hasta la misma policía se vuelven curadores de arte. Si a ellos les gusta lo que estamos pintando, pasan sin ningún problema y uno termina; pero si no, llaman a la policía y tenemos problemas”.

Por su parte, Fernando Escobar llama la atención sobre estas dinámicas porque, según él, son inherentes a un movimiento que se caracteriza por cuestionar el arte tradicional y, por ende, suele ser perecedero, susceptible al cambio y a nuevas generaciones de artistas urbanos. Por esta razón, sugiere que los grafiteros no pueden aspirar a que sus trabajos sean para siempre, pues de lo contrario, irían en contra de lo que el grafiti ha defendido desde sus orígenes en los suburbios de Los Ángeles y Filadelfia.



Una historia del grafiti a través de sus actores

Pasaron treinta años antes de que el apoyo al arte urbano resurgiera en Bogotá; sin embargo, su origen estuvo marcado por la tragedia. Su boom se dio por el rechazo de los movimientos urbanos, y de la ciudadanía, después de que en agosto de 2011 un policía asesinara a Daniel Felipe Becerra, un joven grafitero de 16 años que estaba pintando en el puente peatonal de la Calle 116 con Avenida Boyacá y fue herido de muerte por el uniformado.

A raíz de este caso, el lugar donde se cometió el crimen se llenó de murales, como acto de resistencia y denuncia en contra del abuso policial no solo en honor a 'Trípido', como Daniel Felipe se hacía llamar, sino en homenaje a demás víctimas que sus historias han quedado en la impunidad. Por ello, desde el hecho la zona se tomó como un lugar reconocimiento para los artistas, falsos positivos y violencia del país. Y en otros lugares de la ciudad, como en Los Mártires, donde ‘Toxicómano’ uno de los artistas más importantes del país rindió homenaje a ‘Trípido’.

La solidaridad y el respeto hacia otros grafiteros es parte de las dinámicas del movimiento, así como en este grafiti de Toxicómano, en el que brinda a Trípido, varios años después de su asesinato. Créditos: Tóxicomano.

De acuerdo con el estudio "El grafiti en Bogotá, un nuevo movimiento social y la construcción de su identidad política" publicado por Pablo Alejandro Afanador, politólogo de la Universidad del Bosque es hasta ese lamentable suceso que “realmente cobra importancia el arte urbano y se puede hablar de un movimiento social”.

La forma de ver el arte urbano no solo se transformó y dejó de percibirse de primera mano como un acto vandálico, sino que se convirtió en un movimiento impulsado por las mismas autoridades. Apoyo que se vio reflejado en la creación de una nueva normativa: el Acuerdo 482 de 2011 “por medio del cual se establecen normas para la práctica de grafitis en el Distrito Capital y se dictan otras disposiciones”.

Sumado al Decreto 75 del 2013 que, al reconocer el valor del arte urbano en la ciudad, se promulgó para regular y controlar la práctica del grafiti. El cambio fue respaldado por las alcaldías de Gustavo Petro (2012-2015), y Enrique Peñaloza (2016-2019), quienes encontraron en el arte urbano una oportunidad turística y económica que se ha mantenido hasta hoy.

DJLU
DJLU Juegasiempre es otro de los artistas más influyentes en Bogotá, con una técnica de stencil que apela a temas ambientales, políticos y sociales. Créditos: DJLU-Juegasiempre

Las iniciativas como el Distrito Grafiti del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES), el Grafiti Tour de Ciudad, el Festival Internacional de Arte Urbano y la Beca Celebración del Día del Arte Urbano han sido fundamentales para fortalecer y desestigmatizar la práctica del arte urbano en Bogotá. Lo cual popularizó el grafiti en gran formato, las ilustraciones y las galerías. Estas acciones han motivado a que artistas de todos los estilos salgan a las calles a plasmar su arte y talento, lo cual ha consolidado a la capital colombiana como un referente internacional del arte urbano.

Este estilo de grafiti ha logrado una acogida mucho más cálida por parte de la ciudadanía al ser más grande, más colorido y más “bonito”. Gracias a su auge, la capital colombiana se ha consolidado poco a poco como un referente internacional del arte urbano.

Actualmente, otras ciudades como Medellín, Cali y Barranquilla también han participado en este ámbito cultural, y así como en la capital, los debates y temas cambian y evolucionan con la identidad política y las necesidades sociales de cada región, barrio o comuna. Así, según Escobar, radicado en Antioquia, estos lugares se venden como buenos destinos gracias a sus expresiones de arte urbano.

Gran Formato
Este mural se titula "Generaciones en Sintonía" y fue realizado por Dual Combo en la localidad de Puente Aranda en el año 2019. Crédito: Distrito Graffiti


Un impacto (contra)cultural

Desde su surgimiento en la década de 1960 en ciudades como Nueva York, Filadelfia y los Ángeles (Estados Unidos), el grafiti se ha consolidado como una práctica que aparentemente cualquiera puede ejercer. A diferencia de otros artes como la escultura y la arquitectura, el grafiti no se aprende en Escuelas de Bellas Artes ni en universidades y, de acuerdo con Fernando Escobar, estas disciplinas corresponden a una visión hegemónica del arte que, asimismo, privilegia una versión de la historia “oficial” y excluyen el 99% de las otras versiones.

Los historiadores del área afirman que el grafiti estuvo presente en la capital colombiana desde la década de los sesenta, cuando estudiantes universitarios empezaron a plasmar sus ideales políticos en las paredes. A medida que Bogotá fue cambiando, el arte lo hizo con ella. En los años setenta los muros se inundaron con ‘rayones’ del M-19, y diez años más tarde, con el narcotráfico en auge, el grafiti político cobró más relevancia.

Según la investigación de Martha Gama y Freddy León fue en la década de los años ochenta cuando aún la ciudadanía aceptaba la práctica del grafiti. “Con el paso de los años, los mismos grafiteros fueron vulnerando los espacios públicos obligando a la gente a ver en sus anuncios, declaraciones que no todos compartían”.

"El grafiti puede concentrar experiencias urbanas en un mensaje y hacerlas entrar en contacto con las identidades de los receptores"

Los grafitis en Bogotá emergieron como una forma de expresión cultural que va más allá de simples pinturas en las paredes de la ciudad. Estas manifestaciones artísticas no solo concentran experiencias urbanas en mensajes impactantes, sino que también, actúan como un vehículo de interacción, permitiendo que identidades diversas se conecten y compartan en un espacio común. Según Montaño, el arte urbano “aporta la oportunidad de compartir entre identidades que no se habrían conocido ni influido mutuamente en otros espacios”.

Desde la experiencia del artista urbano ‘DJLU’, “el arte tiene esa capacidad sanadora y capacidad de vincular”. Finalmente, los grafitis son herramientas para exponer aquellos temas que, si bien les preocupan a las mayorías, están muchas veces relegados por la opinión pública. Por ello, esta manifestación artística representa para sus creadores un espacio de apertura hablar y discutir sobre ello.

Desde la perspectiva de académicos como Jenifer Ariza y Juan Manuel Caballero en su artículo "Graffiti y arte mural: agentes de la protesta social en Colombia", las ‘pintadas’ en las paredes no sólo son manifestaciones artísticas. Los grafitis también actúan como un agente de protesta que desafía los estereotipos negativos asociados con la movilización social, abogando por su reconocimiento como una forma legítima de construir sociedades alternativas en constante movimiento.

Lo anterior convierte a la actividad de rayar las paredes en una práctica que Fernando Escobar denomina contracultural. "El gesto de tomar una lata de pintura y rayar un edificio neo republicano impugna una autoridad y una única historia”. Al desafiar las narrativas hegemónicas y cuestionar autoridades, los grafitis logran una diversidad de historias y promueven la idea de una sociedad formada por voces y narrativas entrelazadas para crear un panorama cultural diverso y enriquecedor.

En contraste, Afanador destaca que el arte urbano busca “la reivindicación por un derecho que ha sido negado: la libertad y capacidad que tenemos de hacer y rehacer nuestra vida y la urbanidad que habitamos”. En este contexto, ‘DJLU’ enfatiza la responsabilidad del arte callejero al señalar y denunciar cuestiones relevantes para la sociedad.

Sin embargo, para el artista urbano ‘Saga Uno’ el nuevo arte urbano ha cambiado sus dinámicas y su naturaleza. Según el, las piezas que ahora plasman en las calles tienen la tendencia a ser más complaciente con los mensajes, alejándose de su esencia disruptiva y rebelde, “se dejó a un lado lo que hace parte del grafiti: incomodar”.