La tarde ha pasado insoportablemente lenta y con un frío tan abrupto que provoca un castañeteo incesante en los dientes. Sumado a esto,él no ha tenido el mejor de sus días, pues lo echaron del trabajo de medio tiempo que había conseguido un par de días atrás en una panadería. De todos modos, esto no lo afana demasiado, ya que está cursando una maestría en ‘Filosofía’ en una prestigiosa universidad de Bogotá y una de las mejores del país, en donde tiene uno de los promedios más altos del grupo. Había tomado este trabajo para cubrir algunos gastos de la maestría.
*Andrés Aponte es un joven universitario nacido en Bogotá, tiene 22 años, es de tez morena, contextura menuda y unos ojos que proyectan una mirada imponente, un poco más de lo que lo refleja su propio temperamento. Tiene varios pasatiempos entre los que destacan leer libros de filosofía; practicar fútbol –que es su deporte favorito–; salir a parchar con sus amigos a diferentes lugares de la capital; y ver películas de todos los géneros, sobre todo los clásicos del cine mientras se fuma un porro de marihuana. Además, recientemente desarrolló el gusto por cultivar su propio cannabis y así estar más seguro de lo que consume. De esta manera puede fumar cuando quiera en su propia casa, brindándose a sí mismo una seguridad que en la calle es solo un idilio.
A raíz de su consumo de marihuana, ha tenido varios problemas con la ley, específicamente con la Policía, quienes en repetidas ocasiones lo han estigmatizado tildándolo de ladrón por el simple hecho de encontrarlo fumando en un parque acompañado de su perro Zeus. Este tipo de situaciones son muy comunes en el diario vivir de los consumidores de marihuana en Colombia y Bogotá, pues actualmente la venta y tenencia de esta sustancia para uso recreativo es ilegal en el país, excepto para consumo de tipo medicinal y científico. No obstante, el porte de la dosis mínima, que son 20 gramos, está permitida por la Corte Constitucional.
Es por esto, que ha optado por consumir solo en su casa o en espacios seguros que le brinden comodidad y certeza de que si prende un porro, no va a ser perseguido ni ultrajado, ni mucho menos estigmatizado. Espacios seguros como estos hay muy pocos en la capital y se encuentran principalmente en negocios, cafeterías y gastrobares, que dentro de las políticas de sus establecimientos permiten el consumo de esta sustancia, –más no su venta–, siempre y cuando no exceda la dosis mínima. Es a este tipo de lugares donde Andrés asiste con sus amigos para charlar, escuchar música, comer y beber algo, a la par que se fuman un porro de manera tranquila y sin convivir con el miedo que provocan los agentes de seguridad pública.
Es viernes, son las 19:15 y ya cumplió con sus responsabilidades universitarias. Se prepara para darle la bienvenida al fin de semana y poder dejar de lado lo pesado y decepcionante que fueron los últimos días. El teléfono comienza a vibrar, lo están llamando, Andrés revisa y se da cuenta que es su amigo *Felipe Gamboa, contesta y él le dice que salgan a dar una vuelta aprovechando que es viernes y ya acabaron clases, a lo que Andrés acepta y decide ir con su amigo a parchar por el centro de La Candelaria –centro histórico de la ciudad y sector muy comercial–.
Andrés y Felipe se encuentran en la Parroquia de Nuestra Señora de las Aguas, cerca a la estación de TransMilenio ‘Las Aguas’. Lugar que es altamente concurrido por jóvenes universitarios y adultos en horas nocturnas para tomar cerveza, fumar marihuana, charlar y reír al ritmo de la música, pasando así un rato ameno y sin correr mayores peligros. Son las 20:05, y deciden ir a comprar un sixpack de cerveza al OXXO más cercano, vuelven a la Parroquia y se sientan en una de las bancas. Mientras están allí charlando sobre lo que ha ocurrido esta semana, Andrés saca su marihuana y comienza a armar un porro.
Generalmente, la Policía pasa cada 30 o 40 minutos para hacer su patrullaje nocturno y asegurarse de que todo esté en orden. Entre tanto, Andrés y Felipe están fumando cuando de repente llega la autoridad; ellos arrojan rápidamente el porro que estaban fumando y comienzan a ponerse ligeramente nerviosos. Saben que si fueron vistos, corren el riesgo de ser sancionados con una multa tipo 4 –la más alta del Código Nacional de Policía–, por la cual podrían pagar hasta 16SMDLV, que son alrededor de 864.000 pesos colombianos.
Para su mala suerte, los policías los vieron y se acercaron inmediatamente con tono severo y actitud violenta hacia ellos para pedirles una requisa; revisaron sus maletas y los bolsillos de sus pantalones en busca de cualquier sustancia. Sin embargo, no pudieron encontrar nada, ya que Andrés –como muchos otros consumidores– opta por guardar la yerba en su zona pélvica, dentro de los calzoncillos. Ante esto, los policías los amenazaron y les dijeron que si los volvían a ver cuando pasaran por segunda vez, se los llevarían al CAI Torres Blancas –ubicado al lado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano–.
Felipe le comenta a Andrés que conoce un lugar llamado ‘Casa Colibrí’, que está al lado del Parque de los Periodistas –más abajo de la iglesia– y que es similar a un gastrobar, pero a la vez funciona como un hostal, donde permiten el consumo de marihuana. El reloj marca las 21:02 y ellos deciden bajar al lugar, ya están cansados de que la Policía los trate mal y los violente por fumarse un porro en el espacio público.
Llegan a la entrada, una enorme puerta color verde de rejas metálicas les da la bienvenida, al lado hay un local de empanadas y un puesto de un vendedor ambulante. Abren la puerta y entran a un callejón poco iluminado, no se escucha ni un solo ruido, la apariencia es algo tétrica, incluso llega a dar una sensación de inseguridad. Siguen adelante –ninguno de los dos ha venido antes–. El primer graffiti que ven tiene escrito el nombre del local con un colibrí de adorno y colores muy llamativos.
Cruzan hacia la derecha como indica una señalización colocada justo en la pared. Cada vez se alejan más de la entrada y de la opción de ser ayudados en caso de que algo extraño suceda durante su camino. Sin embargo, esto es nada más alejado de la realidad. Llegan a la entrada del hostal ‘Bienvenidos a Casa Colibrí’ les dice un letrero y una vieja puerta verde de madera les corta el ritmo. Entretanto, observan con detalle su alrededor donde encuentran varios carteles que les indican los requisitos necesarios para ingresar al local. A la par, llenan un formulario donde descargan de responsabilidades al establecimiento en caso de que tengan problemas con la única sustancia psicoactiva de la cual permiten su consumo dentro de sus instalaciones.
Llenado el formulario, una voz seguida de un timbre les permite la entrada al negocio. Lo primero que ven es un pasillo, en el fondo se ven una gran cantidad de luces azules, moradas, rojas y verdes, acompañadas de diferentes ritmos musicales. Al final de ese pasillo hay una vista del lugar, desde lo que más alto que, –sin palabras–. La postal es un gran patio interno cuya decoración está basada en la rica biodiversidad de las diferentes regiones de Colombia. A su vez, el eje central del hostal es una gran chimenea de metal y vidrio que le brinda calor a las personas allí reunidas, dándole un toque distintivo de unión y familiaridad al espacio.
Como se mencionó antes, la falta de regulación, además de los vacíos legales existentes, ha permitido que algunos negocios como cafés y gastrobares e incluso hostales, adopten un enfoque más flexible hacia el consumo de marihuana dentro de los establecimientos. Entre ellos se encuentran Casa Colibrí, situado en La Candelaria, y Casa Wêt-Wêt, ubicado en Chapinero.
La necesidad de espacios de convivencia ha impulsado la cultura del cannabis, dando lugar a iniciativas como Casa Wêt-Wêt. Este club privado, con más de 240 socios, ofrece un gastrobar con productos variados y la posibilidad de adquirir productos de cannabis mediante donaciones, apoyando así a cultivadores de la comunidad indígena nasa.
Estos lugares ofrecen espacios donde los clientes pueden fumarse un porro mientras disfrutan de otros servicios que se ofertan como lo son música, bebidas, alimentos y productos de CBD –de uso medicinal– y THC –destilados de cannabis–. Ambos lugares promueven la convivencia y la discusión sobre el uso responsable de esta sustancia, contribuyendo a normalizar su consumo en una sociedad que, aunque avanza hacia la aceptación, aún enfrenta desafíos en términos de percepción, regulación y estigmatización.
Lo dicho anteriormente genera un enorme dilema para las más de 371.086 personas que, como Andrés, consumen activamente marihuana en la ciudad según un reporte de las Unidas Contra la Droga y el Delito de 2022 . Si bien el porte de la dosis mínima no es ilegal, sí lo es el consumo en áreas de espacio público. Por esto, los consumdores están obligados a exponerse a diferentes problemáticas como lo son la estigmatización y la inseguridad al tener que consumir en espacios poco seguros donde la Policía no vigila para no arriesgarse a ser multados, tal como lo afirma el representante Daniel Carvalho del partido Verde Oxígeno.
En 2024, El Gobierno de Gustavo Petro expidió el ‘Protocolo de Restricción al Consumo de Sustancias Psicoactivas’, donde se permite que cada administración local –Alcaldías– tengan la potestad de implementar y regular los lugares para la realización de esta actividad. Sin embargo, hasta el momento Bogotá no cuenta con ningún espacio público que se adapte a dicho protocolo. Generando así que los consumidores encuentren barreras para fumar de manera libre en el espacio público sin encontrar peligros y obstáculos por parte de la autoridad.
Por un lado, el marco legal sobre el cannabis en Colombia ha avanzado desde la Ley 30 de 1986, que establece la dosis mínima de porte, pero su regulación sigue siendo compleja y con matices. A pesar de que la ley permite la posesión de hasta 20 gramos de cannabis para uso personal, la falta de políticas públicas distritales en Bogotá ha generado un vacío legal. La reciente publicación del protocolo mencionado anteriormente, evidencia aún más la necesidad de Bogotá de definir estás políticas de manera clara sobre el consumo de marihuana en el espacio público.
Por otro lado, los establecimientos y comercios tienen la posibilidad de vender productos derivados de la fibra y el grano de cáñamo de acuerdo con la Ley 2204 DE 2022. Esto, siempre y cuando estos productos no excedan el 0,3% de tetrahidrocannabinol (THC). Es decir, que no se permita que los artículos creados con cannabis contengan el componente alucinógeno. Para su comercialización, se debe pedir el permiso correspondiente a la Subdirección de Control y Fiscalización de Sustancias Químicas y Estupefacientes del Ministerio de Justicia y del Derecho.
Así, de acuerdo con la ley mencionada, se permite la importación, comercialización, exportación, y adquisición de productos cosméticos, alimentos, bebidas con y sin alcohol, y suplementos dietarios para uso y consumo humano. Mientras cumplan con la normatividad sanitaria expedida por el Ministerio de Salud y Protección Social, surtan los trámites ante el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima), y cuenten con la autorización que corresponda según el producto, para su comercialización.
El problema es que dentro del marco legal de la ley colombiana existen normas para vender productos con bajos niveles de THC. Sin embargo, no hay ninguna ley que apoye a estos comercios para que dentro de los establecimientos autoricen el ingreso del cannabis para el uso recreativo al interior de sus espacios. “Nosotros en Casa Colibrí hemos hablado con abogados, revisado diferentes normas y leyes, pero no hay nada que no permita fumar dentro del establecimiento”, mencionó Carlos Alaguna, administrador de Casa Colibrí –hostal que a su vez funciona como gastrobar–.
Los únicos recursos legales que tienen estos espacios para permitir el uso de cannabis de manera recreativa es limitándose a lo permitido dentro del Código Nacional de Policía, bajo la Ley 1801 DE 2016. y ratificado por la Corte Constitucional en la Sentencia C-127 de 2023, En estas no se permite el consumo en parques, dentro o en zonas aledañas a instituciones educativas, y bienes declarados de interés cultural y patrimonial. Sin embargo, como lo indica el abogado de la Universidad del Rosario, Manuel López: “De acuerdo con la Constitución, los colombianos podemos hacer todo aquello que no esté restringido”. De esta manera, les permiten a estos establecimientos privados el consumo de cannabis dentro de sus instalaciones, solo si se cumple con la dosis mínima.
*Los nombres de los personajes han sido cambiados por temas de privacidad.