Las puntadas en el ecosistema: el surgimiento de la moda sostenible en Colombia

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Los centros comerciales se destacan por tener corredores llenos de tiendas en las que se observan las nuevas tendencias de la moda. Las vitrinas cambian con cada temporada y la posibilidad de ampliar el guardarropa llama la atención de los transeúntes que pasan y se deslumbran con los nuevos colores. Cuando se ponen la prenda de vestir, comienzan a sentir la tela, cómo se ajusta a su piel y en el espejo ven una nueva posibilidad de compra. Incluso, puede que necesiten complementar lo que ven en su reflejo con nuevos accesorios o prendas. Sin embargo, hay una pregunta que pocos se hacen: ¿de dónde o cómo se hace esta ropa? ¿Qué impactos tiene sobre el ambiente?

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Armario consumidora

Camila Pinzón*, una joven de 20 años, es un ejemplo de este tipo de consumo. “Durante la pandemia he comprado ropa cada seis meses, una tanda significativa. Antes de la pandemia compraba ropa cada mes”. Asegura que estas compras mensuales pueden ir desde una sola camiseta hasta todas las prendas que le gustan sin importar el precio de estas. La mayoría de su guardarropa se compone de prendas de grandes almacenes de cadena, debido a las tendencias que manejan y que tienen precios, según Camila, más accesibles.

“Venimos de un vértigo de generar colecciones, producir ropa, un vértigo de diseño y consumo en el que se llegó a crear ropa porque sí”, así inicia Catherine Villota, editora de contenido para marcas y editora en jefe de la revista colombiana en línea Fashion Radicals, sobre las nuevas dinámicas que permean la industria textil no solo en Colombia, sino en el mundo. Estas dinámicas implican que cada vez se crean las prendas a una mayor velocidad y magnitud invitando a los consumidores a comprarlas.

Slow-fashion: “Una moda que se contrapone al modelo de negocio de las marcas comerciales que producen a toda velocidad.”

Es por esto que, en los últimos años, se ha dado mayor protagonismo a una tendencia que busca contrarrestar este vértigo, el slow-fashion o moda lenta. Esta, en palabras de Felipe Espinosa, director creativo de la agencia 302, encargado de asesorar a nuevos diseñadores que quieran incursionar en la industria, hace referencia a “una moda que se contrapone al modelo de negocio de las marcas comerciales que producen a toda velocidad. El slow-fashion es consciente de que ese modelo de negocio no es sostenible”.

Además, menciona la importancia que tiene cada objeto y proceso a la hora de crear este tipo de moda, ya que cada parte de esta tiene su razón de ser, desde los materiales hasta que está a la venta. Esta identidad en cada prenda se ha ido perdiendo, como dice Catherine, cuando se crean 100 prendas iguales en lugar de solo unas cuantas únicas.

A continuación puede deslizar en la imagen para ver más de la contaminación que genera la industria textil de primera mano.

El fast-fashion o moda rápida es más común en el consumo diario de la sociedad, puesto que son prendas que se adquieren en los grandes almacenes de cadena y su precio es menor. En otras palabras, hay mayor posibilidad de que los consumidores las compren porque son más accesibles. El problema radica en que, detrás de este tipo de moda hay una falta responsabilidad social, económica y ambiental que es necesario visibilizar.



El detrás de las telas

Para poder producir estas grandes cantidades de prendas es necesario el uso de fábricas textiles las cuales utilizan, entre otros materiales, aceites lubricantes y de degradación térmica, los cuales se usan para poder utilizar microplásticos en las fibras, y resinas de termofijado para poder fijar los estampados y colores en las telas y fibras que se utilizan en la industria textil. Al ser usadas con las fibras, generan lo que es conocido como niebla azul, un gas altamente contaminante.

Esta industria puede generar una media de 10kg de niebla azul, en una ciudad de casi 640.000 habitantes, diariamente, como asegura el estudio de Reutilización de remanentes textiles: modelo de gestión para la ciudad de Cuenca de la universidad Azuay, Ecuador. Este se centró en la ciudad de Cuenca porque cuenta con grandes fábricas de confección textil en Ecuador y no tiene un modelo idóneo de reciclaje y conciencia ambiental, en relación con el impacto que realizan.

La administradora ambiental y actual funcionaria de la corporación ambiental Caminando el Territorio, Karen Sereno, explica que ahora las telas también tienen microplásticos derivados del petróleo, como es el caso del poliéster, nailon y acrílico. “Cuando nosotros lavamos la ropa, se liberan pequeñas partículas, todos estos microplásticos, y va directamente a los ríos y posteriormente a los mares, está afectando de gran forma los ecosistemas marinos”, expone Sereno.

La industria del fast fashion aporta el 10% de la emisión de dióxido de carbono y el 20% de aguas residuales

"Se necesitan aproximadamente tres años de agua potable de un consumidor (2700 litros) para hacer una sola camiseta de algodón", afirma el artículo The Role of Style Versus Fashion Orientation on Sustainable Apparel Consumption, de Gupta, Gwozdz y Gentry. Además, esta industria aporta el 10% de la emisión de dióxido de carbono y el 20% de aguas residuales, según el estudio de tesis MADLAB: Una plataforma que propone nuevas dinámicas de consumo de moda en los colombianos de la Universidad Javeriana. Greenpeace aseguró, en este mismo estudio, que en los últimos 20 años se ha duplicado la cantidad de prendas que se realizan y su vida útil se ha reducido a la mitad. En ese sentido, los consumidores compran un 60% más de ropa que hace más de una década.

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Ropa de primera mano hecha en cuero

Sin embargo, esto no es un problema solo de los países que albergan estas industrias. De hecho, en el país una industria textil que también deja huella en el ecosistema, son las curtiembres. Estas plantas de tratamiento para las pieles animales se ubican principalmente en los municipios de Villapinzón y Chocontá, en el departamento de Cundinamarca. Para producir una tonelada de cuero se usan aproximadamente 442 kilogramos de productos químicos que luego se desechan en el alcantarillado o en el mismo río Bogotá. Este tipo de industria es considerado fast fashion porque hace parte de la industria textil tradicional, donde se sigue generando un material de primera mano en lugar de usar el ya existente.

Según la ambientalista Karen Sereno, para tener prendas con materiales hechos de cuero de vaca, "la piel del animal necesita pasar por un proceso supremamente contaminante donde se utilizan muchísimos componentes químicos para poder quitar el pelo". Sereno, además, menciona que estos químicos son cancerígenos, lo que agrava la situación.

En el siguiente storymap podrá conocer más a fondo los impactos que la industría de la curtiembre tiene en el ecosistema

El slow-fashion intenta reducir estas producciones de primera mano, al invitar a comprar prendas hechas con telas más amigables con el ambiente o a reutilizar y reformar prendas ya existentes. Sin embargo, no todo es color de rosa, pues todo cambio implica una reforma que a su vez es sinónimo de una reinvención y restructuración económica. Así lo explica Juliana Gamboa, economista y estudiante de doctorado en economía en Minnesota, Estados Unidos. “Va a tomar mucho tiempo y uno tiene que hacer el costo-beneficio mirando tanto la parte ambiental como la parte social de lo que implica un cambio de modelo económico en el slow-fashion”.

“Va a tomar mucho tiempo y uno tiene que hacer el costo-beneficio mirando tanto la parte ambiental como la parte social de lo que implica un cambio de modelo económico en el slow-fashion”

Así pues, el cambio no puede darse solo por unos cuantos diseñadores o por empresas independientes, de hecho, para que la industria de la moda realmente se vuelva sostenible han de ser los grandes productores los que generen los mayores cambios. “Las empresas tienen que empezar a entender cuál es el nuevo modelo económico para evitar que haya una producción constante y estar obligando a los consumidores a estar comprando en grandes cantidades", dice Juliana al referirse a esta reestructuración que implica ser sostenibles a largo plazo.

La diseñadora Laura Laurens concuerda con lo mencionado por Gamboa. "El fast-fashion genera mucho empleo y si se hace de forma responsable, también puede generar un impacto social importante. Si se da ejemplo, aún más" agrega. Esto resalta la importancia de considerar varias perspectivas del mercado si se quiere hacer un cambio a un modelo de producción de moda más sostenible.

En la siguiente imagen puede deslizar para ver los contrastes de la industria textil.

La responsabilidad social, que mencionan la diseñadora Laurens y la economista Gamboa, dentro del fast-fashion es de gran importancia debido a la subcontratación que existe en la industria. Los talleres y maquilas contratados por empresas externas no aseguran la legalidad a la hora de realizar la contratación de sus empleados, como expone el estudio Las confesiones de las confecciones: condiciones laborales y de vida de las confeccionistas de Medellín del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. También expone que el precio que pagan por la producción de las prendas se rige bajo el siguiente parámetro:

“Es decir que, si la fabricación de una prenda en un país desarrollado se demora “x” minutos, con la estandarización internacional de precios la misma prenda se pagaría igual en Medellín que en el otro contexto a pesar de que su producción en la ciudad colombiana pueda demorar el doble de tiempo y tener en general costos de producción diferentes.”

En ese sentido, se crea un estándar de precio que desconoce las condiciones de cada país específico lo que genera un desbalance entre el esfuerzo y la remuneración económica. Este estudio se centra en la ciudad de Medellín puesto que es el mayor centro textil del país, siendo allí donde las condiciones laborales de las personas se pueden llegar a ser más vulneradas por la subcontratación o un pago injusto.

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Imagen cortesía Eliana Gaviria


Las historias de las puntadas

Es claro que la ropa no es solo una tela que cuelga de un gancho. Cada prenda puede llegar a ser una historia, una ideología y un paso para un cambio positivo en el ambiente. Es por esto que varios diseñadores colombianos se han puesto en la tarea de traer, tanto a las pasarelas, como a las vitrinas, ropa que combine su inspiración con una filosofía de sostenibilidad tanto social como económica.

Uno de estos casos es el de diseñadora la Laura Laurens, quien desde el inicio de su marca quiso que sus diseños se centraran en la sostenibilidad. “Cualquier proceso de creación implica destrucción y en Colombia no existe la sostenibilidad como absoluto, pero estas utopías nos ayudan a intentar llegar a ese cambio”, expone Laurens. Debido a esto, la diseñadora intenta que sus creaciones sean sostenibles en la medida que no produzcan un impacto negativo innecesario; hace uso de telas que están producidas con menos agua y cuyos estampados no poseen químicos nocivos.

“Cualquier proceso de creación implica destrucción y en Colombia no existe la sostenibilidad como absoluto, pero estas utopías nos ayudan a intentar llegar a ese cambio”

El algodón reciclado, el tencel y el lino orgánico son unas de las nuevas telas que son producidas ya sea con menos agua o reutilizando materiales ya existentes. Sin embargo, no todos los diseñadores pueden acceder a estos materiales debido al valor de estos. Así lo expresa la diseñadora Eliana Gaviria, quien está en proceso de rediseñar su marca para ser más sostenible. “Las empresas que venden este tipo de telas son muy pocas y no son muy confiables, no se sabe si realmente son sostenibles”.

En el siguiente podcast podrá escuchar a profundidad las diferentes facetas que tiene la moda sostenible en Colombia

Ana Sofia Blas Rodriguez · Historias de la moda sostenible en Colombia

Estas dos diseñadoras son ejemplos de innovaciones que están llegando al país, sin embargo, para que puedan surgir más en este campo, es necesario que se creen más oportunidades. Esto no solo depende de la industria de la moda, sino de un esfuerzo institucional. Es decir, el crecimiento del slow-fashion en Colombia, depende de dos responsabilidades recíprocas, entre los diseñadores y el Gobierno. Los primeros para generar espacios de difusión y el segundo para generar facilidades tanto de conocimiento como de incentivos económicos para que más diseñadores se atrevan a innovar.

Teniendo en cuenta que uno de los propósitos del Gobierno es impulsar la economía naranja, entendida por el Ministerio de Cultura como: “Realización de actividades coordinadas entre sí, para que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales y/o creativos. El valor de estos bienes está determinado, en muchos casos, por el contenido de propiedad intelectual que albergan”. En ese sentido, la industria de la moda, impulsada por la creatividad de los diseños, los cuales terminan siendo un vehículo de la cultura, deberían estar cobijadas por este modelo económico.

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Ropa de la diseñadora Eliana Gaviria

Además, como expone Gamboa “si se tiene en cuenta el componente de la innovación, puede impulsar a los diseñadores que innoven con materiales biodegradabas y desviando las tendencias de consumo a unas más sostenibles”. Aunque también asegura que es una transición que toma tiempo. “No puedo decir que el Gobierno nos ha dado ayudas para trabajar, por ejemplo, con grupo minoritarios. En temas de sostenibilidad puedo decir que no”, asegura Laura Laurens.

En adición al componente económico y ambiental, la moda sostenible y específicamente en Colombia trae consigo un componente social. Esto implica que aquellos responsables de diseñar ropa están pensando cada vez más que sus prendas deben caracterizarse por un sentido de comunidad y respeto a las diferentes identidades y culturas que forman a Colombia. Entonces, además de no usar plantas de producción masivas donde los trabajadores se convierten en simples engranajes de una línea de producción, también buscan que sus diseños sean lienzo social.

“Las propuestas que muestran nuestra identidad son las que han tenido más éxito en el exterior, logrando denominaciones de origen”

Por ejemplo, Laura trabaja con comunidades de minorías étnicas para generar diseños e ideas que combinen sus ideales con la identidad del país, las cuales finalmente se traducen en sus prendas. Felipe Espinosa cree que esta recuperación de identidad ha sido un proceso exponencial en los últimos años. “Lo que hemos venido trabajando la última década y las propuestas que muestran nuestra identidad son las que han tenido más éxito en el exterior, logrando denominaciones de origen”, explica el asesor de diseñadores emergentes. Estas denominaciones que menciona Felipe son, según la Súper Intendencia de Industria y Comercio: productos que preservan la idiosincrasia de una región.

En ese sentido, esta preocupación por reintegrar la identidad colombiana en los diseños ha sido reconocida a nivel internacional, sin embargo, aún persiste la duda de si el país reconoce estos esfuerzos y los puede consumir. “Me siento horrible, pero yo, la verdad no creo que cambie, así vea todos los vídeos de las empresas y lea lo de los microplásticos”, dice Camila, consumista del fast-fashion. Ella comprende los daños que su consumo implica, pero cuando se encuentra frente a una vitrina lo que prima es el deseo de tener una prenda que le quede bien sin importar el detrás de la tela.



El vacío en la cultura consumista

Tanto diseñadores, como ambientalistas, están de acuerdo en que otro de los roles fundamentales de esta transformación, lo tienen los consumidores. Para Eliana Gaviria, esta educación no ha sido suficiente. "La moda en el país no se ve como algo serio. Hace falta mucha información. La conciencia ya está, que es algo importante, pero hace falta educación", asegura al referirse al mercado que podría llegar a estar interesado en la moda sostenible.

Camila Pinzón es consciente de la poca durabilidad que tienen la mayoría de sus prendas: “Noto que es ropa que se daña rápido, la compro porque son cosas que necesito y sé que las voy a utilizar constantemente”, además agrega que “todo depende cuánto la hagas durar, pero yo diría que un año”. En ese sentido, si Camila compra ropa cada mes, significa que cada año está sacando de su guardarropa un mínimo de 12 prendas debido, en la mayoría de los casos, a la baja calidad de las mismas.

"¿A la gente realmente le importa si su prenda de vestir ha sido elaborada respetando los derechos humanos, sin componentes tóxicos? No. Todo el tiempo nos dicen que hay que consumir"

A nivel ambiental, también es preocupante la creciente tendencia consumista que se está presentando en los compradores como Camila. "¿A la gente realmente le importa si su prenda de vestir ha sido elaborada respetando los derechos humanos, sin componentes tóxicos? No. Todo el tiempo nos dicen que hay que consumir", menciona Karen Sereno, quien además piensa que estamos viviendo un desastre ambiental, consecuencia del consumo masivo de ropa. De hecho, según la organización Geo innova, corporación española consultora de proyectos ambientales, en el 2019, se produjeron de 10 a 14 kilogramos de deshechos de ropa por persona.

Además, lo inaccesible que puede resultar invertir en slow-fashion ha alejado a potenciales consumidores de migrar a mercados más sostenibles. “Muchos pensamientos han tratado de satanizar la idea de que con el slow-fashion, compro más caro por ser consciente o sacrifico calidad o sacrifico productividad, se trata es de encontrar un equilibrio”, afirma la editora Catherine Villota. Esto es consecuencia de una falta de información al respecto, se genera un sentido de exclusividad frente a esta moda, cuando, la verdad, ser sostenible tiene más facetas.

Entonces, varias diseñadoras y expertas señalan que la solución no es abandonar la moda rápida, sino modificarla para que sea más responsable y generar un sentido de educación cultural que reestructure las prioridades del consumidor. Los diseñadores y ambientalistas coinciden en que se debe empezar a informar acerca del impacto ambiental y social que tiene su consumo, para que, por ellas mismas, decidan modificar sus conductas.

Además, tanto las diseñadoras como los expertos ven necesario la creación de espacios con apoyo del gobierno para que se dé una visibilidad a la moda sostenible. A través de esta no solo se llegarían a nuevos consumidores, sino que se conseguiría una educación de los mismos y un cambio en las dinámicas sociales, ambientales y económicas, que llevaría a esta industria a ser más sostenible.